JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 15 de octubre de 1997
El culto a la Virgen María
1. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4, 4). El culto mariano se funda en la admirable decisión divina de vincular para siempre, como recuerda el apóstol Pablo, la identidad humana del Hijo de Dios a una mujer, María de Nazaret.
El misterio de la maternidad divina y de la cooperación de María a la obra redentora suscita en los creyentes de todos los tiempos una actitud de alabanza tanto hacia el Salvador como hacia la mujer que lo engendró en el tiempo, cooperando así a la redención.
Otro motivo de amor y gratitud a la santísima Virgen es su maternidad universal. Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión —por decir así— materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas.
En el Calvario, Jesús, con las palabras: «Ahí tienes a tu hijo» y «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27), daba ya anticipadamente a María a todos los que recibirían la buena nueva de la salvación y ponía así las premisas de su afecto filial hacia ella. Siguiendo a san Juan, los cristianos prolongarían con el culto el amor de Cristo a su madre, acogiéndola en su propia vida.
2. Los textos evangélicos atestiguan la presencia del culto mariano ya desde los inicios de la Iglesia.
Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas parecen recoger la atención particular que tenían hacia la Madre de Jesús los judeocristianos, que manifestaban su aprecio por ella y conservaban celosamente sus recuerdos.
En los relatos de la infancia, además, podemos captar las expresiones iniciales y las motivaciones del culto mariano, sintetizadas en las exclamaciones de santa Isabel: «Bendita tú entre las mujeres (...). ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 42. 45).
Huellas de una veneración ya difundida en la primera comunidad cristiana se hallan presentes en el cántico del Magníficat: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48). Al poner en labios de María esa expresión, los cristianos le reconocían una grandeza única, que sería proclamada hasta el fin del mundo.
Además, los testimonios evangélicos (cf. Lc 1, 34-35; Mt 1, 23 y Jn 1, 13), las primeras fórmulas de fe y un pasaje de san Ignacio de Antioquía (cf. Smirn. 1, 2: SC 10, 155) atestiguan la particular admiración de las primeras comunidades por la virginidad de María, íntimamente vinculada al misterio de la Encarnación.
El evangelio de san Juan, señalando la presencia de María al inicio y al final de la vida pública de su Hijo, da a entender que los primeros cristianos tenían clara conciencia del papel que desempeña María en la obra de la Redención con plena dependencia de amor de Cristo.
3. El concilio Vaticano II, al subrayar el carácter particular del culto mariano, afirma: «María, exaltada por la gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres, como la santa Madre de Dios, que participó en los misterios de Cristo, es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial » (Lumen gentium, 66).
Luego, aludiendo a la oración mariana del siglo III «Sub tuum praesidium» —«Bajo tu amparo»— añade que esa peculiaridad aparece desde el inicio: «En efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades » (ib.).
4. Esta afirmación es confirmada por la iconografía y la doctrina de los Padres de la Iglesia, ya desde el siglo II.
En Roma, en las catacumbas de santa Priscila, se puede admirar la primera representación de la Virgen con el Niño, mientras, al mismo tiempo, san Justino y san Ireneo hablan de María como la nueva Eva que con su fe y obediencia repara la incredulidad y la desobediencia de la primera mujer. Según el Obispo de Lyon, no bastaba que Adán fuera rescatado en Cristo, sino que «era justo y necesario que Eva fuera restaurada en María» (Dem., 33). De este modo subraya la importancia de la mujer en la obra de salvación y pone un fundamento a la inseparabilidad del culto mariano del tributado a Jesús, que continuará a lo largo de los siglos cristianos.
5. El culto mariano se manifestó al principio con la invocación de María como «Theotókos», título que fue confirmado de forma autorizada, después de la crisis nestoriana, por el concilio de Éfeso, que se celebró en el año 431.
La misma reacción popular frente a la posición ambigua y titubeante de Nestorio, que llegó a negar la maternidad divina de María, y la posterior acogida gozosa de las decisiones del concilio de Éfeso testimonian el arraigo del culto a la Virgen entre los cristianos. Sin embargo, «sobre todo desde el concilio de Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación » (Lumen gentium, 66). Se expresó especialmente en las fiestas litúrgicas, entre las que, desde principios del siglo V, asumió particular relieve «el día de María Theotókos», celebrado el 15 de agosto en Jerusalén y que sucesivamente se convirtió en la fiesta de la Dormición o la Asunción.
Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.
6. Podemos decir que el culto mariano se ha desarrollado hasta nuestros días con admirable continuidad, alternando períodos florecientes con períodos críticos, los cuales, sin embargo, han tenido con frecuencia el mérito de promover aún más su renovación.
Después del concilio Vaticano II, el culto mariano parece destinado a desarrollarse en armonía con la profundización del misterio de la Iglesia y en diálogo con las culturas contemporáneas, para arraigarse cada vez más en la fe y en la vida del pueblo de Dios peregrino en la tierra.
Saludos
(En checo)
En casi todas las iglesias de vuestra patria se puede ver una estatua de “Teresita”, como los devotos llaman a Santa Teresa del Niño Jesús. ¡A cuántas almas ha enseñado el “caminito” para seguir al grande e incondicional amor a Dios, en estos cien años transcurridos desde su muerte!
(En eslovaco)
El próximo domingo estará dedicado a las misiones católicas. Los misioneros anuncian el evangelio de salvación. Cuando ayudáis a las misiones, es signo de que consideráis el evangelio de Jesús como preciosa riqueza espiritual y queréis compartirla con los demás. Rezad por los misioneros, ayudad a las misiones. Os doy las gracias por esta colaboración y os bendigo de corazón.
(A un grupo de croatas)
La Iglesia ha sido constituida por Dios como sacramento universal de salvación (...). Es el pueblo de Dios, “unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 4). A través de los sacramentos, la Iglesia (...), por medio del Espíritu Santo, santifica al hombre y lo lleva a la plenitud de la salvación.
(En español)
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua española, en especial al grupo de la diócesis de Nuestra Señora de la Altagracia, de la República Dominicana, así como a los fieles venidos de España, México, Costa Rica, Colombia, Argentina y otros países de Latinoamérica. Que la Virgen María, tan venerada en vuestras tierras bajo diversas advocaciones, os encamine a Cristo, única esperanza de la humanidad. A todos os bendigo de corazón.
(En italiano)
(A varios grupos de religiosas de diferentes congregaciones, que están celebrando su capítulo general)
Queridas hermanas, la asamblea capitular representa un momento importante en la vida de vuestros institutos. Que el Señor os ilumine para que toméis decisiones que ayuden a vuestras familias religiosas a responder cada vez con mayor fidelidad y generosidad a la llamada de Dios para el bien de la Iglesia y del mundo entero. Felicito a las que han sido llamadas a guiar los destinos de las respectivas congregaciones en los próximos años y os aseguro a cada una de vosotras y a vuestras hermanas un constante recuerdo en la oración.
Dirijo ahora un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados aquí presentes y los invito a mirar a santa Teresa de Jesús, cuya memoria litúrgica celebramos hoy.
Queridos jóvenes, que el ejemplo de esta gran contemplativa constituya para vosotros una invitación a fortalecer cada día vuestro espíritu en la oración.
Que la asidua meditación de la pasión de Cristo, que dio fuerza a santa Teresa para superar todas las pruebas, os sostenga a vosotros, queridos enfermos, y os haga capaces de ofrecer a Dios con ánimo generoso el valioso sacrificio del sufrimiento.
Que la intercesión de santa Teresa os ayude también a vosotros, queridos recién casados, a vivir vuestra vocación matrimonial, fijando la mirada en Jesucristo, único Salvador del mundo. A todos imparto mi bendición.
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(Antes de terminar el encuentro, Juan Pablo II se refirió a la celebración, el día 17 de octubre, de la Jornada mundial de lucha contra la miseria)
La Iglesia, con gran respeto y afecto, está al lado de las personas a las que la pobreza priva de su dignidad, de su vida familiar, de la posibilidad de recibir una educación y de tener un trabajo. Son hermanos nuestros a los que Cristo ama con particular predilección. Ellos esperan nuestra solidaridad concreta.
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