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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 22 de enero de 1997

 

1. «Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5, 18). En esta semana de oración por la unidad (18-25 de enero) los cristianos —católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes— se reúnen con mayor fervor para orar juntos. La división entre los discípulos de Cristo constituye una contradicción tan evidente que no les permite resignarse a ella sin sentirse de algún modo responsables.

Esta semana particular tiene como finalidad impulsar a la comunidad cristiana a dedicarse más intensamente a la oración, para experimentar al mismo tiempo cuán hermoso es vivir juntos como hermanos. A pesar de las tensiones que a veces suscitan las diferencias existentes, estos días contribuyen a gustar anticipadamente la alegría que proporcionará la plena comunión, cuando finalmente se realice.

El Comité mixto internacional, formado por representantes de la Iglesia católica y del Consejo ecuménico de las Iglesias, que cada año prepara los textos para esta semana de oración, ha propuesto este año el tema de la reconciliación, inspirándose en la segunda carta de san Pablo a los cristianos de Corinto. El Apóstol proclama ante todo el gran anuncio: «Dios nos reconcilió consigo por Cristo» (2 Co 5, 18). El Hijo de Dios tomó sobre sí el pecado del hombre y obtuvo el perdón, restableciendo nuestra comunión con Dios. En efecto, Dios quiere la reconciliación de la humanidad entera.

La carta a los Corintios pone claramente de relieve que la reconciliación es gracia de Dios. Además, afirma que Dios «nos confió el ministerio de la reconciliación » (2 Co 5, 18), «poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co 5, 19). Por tanto, este anuncio compromete a todos los discípulos del Señor. Pero ¿qué esperanza pueden tener de que se les escuche cuando proponen la invitación a la reconciliación, si ellos no son los primeros en vivir una situación plenamente reconciliada con los que comparten su misma fe?

Este problema debe preocupar a la conciencia de todo creyente en Jesucristo, el cual murió «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11, 52). Con todo, nos consuela la certeza de que, a pesar de nuestras debilidades, Dios actúa en medio de nosotros y, al final, realizará sus designios.

2. En este sentido, la crónica ecuménica nos ofrece a menudo motivos de esperanza y de estímulo. Si consideramos el mundo desde el concilio Vaticano II hasta hoy, la situación de las relaciones entre los cristianos ha cambiado mucho. La comunidad cristiana es más compacta y el espíritu de fraternidad, más evidente.

Ciertamente, no faltan motivos de tristeza y preocupación. Sin embargo, cada año se registran acontecimientos que influyen positivamente en el compromiso hacia la unidad plena. También durante el año que acabamos de concluir se produjeron intensos contactos, en circunstancias diversas, con las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales de Oriente y Occidente. Algunos de estos acontecimientos llaman la atención de los medios de comunicación social; otros, en cambio, quedan en la sombra, pero no por ello son menos útiles.

Quisiera señalar, en particular, la creciente colaboración que se está llevando a cabo en los institutos de investigación científica o de enseñanza. La aportación que estas iniciativas pueden dar a la solución de los problemas planteados entre los cristianos —en los campos histórico, teológico, disciplinario y espiritual— es ciertamente importante, tanto para la superación de las incomprensiones del pasado como para la búsqueda común de la verdad. Esta colaboración no es sólo un método hoy necesario; en ella se experimenta ya una forma de comunión de propósitos.

Por lo que respecta al año que acaba de concluir, quisiera recordar la Declaración común firmada con Su Santidad Karekin I, Catholicós de todos los armenios (el día 13 de diciembre). Con esta antigua Iglesia, que sobre todo en este siglo se ha enriquecido con el testimonio de una legión de mártires, existía un debate cristológico desde el concilio de Calcedonia (año 451), es decir, desde hace mil quinientos años. Durante todos estos siglos, incomprensiones teológicas, dificultades lingüísticas y diversidades culturales habían impedido un verdadero diálogo. El Señor nos ha concedido, con profunda alegría por nuestra parte, confesar finalmente juntos la misma fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Refiriéndonos a él, en la Declaración común reconocimos que es «perfecto Dios en su divinidad, perfecto hombre en su humanidad; su divinidad está unida a su humanidad en la persona del Hijo unigénito de Dios, en una unión que es real, perfecta, sin confusión, sin alteración, sin división y sin ninguna forma de separación».

También el año pasado me reuní con muchos hermanos de otras Iglesias y comunidades eclesiales, como Su Gracia el doctor George Leonard Carey, arzobispo de Canterbury, y otras personalidades que vinieron a visitarme a Roma. También fuera de esta ciudad, en mis viajes, con gran alegría me he reunido con representantes de otras Iglesias que se esfuerzan por testimoniar su fe en Cristo y buscar la comunión junto a los católicos del lugar.

Se trata de pasos pequeños, pero significativos, hacia la reconciliación de los corazones y las mentes. El Espíritu de Dios nos guiará a la total comprensión recíproca y a la anhelada meta de la plena comunión.

3. Lamentablemente, entre los cristianos, además de dificultades doctrinales, existen también asperezas, reticencias y manifestaciones de desconfianza, que desembocan a veces en expresiones de agresividad gratuita.

Eso significa que se debe intensificar tanto el ecumenismo espiritual —que consiste en la conversión del corazón, en la renovación de la mente y en la oración personal y comunitaria— como el diálogo teológico. Ese compromiso debe crecer precisamente mientras nos encaminamos hacia el gran jubileo, ocasión excepcional para que todos los cristianos comuniquemos a las generaciones del nuevo milenio la alegre noticia de la reconciliación.

Este primer año de preparación para el jubileo tiene como tema: «Jesucristo, único salvador del mundo, ayer, hoy y siempre» (cf. Hb 13, 8). En la carta apostólica Tertio millennio adveniente señalé que «bajo el perfil ecuménico, será un año muy importante para dirigir juntos la mirada a Cristo, único Señor, con la intención de llegar a ser en él una sola cosa, según su oración al Padre » (n. 41).

Juntamente con todos los que en esta semana oran por la unidad de los cristianos, elevemos también nosotros nuestra plegaria para implorar al Señor el don de la reconciliación.


Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En especial a los fieles de Murcia (España), a los peregrinos de México y de Argentina, entre ellos al grupo de Tucumán. Os invito a todos a orar juntos por la unidad de los cristianos, implorando del Señor el don precioso de la reconciliación. Con estos vivos deseos, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

(En italiano)
Dirijo ahora un saludo a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los miembros de la asociación italiana "Amigos de Raoul Follereau", de cuya muerte se celebra este año el XX aniversario. Vuestra presencia me brinda la oportunidad de recordar que el próximo domingo se celebra la Jornada mundial dedicada a los enfermos de lepra. Deseo de corazón que continúe con generosidad la lucha contra el bacilo de Hansen, que desgraciadamente afecta todavía a muchos hermanos nuestros.

Saludo, además, a la Coordinación provincial del Cuerpo forestal del Estado de Rieti y al grupo de muchachos procedentes del orfanato de Pinsk (Bielorrusia), huéspedes de la parroquia de San Miguel de Tívoli. Os doy las gracias por vuestra participación, invocando sobre todos vosotros la continua asistencia divina

Dirijo ahora unas palabras, como es costumbre, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes, a los que quiero hoy exhortar a traducir en actitudes concretas la oración por la unidad de los cristianos. Estos días de reflexión constituyen para vosotros, queridos jóvenes, una invitación a ser por doquier artífices de paz y reconciliación; para vosotros, queridos enfermos, un momento propicio para ofrecer vuestros sufrimientos por una comunión de los cristianos cada vez más plena; y para vosotros, queridos recién casados, una ocasión para vivir aún más la dimensión doméstica con un solo corazón y un alma sola. Imparto a todos mi bendición.



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