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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de diciembre de 1998

 

1. «Oh Emmanuel, Dios con nosotros, esperado de los pueblos y su libertador: ven a salvarnos con tu presencia».

Así la liturgia nos invita a invocar al Señor hoy, antevíspera de la santa Navidad, mientras el Adviento está a punto de concluir.

Hemos revivido en estas semanas la espera de Israel, testimoniada en numerosas páginas de los profetas: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Sobre los que vivían en tierra de sombras brilló una luz» (Is 9, 1-2). Mediante la encarnación del Verbo, el Creador ha sellado con los hombres un pacto de alianza eterna: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

¡Cómo no dar gracias al Padre, que nos da su Hijo, el predilecto, en quien se complace (cf. Mt 3, 17), poniendo en el pequeño seno de una criatura a aquel que el universo entero no puede contener!

2. En el silencio de la Noche santa, el misterio de la maternidad divina de María revela el rostro luminoso y acogedor del Padre. Sus rasgos de tierna solicitud hacia los pobres y los pecadores ya se hallan dibujados en el inerme Niño que yace en la cueva entre los brazos de la Virgen Madre.

Amadísimos hermanos y hermanas, os deseo a cada uno de vosotros y a vuestros seres queridos una feliz y santa Navidad. La luz del Redentor, que viene a revelarnos el rostro tierno y misericordioso del Padre, brille en la vida de todos los creyentes y traiga al mundo el don de la paz divina.


Saludos

Dentro de unos días celebraremos la Navidad, fiesta entrañable para los cristianos y que forma parte del patrimonio religioso y cultural de todos. En estos días se manifiestan los más nobles sentimientos que anidan en el corazón humano, creando ese ambiente de alegría y gozo, de bondad y solidaridad, tradicional de estas fechas.

Que en estas fiestas, la fe en Jesucristo, el único Salvador de los hombres, os aliente a vivir más intensamente el amor en las familias, en los pueblos y en las naciones, hasta extenderse al mundo entero. Os deseo a todos una Santa y Feliz Navidad, así como un nuevo año, lleno de gozo y de las bendiciones de Dios, Padre de bondad y misericordia.

(En italiano)
Queridos jóvenes, acercaos al misterio de Belén con los mismos sentimientos de fe y humildad que tuvo María. Queridos enfermos, que Dios os conceda en la Navidad la alegría y la paz íntima que Jesús viene a traer al mundo. Queridos recién casados, disponeos a contemplar asiduamente el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, para que, imitando las virtudes practicadas en ella, recorráis el camino de vida familiar que acabáis de empezar.

* * * *

Palabras del Papa a los polacos durante la audiencia

Queridos compatriotas:

1. Doy una cordial bienvenida a todos los presentes en esta audiencia, que es asimismo nuestro tradicional encuentro de la víspera de Navidad. En este momento también me uno espiritualmente a los polacos que viven en la patria y en el mundo entero. Doy las gracias a todos los que participan en este encuentro y abrazo con mi oración a toda nuestra patria.

2. «Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3,?16). Reflexionemos un poco en estas palabras del evangelio de san Juan. No sólo nos hablan del infinito amor de Dios al hombre, sino también de la grandeza y la dignidad del hombre mismo. La generosidad de Dios, manifestada desde el inicio de la creación, alcanza su culmen en Jesucristo. Dios se hizo hombre y nació de la Virgen indefenso, fue envuelto en pañales y colocado en un pesebre, porque no hab ía sitio para él en una posada. «Se despojó de su rango —como escribe san Pablo— y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos» (Flp 2, 7). Nunca comprenderemos plenamente este misterio de humillación extrema. Con este acontecimiento, que conocemos tan bien por el evangelio, Dios entró en la historia del hombre para quedarse con nosotros hasta el fin. A lo largo de dos mil años, desde Belén se ha difundido por todo el mundo el gran mensaje de amor y reconciliación.

3. El nacimiento del Hijo de Dios nos muestra también la profunda verdad del hombre. En Cristo, precisamente en él, el hombre descubre su altísima vocación. Si Dios amó tanto el mundo que le dio su Hijo unigénito, lo hizo para que nosotros tuviéramos «vida eterna», a fin de que no caminemos ya en las tinieblas, sino que acojamos la luz. Un villancico polaco resume muy bien esta verdad: «Dios bajó del cielo a la tierra para llevar al cielo al género humano». Al venir al mundo en pobreza, quiso darnos su riqueza, haciéndonos hijos de Dios. Asumió la naturaleza humana, para asemejarse a nosotros y unirse de alguna manera a cada hombre, convirtiéndose realmente en uno de nosotros (cf. Gaudium et spes, 22).

4. Mañana, la tarde de la víspera, partiremos el pan blanco de la Navidad con nuestros seres queridos. Ojalá que esta hermosa tradición nos acerque los unos a los otros y dilate nuestros corazones. Al partir el pan blanco de Navidad, un pan que es don de Dios y fruto del trabajo del hombre, abrámonos recíprocamente, abrámonos con generosidad a todos los demás hombres, especialmente a aquellos hermanos nuestros que viven solos, olvidados o en la indigencia, y tal vez en la miseria, a los que no tienen vivienda o trabajo. Que esta cena de la víspera de Navidad se transforme en un verdadero «banquete de amor».

Contemplemos al divino Niño, Salvador del mundo; aprendamos de él el amor, la bondad y la sensibilidad. Aprendamos la responsabilidad por el destino de todo hombre y de toda vida humana. Estos son mi deseos, en el umbral del gran jubileo del año 2000, para todos los presentes, y en particular para el arzobispo Szczepan Wesoly, para el señor embajador de la República de Polonia ante la Santa Sede y para todos mis compatriotas del mundo entero. Estos son mis deseos también para toda la Iglesia que está en Polonia, para los obispos, para el cardenal primado, para los sacerdotes, para los consagrados, para las parroquias, para las diócesis, para todos, sin excluir a nadie. Quisiera que estos deseos llegaran a toda casa y a toda familia, a todos los hombres de buena voluntad.



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