VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE NUESTRA SEÑORA DE CZESTOCHOWA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 25 de febrero de 1979
1. Expreso mi particular alegría por la visita de hoy a esta parroquia romana del barrio La Rústica, dedicada a Nuestra Señora de Czestochowa. Al venir aquí, doy comienzo a la visita canónica que después continuará el obispo mons. Giulio Salimei, el cual tiene especialmente encomendado el cuidado pastoral del sector Este de Roma.
Mi alegría se vuelve todavía más grande por el recuerdo tan vivo en mi mente y en mi corazón del día en que vine aquí junto con el cardenal Stefan Wyszynski y otros obispos polacos, que participaban en las últimas sesiones del Concilio Vaticano II en 1965. A la vez se acercaba el jubileo del primer milenio del bautismo de Polonia, y el Papa Pablo VI decidió resaltar también en Roma aquel gran acontecimiento del pueblo y de la Iglesia polaca. Precisamente por esto dispuso que fuera construida una iglesia dedicada a la Virgen de Czestochowa en el territorio de la parroquia que en aquellos meses se proyectaba para salir al encuentro de las exigencias espirituales y pastorales de esta zona, que entonces estaba marginada de la ciudad y a la que se aplicaba bien el nombre de "rústica".
Recuerdo que cuando vinimos por vez primera a este lugar, precisamente durante el Concilio, aún había aquí campos espaciosos y las casas aparecían ya en el horizonte.
Pero rápidamente comenzaron las obras de la iglesia parroquial; suspendidas enseguida, sólo se reanudaron en 1969, y por fin en octubre de 1971 tuvo lugar la consagración de la nueva iglesia por parte del cardenal Wyszynski, también con participación mía.
Queridísimos hermanos y hermanas: En la lectura de hoy leemos que San Pablo se dirige a los corintios llamándolos «carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída de todos los hombres» (2 Cor 3, 2). Refiriéndome a estas palabras quiero decir que también vuestra parroquia y la iglesia son tal carta escrita profundamente en el corazón del desaparecido Papa Pablo VI y de todo el Episcopado polaco. Ella nació de esta singular inscripción «en los corazones» y de una gran fe. Por eso mi emoción es particularmente profunda al venir aquí por vez primera como sucesor de Pablo VI y, al mismo tiempo, como testigo de los orígenes de vuestra querida parroquia.
2. San Pablo dirigiéndose a los fieles de Corinto escribe que ellos son «una carta de Cristo, expedida por nosotros mismos, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne» (2Cor 3, 3).
Mucho tiempo antes Dios-Yavé había dado sus mandamientos a Moisés sobre el Monte Sinaí en tablas de piedra. Pero los había dado para que continuamente fuesen escritos «en las tablas de carne de vuestros corazones», es decir, de los corazones humanos. Por esto Dios no se detuvo en la revelación de sus mandamientos al Pueblo de Dios, sino que envió al Hijo para dar testimonio de su amor hacia nosotros. Y precisamente este Hijo, Jesucristo, escribe en nuestros corazones: escribe con la elocuencia de su vida, de su Evangelio, de su misericordia para con los pecadores, de su bondad para los niños y los hombres que sufren. Jesucristo escribe en nuestros corazones con la fuerza del Espíritu Santo, que nos consiguió en la cruz, para que nosotros, hombres, seamos sensibles y estemos abiertos a la acción del Dios viviente. Aunque el hombre se alejara de Dios, como la esposa infiel de la que habla hoy el Profeta Oseas, Dios no dejaría de buscarlo con su amor. Jesucristo busca a cada oveja perdida para mostrarle el camino y restituirla a la vida.
De modo magnífico dan testimonio de esto las palabras del Salmo responsorial de hoy:
«El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
»El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas».
3. La Iglesia da testimonio del amor que Dios tiene a cada hombre, y por esto, como Cristo-Pastor, va al encuentro de los hombres dondequiera se encuentren.
Así también Ella va continuamente al encuentro de todos los habitantes de este barrio, tanto de los que vinieron antes, cómo de los que llegan ahora de diversas partes.
Conozco las fatigas de la mayor parte de vosotros, que sois obreros de las industrias vecinas, o de la construcción. Sé bien que la parroquia se ha formado gradualmente con habitantes de inmigración, en un barrio que incluso hoy no goza por desgracia de todos los servicios sociales. Mi deseo cordial es que crezca plenamente también vuestra vida de ciudadanos y que se hagan realidad las exigencias más conformes con vuestra dignidad humana. Para esto se ingenian ya, aunque desde un punto de vista religioso, los responsables directos de la pastoral parroquial, los beneméritos padres benedictinos silvestrinos y todos sus dignos colaboradores en la catequesis, en los contactos con las familias, en la atención a los enfermos. ¡La predicación del Evangelio nunca está separada de una sana promoción humana!
Hemos escuchado en el Evangelio de hoy dos comparaciones: «Nadie cose un pedazo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues el remiendo nuevo se llevaría lo viejo, y la rotura se haría mayor. Ni echa nadie vino nuevo en cueros viejos, pues el vino rompería los cueros, y se perderían vino y cueros; el vino nuevo se echa en cueros nuevos» (Mc 2, 21-22).
Hay una gran sabiduría práctica y una gran prudencia en estas dos comparaciones. La Iglesia se inspira en este principio para su actividad pastoral. Cuando se crea un nuevo ambiente humano, un barrio nuevo, surge también una parroquia nueva, porque no se puede «echar vino nuevo en cueros viejos» y «nadie cose un pedazo de paño sin tundir en un vestido viejo».
4. El Obispo de Roma desea hoy a la parroquia de la Virgen de Czestochowa del barrio La Rústica —parroquia joven— que se desarrolle en ella una vida nueva en plenitud.
Los hombres que vinieron aquí construyeron las casas; en estas casas entraron las familias. Se fijaron cuadros en las paredes, acaso también un cuadra religioso predilecto: de Jesucristo, de su Madre. La vida humana tiene necesidad absoluta de casa humana.
También la parroquia es una familia. Su casa es este templo; «el tabernáculo de Dios entre los hombres» (Ap 21, 3). En esta casa se encuentra el cuadro de la Virgen de Czestochowa en puesto central signo de la presencia de la Madre al lado del Hijo, en la proximidad de su Tabernáculo.
Amad la casa de vuestra familia.
Amad también esta casa, en la que Dios habita con vosotros.
La vida humana que se desarrolla en tantas casas encuentra aquí su punto central.
¡Reuníos aquí en oración! Reuníos en la mesa de la Palabra divina y de la Eucaristía.
Reuníos ante la Madre que con su mirada os habla de este gran amor con que el Padre os amó en Cristo.
«Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios».
La visita canónica que hoy he comenzado y que después continuará el obispo mons. Salimei, os sirva de ayuda para la unificación de vuestra parroquia y para la consolidación de la vida cristiana en ella.
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