PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA
SANTA MISA Y ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Czestochowa - Jasna Gora
Lunes 4 de junio de 1979
1. "Virgen santa, que defiendes la clara Czestochowa...". Me vienen de nuevo a la mente estas palabras del poeta Mickiewicz, que, al comienzo de su obra Pan Tadeusz, en una invocación a la Virgen ha expresado lo que palpitaba y palpita en el corazón de todos los polacos, sirviéndose del lenguaje de la fe y del de la tradición nacional. Tradición que se remonta a unos 600 años, esto es, a los tiempos de la Reina Santa Eduvigis, en los albores de la dinastía Jagellónica.
La imagen de Jasna Góra expresa una tradición, un lenguaje de fe, todavía más antiguo que nuestra historia, y refleja, al mismo tiempo, todo el contenido de la "Bogurodzica" que meditamos ayer en Gníezno, recordando la misión de San Wojciech (San Adalberto) y remontándonos a los primeros momentos del anuncio del Evangelio en tierra polaca.
La que una vez había hablado con el canto, ha hablado después con esta imagen suya, manifestando a través de ella su presencia materna en la vida de la Iglesia y de la patria. La Virgen de Jasna Góra ha revelado su solicitud materna para cada una de las almas; para cada una de las familias; para cada uno de los hombres que vive en esta tierra, que trabaja, lucha y cae en el campo de batalla, que es condenado al exterminio, que lucha consigo mismo, que vence o pierde; para cada uno de los hombres que debe dejar el suelo patrio para emigrar, para cada uno de los hombres...
Los polacos se han acostumbrado a vincular a este lugar y a este santuario las numerosas vicisitudes de su vida: los diversos momentos alegres o tristes, especialmente los momentos solemnes, decisivos, los momentos de responsabilidad, como la elección de la propia dirección de la vida, la elección de la vocación, el nacimiento de los propios hijos, los exámenes de madurez... y tantos otros momentos. Se han acostumbrado a venir con sus problemas a Jasna Góra, para hablar de ellos a la Madre celeste, la que tiene aquí no sólo su imagen, su efigie —una de las más conocidas y veneradas en el mundo—, sino que está aquí particularmente presente. Está presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como enseña el Concilio. Está presente para todos y cada uno de los que peregrinan hacia Ella, aunque sólo sea con el alma y el corazón, cuando no pueden hacerlo físicamente. Los polacos están habituados a esto. Están habituados incluso los pueblos afines, naciones limítrofes. Cada vez más llegan aquí hombres de toda Europa y de más allá de ella.
El cardenal primado, en el curso de la gran novena, se expresaba sobre el significado del santuario de Czestochowa en relación a la vida de la Iglesia con estas palabras: "¿Qué ha sucedido en Jasna Góra? Hasta este momento no estamos en disposición de dar una respuesta adecuada. Ha sucedido algo más de lo que se podía imaginar... Jasna Góra se ha revelado como un vínculo interno en la vida polaca, una fuerza que toca profundamente el corazón y tiene a toda la nación en humilde, pero fuerte actitud de fidelidad a Dios, a la Iglesia y a su jerarquía. Para todos nosotros ha sido una gran sorpresa ver la potencia de la Reina de Polonia manifestarse de modo tan magnífico".
No es extraño, pues, que también yo venga hoy aquí.
En efecto, he llevado conmigo desde Polonia a la Cátedra de San Pedro en Roma, esta "santa costumbre" del corazón, elaborada por la fe de tantas generaciones, comprobada por la experiencia cristiana de tantos siglos y profundamente arraigada en mi alma.
2. Varias veces vino aquí el Papa Pío XI, naturalmente no como Papa, sino como Achille Ratti, primer Nuncio en Polonia después de la reconquista de la independencia. Cuando, después de la muerte de Pío XII, fue elegido para la Cátedra de Pedro el Papa Juan XXIII, las primeras palabras que el nuevo Pontífice dirigió al primado de Polonia, después del Cónclave, se referían a Jasna Góra. Recordó sus visitas aquí, durante los años de su Delegación Apostólica en Bulgaria, y pidió sobre todo una oración incesante a la Madre de Dios, por las intenciones inherentes a su nueva misión. Su petición fue satisfecha cada día en Jasna Góra, y no sólo durante su pontificado, sino también durante el de sus sucesores.
Todos sabemos cuánto deseó venir aquí en peregrinación el Papa Pablo VI, tan vinculado a Polonia desde el tiempo de su primer cargo diplomático en la Nunciatura de Varsovia. El Papa que tanto se afanó por normalizar la vida de la Iglesia en Polonia, particularmente en cuanto concierne al actual orden de las tierras del Oeste y del Norte. ¡El Papa de nuestro milenio! Precisamente quería encontrarse aquí como peregrino para este milenio, junto a los hijos e hijas de la nación polaca.
Después que el Señor llamó a Sí al Papa Pablo VI en la solemnidad de la Transfiguración del año pasado, los cardenales eligieron a su sucesor el 26 de agosto, día en que en Polonia, sobre todo en Jasna Góra, se celebra la solemnidad de la Virgen de Czestochowa. La noticia de la elección del nuevo Pontífice Juan Pablo I fue comunicada a los fieles por el obispo de Czestochowa, precisamente durante la celebración vespertina.
¿Qué debo decir de uní, a quien, después del pontificado de apenas 33 días de Juan Pablo I, correspondió, por inescrutable designio de la Providencia, aceptar la heredad y la sucesión apostólica en la Cátedra de San Pedro, el 16 de octubre de 1978? ¿Qué debo decir yo, primer Papa no italiano después de 455 años? ¿Qué debo decir yo, Juan Pablo II, primer Papa polaco en la historia de la Iglesia? Os diré: ese 16 de octubre, en que el calendario litúrgico de la Iglesia en Polonia recuerda a Santa Eduvigis, recordé el 26 de agosto, el Cónclave precedente y la elección acaecida en la solemnidad de la Virgen de Jasna Góra. No sentí siquiera la necesidad de decir, como mis predecesores, que contaba con las oraciones depositadas ante la imagen de Jasna Góra. La llamada de un hijo de la nación polaca a la Cátedra de Pedro contiene un evidente y fuerte vínculo con este lugar santo, con este santuario de gran esperanza: Totus tuus, había susurrado tantas veces en la oración ante esta imagen.
3. Y he aquí que hoy estoy de nuevo con vosotros todos, queridísimos hermanos y hermanas: con vosotros, queridísimos compatriotas, contigo, cardenal primado de Polonia, con todo el Episcopado, al que he pertenecido durante más de 20 años como obispo, arzobispo metropolitano de Cracovia, como cardenal. Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar, en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la patria en el corazón de la Madre. En efecto, Jasna Góra es no sólo meta de peregrinación para los polacos de la madre patria y de todo el mundo, sino también el santuario de la nación. Es necesario prestar atención a este lugar santo para sentir cómo late el corazón de la nación en el corazón de la Madre. Este corazón, en efecto, late, como sabemos, con todas las citas de la historia, con todas las vicisitudes de la vida nacional: en efecto, ¡cuántas veces ha vibrado con los gemidos de los sufrimientos históricos de Polonia, pero también con los gritos de alegría y de victoria! La historia de Polonia se puede escribir de diversos modos; especialmente la de los últimos siglos se puede interpretar en clave diversa. Sin embargo, si queremos saber cómo interpreta esta historia el corazón de los polacos, es necesario venir aquí, es necesario sintonizar con este santuario, es necesario percibir el eco de la vida de toda la nación en el corazón de su Madre y Reina. Y si este corazón late con tono de inquietud, si resuenan en él los afanes y el grito por la conversión y el reforzamiento de las conciencias. es necesario acoger esta invitación. Nace del amor materno, que a su modo forma los procesos históricos en la tierra polaca.
Los últimos decenios han confirmado y hecho más intensa esta unión entre la nación polaca y su Reina. Ante la Virgen de Czestochowa fue pronunciada la consagración de Polonia al Corazón Inmaculado de María, el 8 de septiembre de 1946. Diez años después, se renovaron en Jasna Góra los votos del Rey Jan Kazimierz, en el 300 aniversario de cuando él, después de un periodo de "diluvio" (invasión de los suecos en el siglo XVIII) proclamó a la Madre de Dios Reina del reino polaco. En esa efemérides comenzó la gran novena de nueve años, como preparación al milenio del bautismo de Polonia. Y finalmente, el mismo año del milenio, el 3 de mayo de 1966, aquí, en este lugar, el primado de Polonia pronunció el acto de total esclavitud a la Madre de Dios, por la libertad de la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. Este acto histórico fue pronunciado aquí, ante Pablo VI, físicamente ausente, pero presente en espíritu, como testimonio de esa fe viva y fuerte, que esperan y exigen nuestros tiempos. El acto habla de la "esclavitud" y esconde en sí una paradoja semejante a las palabras del Evangelio, según las cuales, es necesario perder la propia vida para encontrarla de nuevo (cf. Mt 10, 39). En efecto, el amor constituye la perfección de la libertad, pero, al mismo tiempo, "el pertenecer", es decir, el no ser libres, forma parte de su esencia. Pero este "no ser libres" en el amor, no se concibe como una esclavitud, sino como una afirmación de libertad y como su perfección. El acto de consagración en la esclavitud indica, pues, una dependencia singular y una confianza sin limites. En este sentido la esclavitud (la no-libertad) expresa la plenitud de la libertad. del mismo modo que el Evangelio habla de la necesidad de perder la vida para encontrarla de nuevo en su plenitud.
Las palabras de este acto, pronunciadas con el lenguaje de las experiencias históricas de Polonia, de sus sufrimientos y también de sus victorias, encuentran su resonancia precisamente en este momento de la vida de la Iglesia y del mundo, después de la clausura del Concilio Vaticano II, que —como justamente pensamos— ha abierto una nueva era. Ha iniciado una época de conocimiento profundo del hombre, de sus "gozos y esperanzas y también de sus tristezas y angustias", como afirman las primeras palabras de le Constitución pastoral Gaudium et spes. La Iglesia, consciente de su gran dignidad y de su vocación magnifica en Cristo, desea ir al encuentro del hombre. La Iglesia desea responder a los eternos y a la vez siempre actuales interrogantes de los corazones y de la historia humana, y por esto realizó durante el Concilio una obra de conocimiento profundo de sí misma, de la propia naturaleza, de la propia misión, de los propios deberes. El 3 de mayo de 1966 el Episcopado polaco añade a esta obra fundamental del Concilio el propio acto de Jasna Góra: la consagración a la Madre de Dios por la libertad de la Iglesia en el mundo y en Polonia. Es un grito que parte del corazón y de la voluntad: grito de todo el ser cristiano, de la persona y de la comunidad por el pleno derecho de anunciar el mensaje salvífico; grito que quiere hacerse universalmente eficaz arraigándose en la época presente y en la futura. ¡Todo por medio de María! Esta es la interpretación auténtica de la presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como proclama el capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium. Esta interpretación se ajusta a la tradición de los Santos, como Bernardo de Claraval, Grignon de Montfort, Maximiliano Kolbe.
4. El Papa Pablo VI aceptó este acto de consagración como fruto de la celebración del milenio polaco en Jasna Góra, como da fe de ello su Bula, que se encuentra junto a la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa. Hoy su indigno sucesor, viniendo a Jasna Góra, desea renovarlo el día después de Pentecostés, precisamente mientras en toda Polonia se celebra la fiesta de la Madre de la Iglesia. Por primera vez el Papa celebra esta solemnidad expresando junto con vosotros, venerables y queridísimos hermanos, el reconocimiento a su gran predecesor que, desde los tiempos del Concilio, comenzó a invocar a María con el título de Madre de la Iglesia.
Este título nos permite penetrar en todo el misterio de María, desde el momento de la Inmaculada Concepción, a través de la Anunciación, la Visitación v el Nacimiento de Jesús en Belén, hasta el Calvario. El nos permite a todos nosotros encontrarnos de nuevo —como nos lo recuerda la lectura de hoy— en el Cenáculo, donde los Apóstoles junto con María, Madre de Jesús, perseverando en oración, esperando, después de la Ascensión del Señor, el cumplimiento de la promesa, es decir, la venida del Espíritu Santo, para que pueda nacer la Iglesia. En el nacimiento de la Iglesia participa de modo particular Aquella a quien debemos el nacimiento de Cristo. La Iglesia, nacida una vez en el Cenáculo de Pentecostés, continúa naciendo en cada cenáculo de oración. Nace para convertirse en nuestra Madre espiritual a semejanza de la Madre del Verbo Eterno. Nace para revelar las características y la fuerza de esa maternidad —maternidad de la Madre de Dios—, gracias a la cual podemos "ser llamados hijos de Dios, y serlo realmente" (1 Jn 3, 1). De hecho, la paternidad santísima de Dios, en su economía salvífica, se ha servido de la maternidad virginal de su humilde esclava, para realizar en los hijos del hombre la obra del Autor divino.
Queridos compatriotas, venerables y queridísimos hermanos en el Episcopado, Pastores de la Iglesia en Polonia, ilustrísimos huéspedes y vosotros, fieles todos, permitid que, corno Sucesor de San Pedro, hoy aquí presente con vosotros, confíe toda la Iglesia a la Madre de Cristo, con la misma fe viva, con la misma esperanza heroica, con que lo hicimos el día memorable del 3 de mayo del milenio polaco.
Permitid que yo traiga aquí, como he hecho hace tiempo en la basílica romana de Santa María la Mayor y después en México, en el santuario de Guadalupe, los misterios de los corazones, los dolores y los sufrimientos y, en fin, las esperanzas y esperas de estos últimos años del siglo XX de la era cristiana.
Permitid que confíe todo esto a María.
Permitid que se lo confíe de modo nuevo y solemne.
Soy hombre de gran confianza.
He aprendido a serlo aquí.
* * *
"Gran Madre de Dios hecho hombre, Virgen Santísima, Señora nuestra de Jasna Góra...".
Con estas palabras los obispos polacos se dirigieron tantas veces a Ti en Jasna Góra, llevando en el corazón las experiencias y las penas, las alegrías y los dolores, y sobre todo la fe, la esperanza y la caridad de sus compatriotas.
Me sea lícito comenzar hoy con las mismas palabras el nuevo acto de consagración a Nuestra Señora de Jasna Góra, que nace de la misma fe, esperanza y caridad, de la tradición de nuestro pueblo, de la que he participado tantos años, y al mismo tiempo nace de los nuevos deberes que, gracias a Ti, oh María, me han sido confiados a mi. hombre indigno y al mismo tiempo tu hijo adoptivo.
Me decían tanto siempre las palabras que tu Hijo unigénito, Jesucristo, Redentor del hombre, dirigió desde lo alto de la cruz, indicando a Juan, Apóstol y Evangelista: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19. 26). En estas palabras encontraba siempre señalado el puesto para cada uno de los hombres y para mí mismo.
Hoy, por los inescrutables designios de la Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia, deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos, entregándose a Ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor", querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia, no sólo en la propia patria, sino en todo el mundo. Algunos años después, el 7 de junio de 1976, ellos te han consagrado toda la humanidad, todas las naciones y los pueblos del mundo contemporáneo, a sus hermanos cercanos por la fe, la lengua y los destinos comunes de la historia, extendiendo esta consagración hasta los más lejanos limites del amor, como lo exige tu Corazón: Corazón de Madre que abraza a cada uno y a todos en cualquier parte y siempre.
Deseo hoy, al llegar a Jasna Góra como primer Papa-peregrino, renovar este patrimonio de confianza, de consagración y de esperanza, que aquí con tanto entusiasmo han acumulado mis hermanos en el Episcopado y mis compatriotas.
Y, por tanto, te confío, oh Madre de la Iglesia, todos los problemas de esta Iglesia; toda su misión, todo su servicio. mientras está para concluir el segundo milenio de la historia del cristianismo en la tierra.
¡Esposa del Espíritu Santo y Trono de la Sabiduría! A tu intercesión debemos la magnífica visión y el programa de renovación de la Iglesia en nuestra época, que ha encontrado su expresión en la enseñanza del Concilio Vaticano II. Haz que hagamos de esta visión y de este programa el objeto de nuestra acción, de nuestro servicio, de nuestra enseñanza, de nuestra pastoral, de nuestro apostolado, en la misma verdad, sencillez y fortaleza con que nos lo ha hecho conocer el Espíritu Santo en nuestro humilde servicio. Haz que toda la Iglesia se regenere, tomando de esta nueva fuente el conocimiento de la propia naturaleza y misión, no de otras "cisternas" extrañas o envenenadas (cf. Jer 8, 14).
Ayúdanos en este gran esfuerzo que estamos realizando para encontrarnos de modo cada vez más maduro con nuestros hermanos en la fe, a los que nos unen tantas cosas, aunque todavía haya algo que nos separa. Haz que a través de todos los medios del conocimiento, del respeto recíproco, del amor, de la colaboración común en diversos campos, podamos descubrir gradualmente el plan divino de esa unidad en la que debemos entrar nosotros e introducir a todos, para que el único redil de Cristo reconozca y viva su unidad en la tierra. ¡Oh Madre de !a unidad, enséñanos siempre los caminos que llevan a ella!
Permítenos caminar en el futuro al encuentro de todos los hombres y de todos los pueblos, que por vías de religiones diversas buscan a Dios y quieren servirlo. Ayúdanos a todos a anunciar a Cristo y a manifestar "la fuerza y la sabiduría divina" (1 Cor 1, 24) escondida en su cruz. ¡Tú que lo manifestaste la primera en Belén no sólo a los pastores sencillos y fieles, sino también e los sabios de países lejanos!
¡Madre del Buen Consejo! Indícanos siempre cómo debemos servir al hombre, a la humanidad en cada nación, cómo conducirla por los caminos de le salvación. Cómo proteger la justicia y la paz en el mundo. amenazado continuamente por varias partes. Cuán vivamente deseo, con ocasión de este encuentro de hoy, confiarte todos estos difíciles problemas de la sociedad, de los sistemas y de los Estados, problemas que no pueden resolverse con el odio, la guerra y la autodestrucción, sino sólo con la paz. la justicia. el respeto a los derechos de los hombres y de las naciones.
¡Oh Madre de la Iglesia! ¡Haz que la Iglesia goce de libertad y de paz para cumplir su misión salvífica. y que para este fin se haga madura con una nueva madurez de fe y de unidad interior! ¡Ayúdanos a vencer las oposiciones y las dificultades! ¡Ayúdanos a descubrir de nuevo toda la sencillez y la dignidad de la vocación cristiana! Haz que no falten "los obreros en la viña del Señor". ¡Santifica a las familias! ¡Vela sobre el alma de los jóvenes y sobre el corazón de los niños! Ayuda a superar las grandes amenazas morales que afectan a los ambientes fundamentales de la vida y del amor. Obtén para nosotros la gracia de renovarnos continuamente, a través de toda la belleza del testimonio dado por la cruz y la resurrección de tu Hijo.
Oh, Madre, cuántos problemas habría debido presentarte en este encuentro, detallándolos uno por uno. Te los confío todos, porque Tú los conoces mejor que nosotros y los tomas a tu cuidado.
Lo hago en el lugar de la gran consagración, desde el que se abraza no sólo a Polonia, sino a toda la Iglesia en las dimensiones de países y continentes: toda la Iglesia en tu Corazón materno.
Oh Madre, te ofrezco y te confío aquí, con inmensa confianza, la Iglesia entera, de la que soy el primer servidor. Amén.
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