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VIGILIA PASCUAL EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado Santo, 5 de abril de 1980

 

1. Cristo, Hijo del Dios vivo.

Aquí estamos nosotros, tu Iglesia: el Cuerpo de tu Cuerpo y de tu Sangre; estamos aquí, velamos.

Ya fue una noche santa la noche de Belén, cuando fuimos llamados por la voz de lo alto, e introducidos por los pastores en la gruta de tu nacimiento. Entonces velamos a media noche, reunidos en esta Basílica, acogiendo con alegría la Buena Nueva de que habías venido al mundo desde el seno de la Virgen-Madre; de que te habías hecho hombre semejante a nosotros, tú, que eres "Dios de Dios, Luz de Luz", no creado como cada uno de nosotros, sino "de la misma naturaleza que el Padre", engendrado por El antes de todos los siglos.

Hoy estamos de nuevo aquí nosotros, tu Iglesia; estamos junto a tu sepulcro; velamos.

Velamos, para preceder a aquellas mujeres, "que muy de mañana" fueron a la tumba, llevando consigo "los aromas que habían preparado" (cf. Lc 24, 1), para ungir tu cuerpo que había sido puesto en el sepulcro anteayer.

Velamos para estar junto a tu tumba, antes, de que venga aquí Pedro traído por las palabras de las tres mujeres; antes de que venga Pedro, que, inclinándose, verá solamente los lienzos (Lc 24, 12); y volverá a los Apóstoles "admirado de lo ocurrido" (Lc 24, 12).

Y había ocurrido lo que habían escuchado las mujeres: María Magdalena, Juana y María de Santiago, cuando llegaron a la tumba y encontraron removida la piedra del sepulcro, "y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús" (Lc 24, 3). En ese momento por vez primera, en esa tumba vacía, en la que anteayer fue colocado tu cuerpo, resonó la palabra: "¡Ha resucitado!" (Lc 24, 6).

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado. Acordaos cómo os habló estando aún en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre había de ser entregado en poder de los pecadores, y ser crucificado, y resucitar al tercer día" (Lc 24, 5-7).

Por esto estamos aquí ahora. Por esto velamos. Queremos preceder a las mujeres y a los Apóstoles. Queremos estar aquí, cuando la sagrada liturgia de esta noche haga presente tu victoria sobre la muerte. Queremos estar contigo, nosotros, tu Iglesia, el Cuerpo de tu Cuerpo y de tu Sangre derramada en la cruz.

2. Somos tu Cuerpo. Somos tu Pueblo. Somos muchos. Nos reunimos en muchos lugares de la  tierra esta noche de la Santa Vigilia, junto a tu tumba, lo mismo que nos reunimos, la noche de tu nacimiento, en Belén. Somos muchos, y a todos nos une la fe, nacida de tu Pascua, de tu Paso a través de la muerte a la nueva vida, la fe nacida de tu resurrección.

"Esta noche es santa para nosotros". Somos muchos, y a todos nos une un solo bautismo.

El bautismo que nos sumerge en Jesucristo (cf. Rom 6, 3).

Mediante este bautismo "que nos sumerge en tu muerte", juntamente contigo, Cristo, hemos sido sepultados "en la muerte, para que como Cristo resucitó de entre los muertos por la  gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom 6, 4).

Sí. Tu" resurrección, Cristo, es la gloria del Padre.

Tu resurrección revela la gloria del Padre, al que en el momento de la muerte, te has confiado hasta el fin, entregando tu espíritu con estas palabras: "Padre, en tus manos" (Lc 23, 46). Y contigo nos has confiado también a todos nosotros, al morir en la cruz como Hijo del Hombre: nuestro Hermano y Redentor. En tu muerte has devuelto al Padre nuestra muerte humana, le has devuelto el ser de cada uno de los hombres, que está signado por la muerte.

He aquí que el Padre te devuelve a ti, Hijo del hombre, esta vida que le habías confiado hasta el fin. Resucitas de entre los muertos gracias a la gloria del Padre. En la resurrección es glorificado el Padre, y tú serás glorificado en el Padre, al que has confiado hasta el fin tu vida en la muerte: eres glorificado con la Vida. Con la Vida nueva. Con misma vida y, al mismo tiempo, nueva.

Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, a quien el Padre ha glorificado con la resurrección y con la vida, en medio de la historia del hombre. En tu muerte has devuelto al Padre el ser de cada uno de nosotros, la vida de cada uno de los hombres, que está signada por la necesidad de la muerte, para que en tu resurrección cada uno pudiera adquirir de nuevo la conciencia y la certeza de entrar, por ti y contigo, en la Vida nueva.

"Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 5).

3. Estamos muchos velando, esta noche, junto a tu sepulcro. A todos nos une "una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos" (cf. Ef 4, 5-6).

Nos une la esperanza de la resurrección, que brota de la unión de la vida, en que queremos permanecer con Jesucristo.

Nos alegramos por esta Noche Santa junto con aquellos que han recibido el bautismo. Es la misma alegría que han  vivido los discípulos y los confesores de Cristo en la noche de la resurrección, durante el curso de tantas generaciones. La alegría de los catecúmenos sobre los cuales se ha derramado el agua del bautismo, y la gracia de la unión con Cristo en su muerte y resurrección.

Es la alegría de la vida que en la noche de la resurrección compartimos recíprocamente entre nosotros como el misterio más profundo de nuestros corazones y la deseamos a cada uno de los hombres.

"La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré, para contar las hazañas del Señor" (Sal 117 [118] 16-17).

Cristo, Hijo del Dios vivo, acepta de nosotros esta Santa Vigilia en la noche pascual y concédenos esa alegría de la vida nueva, que llevamos en nosotros, que sólo Tú puedes dar al corazón humano:

Tú, Resucitado

Tú, nuestra Pascua

 



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