Index   Back Top Print

[ ES  - IT  - PT ]

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA MARÍA «IN TRASTEVERE»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 27 de abril de 1980

 

1. "Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores" (Sal 99 [100] 2).

Estas palabras de la liturgia de hoy vienen con insistencia a mis labios, al encontrarme entre los nobles muros de este templo, que es el centro de vuestra parroquia y le da nombre. La basílica de Santa María en Trastévere es una iglesia que conozco bien; es la iglesia en la que he estado y he rezado más de una vez. En efecto, se trata de un templo fuertemente vinculado a la historia de la Iglesia en Polonia, a mi patria. Aquí, en el año 1579 fueron sepultados los restos mortales del gran cardenal Stanislaw Hozjusz, obispo de Warmia, que fue uno de los Legados Pontificios en el Concilio de Trento, dando una conspicua aportación personal para el robustecimiento de la fe y de la Iglesia. En el monumento fúnebre se leen sus célebres palabras: "Chatolicus non est qui a Romana Ecclesia in fidei doctrina discordat" (No es católico el que en la doctrina de la fe está en desacuerdo con la Iglesia de Roma). Entre las antiguas pinturas del atrio del pórtico de la basílica se admira una Virgen con el Niño, y a San Wenceslao de Bohemia. Es sabido también que, desde hace más de un cuarto de siglo, la basílica de Santa María en Trastévere es la iglesia titular del cardenal Stefan Wyszynski, arzobispo de Gniezno y Varsovia, el gran primado de la Iglesia en Polonia en nuestros tiempos.

Por estos motivos he podido visitar muchas veces este noble templo, rezar aquí, celebrar el Santísimo Sacrificio o asistir a él, especialmente durante, el Concilio Vaticano II, y después en el período postconciliar. También he tenido ocasión de conocer los alrededores de la basílica y, por tanto, del ambiente de vuestra parroquia. He caminado frecuentemente a lo largo de estas calles, para asistir a diversas reuniones, en el cercano palacio de San Calixto, especialmente cuando participaba en los trabajos del Consejo para los Laicos.

2. Y por esto, mucho más cordialmente saludo hoy a vuestra comunidad: la parroquia que tiene el honor de llevar el nombre de Nuestra Señora del Trastévere y que aquí, en torno al templo, late con la múltiple vida de los hombres, de los habitantes, de los extranjeros, de los ciudadanos de esta ciudad y de sus visitantes. Es conocida la parte que el Trastévere ha tenido en la vida de la Roma antigua y medieval. También los edificios y las típicas calles estrechas de esta zona testimonian su antigüedad.

En este barrio, después de su matrimonio, vivió mucho tiempo, antes de fundar las Oblatas de la congregación benedictina del Monte Olivete, Santa Francisca Romana, nacida en 1384 y muerta el 1440. Ella transformó su rica morada transtiberina en casa para los necesitados y en hospital para los enfermos; iba mendigando, de puerta en puerta para los pobres, a través de las calles del Trastévere, ella que estaba emparentada con la noble familia de los Ponziani. La parroquia de Santa María en Trastévere se siente orgullosa de poder contar a esta gran Santa en su comunidad histórica; se siente orgullosa de poder llamar a Santa Francisca Romana "su parroquiana".

La visita pastoral estaba fijada para el 9 de marzo, día de la memoria litúrgica de la Santa. Por desgracia, como sabéis, entonces no pude venir aquí. Os renuevo mis excusas. Pero finalmente heme aquí con vosotros.

Deseo presentar mi afectuoso y fraterno saludo a todos los "transtiberinos", a los artesanos —trabajadores del cobre, del cuero, vidrieros, carpinteros, pintores—, a los artistas, a los profesionales, que componen la varia y simpática familia del Trastévere; a todos los seis mil feligreses y sus 1.650 familias.

Un fraterno saludo al párroco, el celoso mons. Teocle Bianchi que, desde hace 30 años, se da del todo incansablemente por el bien de vuestras almas; al coadjutor, don Carlo Monacchi, a los miembros del cabildo de la basílica, a los sacerdotes que, animados por un auténtico espíritu de servicio, prestan su aportación a las diversas iniciativas pastorales.

Un saludo a las comunidades religiosas masculinas que viven en el ámbito de la parroquia: los Franciscanos Menores Observantes, los Padres Barnabitas, los Siervos de María, los Padres Maronitas y los Claretianos; como también presento mi saludo a las numerosas comunidades religiosas femeninas —las Religiosas de la Inmaculada Concepción de Ivrea, las Terciarias Franciscanas Alcantarinas, las Religiosas de Nuestra Señora de Sión, las Religiosas inglesas de Jesús Niño, las Religiosas del Retiro del Sagrado Corazón, las Religiosas de la Divina Providencia—. Saludo, además, a las numerosas y tan beneméritas cofradías y archicofradías.

Un saludo cordial a los padres y madres de familia, que tratan de vivir cristianamente su vida de cada día, cargada de problemas y de preocupaciones; a los ancianos, a los enfermos, a los pobres de la parroquia, que necesitan de nuestra comprensión fraterna y de nuestra caridad eficiente. Un saludo muy especial a los jóvenes, a los muchachos y a los niños, esperanza de la parroquia. Quiero manifestarles en esta ocasión mi estímulo y el deseo de que sepan mirar al futuro, preparándose a él con empeño y serenidad, para ser cristianos, ejemplares y ciudadanos integérrimos.

Al hablar aquí, en estos lugares que acogieron desde los comienzos del cristianismo a los primeros Apóstoles y luego a tantos visitantes y peregrinos, quisiera recordar un aspecto que afecta especialmente al corazón del Obispo de Roma, Pontífice de la Iglesia universal. Se trata de la función internacional de la Iglesia, que se desarrolla precisamente aquí, en Roma, a través de tantas personas, Miembros de los organismos de la Curia o encargados del servicio en las múltiples Organizaciones Católicas Internacionales, que tienen aquí su sede o su secretariado: sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas. A estas personas, insertas en el corazón del servicio apostólico de la Iglesia en su dimensión universal, saludo agradecido:

3. La liturgia de este domingo está llena de la alegría pascual, cuya fuente es la resurrección de Cristo. Todos nosotros nos alegramos, de ser "su pueblo y ovejas de su rebaño". Nos alegramos y proclamamos "las grandezas de Dios" (Act 2, 11).

"Sabed que el Señor es Dios, que El nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 99 [100], 3).

Toda la Iglesia se alegra hoy porque Cristo resucitado es su Pastor: el Buen Pastor. De esta alegría participa cada una de las partes de este gran rebaño del Resucitado, cada una de las falanges del Pueblo de Dios, en toda la tierra. También vuestra parroquia romana en el Trastévere, que tengo la suerte de visitar como su Obispo, puede repetir estas palabras del Salmo, que resuena en la liturgia del IV domingo de Pascua:

"Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos..., porque el Señor es bueno..., su fidelidad por todas las edades" (Sal 99 [100], 4 s.).

4. Nosotros somos suyos.

La Iglesia, varias veces, propone a los ojos de nuestra alma la verdad sobre el Buen Pastor. También hoy escuchamos las palabras que Cristo dijo de Sí mismo: "Yo soy el Buen Pastor..., conozco mis ovejas y ellas me conocen" (Canto antes del Evangelio).

Cristo crucificado y resucitado ha conocido, de modo particular, a cada uno de nosotros y conoce a cada uno. No se trata sólo de un conocimiento "exterior", aunque sea muy esmerado, que permita describir e identificar un objeto determinado.

Cristo, Buen Pastor, nos conoce a cada uno de nosotros de manera distinta. En el Evangelio de hoy dice, a tal propósito, estas palabras insólitas: (el texto es breve y podemos repetirlo entero) "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, y no :perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me dio es mejor que todo, y nadie podrá arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 27 30).

Miremos hacia el Calvario donde fue alzada la cruz. En esta cruz murió Cristo, y después fue colocado en el sepulcro. Miremos hacia la cruz, en la que se ha realizado el misterio del divino "legado" y de la divina "heredad". Dios, que había creado al hombre, restituyó a ese hombre, después de su pecado —a cada hombre y a todos los hombres—, de modo particular, a su Hijo. Cuando el Hijo subió a la cruz, cuando en ella ofreció su sacrificio, aceptó simultáneamente al hombre confiándole a Dios, Creador y Padre. Aceptó y abrazó, con su sacrificio y con su amor, al hombre: a cada uno de los hombres y a todos los hombres. En la unidad de la Divinidad, en la unión con su Padre, este Hijo se hizo El mismo hombro, y he aquí que ahora, en la cruz, se hace "nuestra Pascua" (1 Cor 5, 7), nos ha devuelto a cada uno y a todos nosotros al Padre como a Aquel que nos creó a su imagen y semejanza y que, a imagen y semejanza de este propio Hijo eterno, nos ha predestinado "a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 5).

Y para esta adopción mediante la gracia, para esta heredad de la vida divina, para esta prenda de la vida eterna, luchó hasta el fin Cristo, "nuestra Pascua", en el misterio de su pasión, de su sacrificio y de su muerte. La resurrección se ha convertido en la confirmación de su victoria: victoria del amor del Buen Pastor que dice: "ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano".

5. Nosotros somos suyos.

La Iglesia quiere que miremos, durante todo este tiempo pascual, hacia la cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana con el metro de ese misterio, que se realizó en la cruz: y en la resurrección:

Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce, porque nos ha redimido. Nos conoce porque "ha pagado por nosotros": hemos sido rescatados a gran precio.

Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más "interior", con el mismo conocimiento con que El, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y en este amor, El hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su Eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano... En efecto, ¿quién podría arrebatarlos?

¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo, que ha realizado el Hijo en unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos?, ¿un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?

A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda hoy mirar a la potencia, a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el corazón y en las manos y en los pies del Buen Pastor,

De Aquel que nos conoce...

Hemos sido hechos de nuevo la propiedad del Padre por obra de este amor, que no retrocedió ante la ignominia de la cruz, para poder asegurar a todos los hombres: "Nadie os arrebatará de mi mano" (cf. Jn 10, 28).

La Iglesia nos anuncia hoy la certeza pascual de la redención. La certeza de la salvación.

Y cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta certeza: ¡Realmente he sido comprado a gran precio! ¡Realmente he sido abrazado por el Amor, que es más fuerte que la muerte, y más fuerte que el pecado! Conozco a mi Redentor. Conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi peregrinación.

6. Con esta certeza de la fe, certeza de la redención revelada en la resurrección de Cristo, partieron los Apóstoles, como lo testifican, por lo demás, en la primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Bernabé por los caminos de su primer viaje a Asia Menor. Se dirigen a los que profesan la Antigua Alianza, y cuando no son aceptados, se dirigen a los paganos, se dirigen a los hombres nuevos y a los pueblos nuevos.

En medio de estas experiencias y de estás fatigas comienza a fructificar el Evangelio. Comienza a crecer el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.

¿A través de cuántos países, pueblos y continentes pasaron estos viajes apostólicos hasta, el día de hoy?

.¿Cuántos hombres han respondido con gozo al mensaje pascual? ¿Cuántos hombres han aceptado la certeza pascual de la redención? ¿A cuántos hombres y pueblos ha llegado y llega siempre el Buen Pastor?

Al final de esta grandiosa misión se delinea lo que el Apóstol Juan ve en su Apocalipsis: "Yo, Juan.. vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaba delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos..., uno de los ancianos... dijo...: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero" (Ap 7, 9-14).

Así, pues, también nosotros, reunidos aquí con el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, en esta parroquia romana del Trastévere, confesamos la resurrección de Cristo, renovamos la certeza pascual de la redención, renovamos la alegría pascual, que brota del hecho de que nosotros somos "su Pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 99 [100], 3).

¡Que siempre tengamos al Buen Pastor! ¡Perseveremos junto a El!

A su Madre, que es la Señora del Trastévere, cantemos:

"Regina coeli, laetare!".

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana