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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LOS JÓVENES


Plaza de Israel Pinheiro, Belo Horizonte
Martes 1 de julio de 1980

 

Antes de pronunciar la homilía, Juan Pablo II improvisó estas palabras 

Doy las gracias a todos los presentes y a cuantos he encontrado a lo largo del camino hasta llegar aquí. Doy las gracias a todos. Pastores y fieles. Mil gracias. Permítaseme dedicar esta homilía a todos los jóvenes de Brasil. Al volver la mirada a estas montañas, entiendo por qué el nombre de Belo Horizonte; (y dirigiéndose a los jóvenes, añadió) Mirándoos me dan ganas de decir que el "Belo Horizonte" sois vosotros.

 

* * *

Queridos jóvenes y amigos míos:

1. No os sorprenderéis de que el Papa comience esta homilía con una confesión. Yo había leído muchas veces que vuestro país tiene la mitad de su población con menos de veinticinco años de edad. Contemplando desde mi llegada a Brasilia, en todas partes por donde pasaba, una infinidad de rostros jóvenes; pasando, al llegar a esta ciudad, por entre multitudes de gente joven; viéndoos a vosotros, jóvenes, en tan gran número en torno a este altar, confieso que comprendí mejor, a través de esta visión concreta, lo que había aprendido de modo abstracto. Creo que he comprendido mejor también por qué los obispos de Puebla hablan de opción preferencial —no exclusiva, ciertamente, pero sí prioritaria— por los jóvenes.

Esta opción significa que la Iglesia asume el compromiso de anunciar incesantemente a los jóvenes un mensaje de liberación plena. Es el mensaje de salvación que ella recibió de labios del propio Salvador y debe transmitir con toda fidelidad.

2. En esta Misa que tengo la alegría de celebrar en medio de vosotros y por vuestras intenciones, ese mensaje aparece con su contenido esencial en las lecturas que escuchamos.

"Cumple el deber, practica la justicia", exhorta el profeta Isaías, con una fuerza que no se ha agotado a dos mil quinientos años de distancia (Is 56, 1). Y añade: importa, por encima de todo, "permanecer firmes en la Alianza" que Dios selló con el hombre. Es una invitación a la coherencia y a la fidelidad, invitación que afecta muy de cerca a los jóvenes.

En la Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto hay una frase enérgica y convincente, como suelen ser las del gran Apóstol: si alguien quiere construir su vida, no debe poner otro fundamento que el que ya está puesto: Cristo Jesús (cf. 1 Cor 3, 10). Sabía bien lo que decía, este Pablo. De adolescente, había perseguido la Iglesia de Cristo. Pero un buen día, en el camino de Damasco, tuvo aquel encuentro inesperado con el mismo Jesús. Y es el testimonio de la propia vida lo que le hace decir: No hay otro fundamento posible. Es urgente colocar a Jesús como base de la existencia.

Y en el Evangelio de San Mateo está la página que nadie lee sin emoción: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?", pregunta Jesús a los Apóstoles. Y después que ellos transmiten una serie de opiniones, viene la pregunta de fondo: "Pero para vosotros, ¿quién soy yo?". Todos nosotros conocemos ese momento, en el que no basta hablar de Jesús repitiendo lo que los otros han dicho, sino que hay que decir lo que uno piensa; no basta recoger una opinión, sino que es preciso dar testimonio, sentirse comprometido por el testimonio y después llegar hasta los extremos de las exigencias de ese compromiso. Los mejores amigos, seguidores, apóstoles de Cristo fueron siempre los que percibieron un día dentro de sí la pregunta definitiva, que no tiene vuelta de hoja, ante la cual todas las demás resultan secundarias y derivadas: "Para ti, ¿quién soy yo?". La vida, el destino, la historia presente y futura de un joven, depende de la respuesta nítida y sincera, sin retórica ni subterfugios, que puede dar a esa pregunta. Esa respuesta ha transformado ya la vida de muchos jóvenes.

3. Y de estos mensajes ofrecidos por la Palabra de Dios quisiera yo extraer el mensaje sencillo que os dejo en este encuentro y que me permite sentir la seriedad con que afrontáis vuestra existencia.

La mayor riqueza de este país, inmensamente rico, sois vosotros. El futuro real de este país del futuro se encierra en vuestro presente. Por eso, este país, y con él la Iglesia, os miran con ojos de expectación y de esperanza.

Abiertos a las dimensiones sociales del hombre, no ocultáis vuestra voluntad de transformar radicalmente. las estructuras que os parecen injustas en la sociedad. Decís, con razón, que es imposible ser feliz viendo una multitud de hermanos carentes de las mínimas oportunidades de una existencia humana. Decís también que no está bien que algunos derrochen lo que falta a la mesa de los demás. Y estáis resueltos a construir una sociedad justa, libre y próspera, donde todos y cada uno puedan gozar de los beneficios del progreso.

4. Yo viví en mi juventud esas mismas convicciones. Y las proclamé, siendo joven estudiante, con la voz de la literatura y con la voz del arte. Dios quiso que se acrisolaran en el fuego de una guerra cuya atrocidad no respetó mi hogar. Vi conculcadas de muchas formas esas convicciones. Temí por ellas viéndolas expuestas a la tempestad. Un día decidí confrontarlas con Jesucristo; pensé que era el único que me revelaba su verdadero contenido y valor y las protegía contra no sé qué inevitables desgastes.

Todo eso, esa tremenda y valiosa experiencia me enseñó que la justicia social sólo es verdadera si está basada en los derechos del individuo. Y esos derechos sólo serán realmente reconocidos si se reconoce la dimensión trascendente del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, llamado a ser su hijo y hermano de los otros hombres, destinado a una vida eterna. Negar esa trascendencia es reducir el hombre a instrumento de dominio, cuya suerte está sujeta al egoísmo y a la ambición de otros hombres, o a la omnipotencia del Estado totalitario, erigido en valor supremo.

En el propio proceso interior que me llevó al descubrimiento de Jesucristo y me arrastró irresistiblemente hacia El, percibí algo que mucho más tarde el Concilio Vaticano II expresó claramente. Percibí que "el Evangelio de Cristo anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan en última instancia del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos. Esto corresponde a la ley fundamental de la economía cristiana" (Gaudium et spes, 41).

5. Aprendí que un hombre cristiano deja de ser joven y no será buen cristiano, cuando se deja seducir por doctrinas e ideologías que predican el odio y la violencia. Pues no se construye una sociedad justa sobre la injusticia. No se construye una sociedad que merezca el título de humana, dejando de respetar y, peor todavía, destruyendo la libertad humana, negando a los individuos las libertades más fundamentales.

Participando, como sacerdote, obispo y cardenal, en la vida de innumerables jóvenes en la universidad, en los grupos juveniles, en las excursiones por las montañas, en los círculos de reflexión y oración, aprendí que un joven comienza peligrosamente a envejecer cuando se deja engañar por el principio, fácil y cómodo, de que "el fin justifica los medios"; cuando llega a creer que la única esperanza para mejorar la sociedad está en promover la lucha y el odio entre los grupos sociales, en la utopía de una sociedad sin clases, que se revela muy pronto como creadora de nuevas clases. Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo "Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven. Germen y principio de la única revolución que no traiciona al hombre. Sólo el amor verdadero construye.

6. Si el joven que yo fui, llamado a vivir la juventud en un momento crucial de la historia, puede decir algo a los jóvenes que sois vosotros, creo que os diría: ¡No os dejéis instrumentalizar!

Procurad ser bien conscientes de lo que pretendéis y de lo que hacéis. Y veo que eso mismo os dijeron los obispos de América Latina, reunidos en Puebla el año pasado: "Debe formarse en el joven el sentido crítico frente a los contravalores culturales que las diversas ideologías tratan de transmitirle" (Documento de Puebla, núm. 1197), especialmente las ideologías de carácter materialista, para que no sea manipulado por ellas. Y el Concilio Vaticano II dice: "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano" (Gaudium et spes, 26).

Un gran predecesor mío, el Papa Pío XII, adoptó como lema: "Construir la paz en la justicia". Creo que es un lema y sobre todo un compromiso digno de vosotros, jóvenes brasileños.

7. Me temo que muchos buenos deseos de construir una sociedad justa naufraguen en la falta de autenticidad y se disipen como pompas de jabón porque, les falte el sustento de una seria decisión de austeridad y frugalidad. En otras palabras: es indispensable saber vencer la tentación de la llamada, "sociedad de consumo", de la ambición de tener siempre más, en vez de procurar ser siempre más,  de la ambición de tener siempre más, mientras otros tienen siempre menos. Creo que aquí en la vida de cada joven adquiere fuerza y sentido concretos y actuales la bienaventuranza de la pobreza de espíritu; en el joven rico, para que aprenda que lo que a él le sobra casi siempre les falta a los demás y para que no se retire triste (cf. Mt 19, 22), cuando oiga en el fondo de su conciencia la llamada del Señor para que abandone todo; en el joven que vive la dura contingencia de la incertidumbre respecto al día de mañana y hasta pasa hambre, para que, buscando la legítima mejora de condiciones para sí y para los suyos, sea atraído por la dignidad humana, pero no por la ambición, por la ganancia, por la fascinación de lo superfluo.

Amigos míos: Vosotros sois también responsables de la conservación de los verdaderos valores que siempre honraron al pueblo brasileño. No os dejéis llevar por la exasperación del sexo, que falsea la autenticidad del amor humano y conduce a la disgregación de la familia "¿No sabéis que vuestro cuerpo es un templo y el Espíritu Santo habita en vosotros?", escribe San Pablo en el texto que acabamos de escuchar.

Que las jóvenes procuren encontrar el verdadero feminismo, la auténtica realización de la mujer como persona humana, como parte integrante de la familia y como parte de la sociedad, en una participación consciente, según sus características.

8. Recuerdo, para terminar, las palabras-clave que recogemos de las lecturas de esta Misa:

— cumplir el deber y practicar la justicia;

— no construir sobre otro fundamento que no sea Jesucristo;

— tener una respuesta que dar al Señor, cuando pregunta: "para ti, ¿quién soy yo?".

Este es el mensaje sincero y confiado de un amigo. Me gustaría estrechar las manos de cada uno de vosotros y hablaros a cada uno. De todas formas, valga para cada uno lo que os digo a todos: ¡Jóvenes de Belo Horizonte y de todo Brasil, el Papa os quiere realmente mucho! ¡El Papa no os olvidará jamás! ¡El Papa se lleva de aquí un gran recuerdo de vosotros I

Recibid, queridos amigos, la bendición apostólica que voy a dar al final de la Misa, como señal de mi amistad y confianza en vosotros y en todos los jóvenes de este país.

Antes de pasar a la liturgia eucarística, propiamente, todavía una palabra más: sólo el amor construye, sólo el amor acerca, sólo el amor logra la unión de los hombres en su diversidad.

Hace poco estuve en Francia y, allí los jóvenes con quienes me encontré, en un gesto espontáneo, me pidieron que os trajera a vosotros algunos mensajes de amistad, lo que he hecho con mucho gusto. Que este gesto de darse la mano sirva como estímulo para construir cada vez más la fraternidad humana, cristiana y eclesial en el mundo. ¿A dónde vais? Con vosotros hago esta pregunta, con vosotros, amados jóvenes, voy a ofrecer también todo cuanto de noble hay en vuestros corazones, todo lo que de hermoso vivimos aquí juntos, por el buen éxito del Congreso Eucarístico de Fortaleza, hacia el que voy peregrinando, junto con la Iglesia que está en el Brasil "¿A dónde vais?". Amén.

 



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