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VISITA PASTORAL A SOTTO IL MONTE Y BÉRGAMO

SANTA MISA EN SOTTO IL MONTE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

II Domingo de Pascua, 26 de abril de 1981

 

¡Carísimos hermanos e hijos!

1. "¡Hemos contemplado, oh Dios, las maravillas de tu amor!".

Estas palabras de la liturgia se adaptan muy bien a este "Domingo in Albis", en el que, conmemorando el centenario del nacimiento del Papa Juan XXIII en su mismo pueblo natal, contemplamos el maravilloso don que el Señor nos ha hecho con su vida y sus enseñanzas.

Con el alma llena de alegría y emoción me encuentro hoy aquí, en Sotto il Monte, para esta solemne y tan significativa ceremonia, celebrada con vosotros, a quienes dirijo mi afectuoso saludo.

Me ha impulsado a venir aquí el deseo vivísimo de tributar a mi venerado predecesor un honor y un reconocimiento que les son debidos no sólo por parte de la Iglesia, sino por parte de todos los hombres, que han gozado de su bondad y de su sabiduría.

Muchos de vosotros, habitantes de Sotto il Monte y de Bérgamo, han conocido al Papa Juan, lo han visto, se han encontrado con él; han hablado con él, han oído su voz cálida, cariñosa y persuasiva, sensible a toda alegría y a todo sufrimiento humano. Y también yo lo recuerdo con viva emoción en la primera reunión del Concilio Vaticano II y sobre todo en el encuentro final de ella, cuando nos dirigió su saludo que quería ser un hasta pronto y sin embargo era el último adiós.

Y de manera particular me agrada recordar el afecto que el Papa Juan sintió siempre hacia mi patria, Polonia. El, el 17 de septiembre de 1912, con ocasión del Congreso Eucarístico de Viena, visitó Cracovia y celebró en la catedral, en el altar de la cruz milagrosa del Wavel, como le gustaba recordar con extremada exactitud de detalles; además visitó muchas veces el santuario mariano de Jasna Góra, descubriendo en los profundos sentimientos religiosos de mi pueblo alguna afinidad que le enternecía y le confortaba.

Era justo, por tanto, era un deber el que en una circunstancia tan singular y solemne, su sucesor en la Cátedra de Pedro viniera a su pueblo natal para meditar sobre su mensaje y respirar su espiritualidad.

2. Como sabéis muy bien, el viernes 25 de noviembre de 1881 en la familia Roncalli nacía Angelo Giuseppe, el cuarto de trece hijos, y aquella misma tarde la campana de la iglesia parroquial tañía para anunciar el acontecimiento de su bautismo.

Y así hoy nosotros conmemoramos no sólo el nacimiento a la luz del sol del pequeño "Angelino", sino también el nacimiento espiritual a la vida de la gracia y de la fe de aquel que llegaría a ser, como dijo Pablo VI, "el Papa de la bondad, de la mansedumbre, de la pastoralidad de la Iglesia" (Insegnamenti di Paolo VI, vol. I, pág. 534); el Papa que supo amar a todos y que fue amado por todos por sus características de paternidad, de serenidad, de sensibilidad humana y sacerdotal. En efecto, el motivo de su éxito tan extraordinario en la estima y el afecto del mundo entero, entonces y hoy, ha sido su bondad: la humanidad tiene una gran necesidad de bondad, y por eso ha amado al Papa Juan y aún hoy lo venera y lo invoca.

Parece como si se le viera por estas calles, por estas colinas, entre estas casas, en este su paisaje, tan ardientemente querido y recordado con ternura hasta los últimos días de su vida, su "querido nido de Sotto il Monte", a donde todos los años, en cuanto le era posible, de sacerdote, de obispo, de cardenal, venía a refugiarse, para templar su espíritu "in gratia et fide", como le habían educado sus padres y el padrino, tío abuelo, Zaverio.

3. Si nos preguntamos dónde y cómo el Papa Juan adquirió tales dotes de bondad y de paternidad, unidas a uña fe cristiana siempre íntegra y pura, es fácil responder: en su familia.

El mismo, durante su larga vida y en un número grandísimo de escritos, privados y oficiales, recuerda, con emoción y reconocimiento, su patriarcal hogar doméstico, los años de su niñez y de su adolescencia, transcurridos en un ambiente limpio y sereno, en el. cual el estilo era la gracia de Dios vivida con sencillez y coherencia, la regla de vida era el catecismo y la instrucción parroquial, el consuelo era la oración, especialmente la Misa festiva y el Rosario vespertino, el empeño cotidiano era la caridad: "Éramos pobres —escribía el Papa Juan— pero estábamos contentos de nuestra condición, confiados en la ayuda de la Providencia. Cuando un mendigo se asomaba a la puerta de la cocina, donde unos veinte muchachos esperaban el plato de sopa, siempre había un puesto de más. Mi .madre se apresuraba a hacer sentar al huésped a nuestro lado" (Diario del alma. Apéndice).

La catequesis familiar y parroquial fue su alimento espiritual; la fidelidad a las prácticas de piedad y a los ritos de la Iglesia fue su empeño constante, porque tuvo en sus padres el ejemplo, el estímulo y su primera escuela de teología.

Con dulce afabilidad recordaba en un discurso: "La querida imagen de la Virgen, bajo la advocación de 'Auxiliadora', fue durante muchos años familiar a nuestros ojos de niño y de adolescente en la casa de nuestros padres" (Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pág. 307). Y en el discurso pronunciado en ocasión de sus ochenta años, dijo: "De estos recuerdos tomó comienzo y alimento de veneración todo cuanto se refería a la vida religiosa, al santuario de nuestras familias, modestas, laboriosas, temerosas de Dios y serenas" (ib., vol. IV, pág. 23). '

En la Nochebuena de 1959, él, con viva nostalgia se remontaba a los tiempos lejanos y con sencillez y sabiduría trazaba las líneas de la doctrina cristiana sobre la familia: "¡Qué bien se vivían las grandes realidades de la familia cristiana! Noviazgo en el reflejo de la luz de Dios, matrimonio sagrado e inviolable en el respeto de las cuatro notas características: fidelidad, castidad, amor mutuo y santo temor del Señor; espíritu de prudencia, de sacrificio en la educación atenta de los hijos; y siempre, en toda circunstancia, amor hacia el prójimo, perdón, espíritu para soportarse mutuamente, confianza, respeto hacia los demás. Es así como se edifica una casa que no se derrumba" (ib., vol. II, pág. 96).

4. Su fe, que tiene origen en la familia, iluminada y confirmada por el estudio serio y metódico realizado en el seminario en el surco de la Sagrada Escritura, del Magisterio de la Iglesia, de la patrística y de la teología cualificada y aprobada, acompañada luego, a lo largo de los años, por la lectura y la meditación de los grandes maestros de la ascética y de la mística, permaneció de tal manera siempre íntegra y profunda, sin sufrir los vaivenes del modernismo, sin desviarse nunca del recto camino de la verdad. En 1910 anotaba en el "Diario del alma": "Doy gracias de rodillas al Señor por haberme mantenido incólume entre tanta ebullición y agitación de lengua y de cerebro... Debo recordar siempre que la Iglesia contiene en sí la juventud eterna de la verdad y de Cristo que es de todos los tiempos... El primer tesoro de mi alma es la fe, la santa fe sencilla e ingenua de mis padres y de mis buenos viejos".

De esta fe genuina y transparente, que le inspiró la familia, brotó también su total y confiado abandono en la Providencia, expresado en el lema inspirador de su vida: "Oboedientia et pax"; nació la visión sobrenatural y escatológica de la existencia y de toda la historia, por la que él camina en la luz de los "novísimos" y de la "teología del más allá". Esta fe, íntimamente saboreada como verdad absoluta y como significado de la existencia humana, se expresó con suavidad y confianza en las prácticas de piedad que alimentan la vida cristiana: las muchas y bellas devociones que a lo largo de los siglos han florecido sobre la fértil cepa del dogma: la unión con Cristo eucarístico y crucificado, con el Sagrado Corazón; la devoción a María Santísima, a los Ángeles, a los Santos; el constante recuerdo de las almas del purgatorio; y, naturalmente, las visitas al Santísimo Sacramento, la confesión frecuenté, el rezo del Rosario, los retiros y los ejercicios espirituales, la meditación, las peregrinaciones.

Es una fe justa y rectamente tradicional, pero que no queda estática, congelada o indebidamente conservadora frente a los cambios exigentes y arrolladores de los tiempos y de las situaciones; al contrario, es maravillosamente juvenil, intrépida, abierta, clarividente, hasta el punto de idear y comenzar el Concilio Vaticano II y de barruntar, con aguda inteligencia, toda la problemática que acompaña a la época moderna, como bien demuestran las Encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris.

5. ¡El Papa Juan fue realmente un hombre enviado por Dios! Inmensamente rica y valiosa es la herencia que él nos ha dejado. Pero en esta su tierra natal, donde en la familia tuvo los primeros gérmenes de la fe que luego se desarrolló de una manera tan sorprendente y fecunda, yo deseo recordar y acoger de manera particular cuanto él no? dice con respecto a la familia.

El ya había puesto en guardia sobre los peligros que se ciernen sobre ella; "Este santuario —decía con el llanto en el corazón— está amenazado por muchas insidias. Una propaganda a veces incontrolada se sirve de los poderosos medios de la prensa, del espectáculo y de la diversión para difundir, sobre todo en la juventud, los gérmenes nefastos de la corrupción. Es necesario que la familia se defienda... aprovechando también, cuando es necesario, la tutela de la ley civil (Discorsi..., vol. I, pág. 172, 1 de marzo de 1959). Por tanto, su enseñanza permanece válida y perenne, porque es la voz de la verdad y:-es jo que en lo íntimo desea y espera el ánimo de cada persona. Me gusta sintetizar esa enseñanza en los cinco "puntos firmes" siguientes.

— Ante todo, la sacralidad de la familia, y por tanto también del amor y de la sexualidad: "La familia es don de Dios —decía—, ella implica una vocación que viene de lo alto, que no se improvisa" (Discorsi..., vol. III, pág. 67). "En la familia se da la más admirable y estrecha cooperación del hombre con Dios: las dos personas humanas, creadas a imagen y semejanza divina, están llamadas no sólo a la gran tarea de continuar y prolongar la obra creadora, dando la vida física a nuevos seres, a los que el Espíritu vivificador infunde el poderoso principio de la vida inmortal, sino también a la tarea más noble y que perfecciona la primera, de la educación civil y cristiana de los hijos" (ib.. vol. II, pág. 519). Debido a esta característica esencial, Jesús quiso que el matrimonio fuera un "sacramento".

— La moralidad de la familia. "No nos dejemos engañar, cegar, ilusionar —amonestaba con cristiana y paternal sabiduría—, la cruz es siempre la única esperanza de salvación; la Ley de Dios está siempre ahí, con sus diez mandamientos, recordando al mundo que sólo en ella está la tutela de las conciencias y de las familias, que sólo en su observancia está el secreto de la paz y de la tranquilidad de conciencia. Quien se olvida de ello, aunque parezca huir de todo compromiso de seriedad, se construye antes o después su tristeza y miseria" (idem, vol. II, págs. 281-282). Y en otra ocasión añadía: "El culto de la pureza es el honor y el tesoro más valioso de la familia cristiana" (ib., vol. IV, pág. 897).

— La responsabilidad de la familia. El Papa Juan confía en la obra educativa de los padres, sostenida por la gracia divina. Dirigiéndose a las madres, decía: "La voz de la madre cuando alienta, invita, suplica, permanece esculpida profundamente en el corazón de los suyos, y no se olvida ya. Sólo Dios conoce el bien suscitado por esta voz, y la utilidad que ella procura a la Iglesia y a la sociedad humana" (ib., vol. II, pág. 67). Y a los padres añadía: "En las familias donde el padre ora y tiene una fe gozosa y consciente, asiste a las instrucciones catequísticas y lleva a ellas a sus hijos, no habrá tormentas y desolaciones de una juventud rebelde y llena de desamor. Nuestra palabra quiere ser siempre de esperanza; pero estamos seguros de que, en algunas expresiones descorazonadoras de vida juvenil, la responsabilidad más grande hay que buscarla ante todo en esos padres y madres, especialmente en los padres de familia, que rehúyen de los precisos y graves deberes de su estado" (ib., vol. IV, pág. 272).

— La finalidad de la familia. Sobre este punto, el Papa Juan era claro y lineal: el fin para el que se nace es la santidad y la salvación, y la familia es querida por Dios para tal fin. Hace veinte años, en la carta-testamento, escrita en ocasión de sus ochenta años, recordando uno a uno a sus queridos familiares, decía: "esto es lo que más vale: asegurarse la vida eterna, confiando en la bondad del Señor que ve todo y a todo provee" (3 de diciembre de 1961). Y comentando cada misterio del Rosario, decía que en el tercer misterio gozoso rezaba por los niños de todas las razas humanas nacidos en las últimas veinticuatro horas (ib., vol. IV, pág. 241).

— La ejemplaridad de la familia cristiana. El Papa Juan exhortaba encarecidamente a padres e hijos cristianos a ser ejemplo de fe y de virtud en el mundo moderno, siguiendo el modelo de la Sagrada Familia: "El secreto de la verdadera paz —decía—, del acuerdo mutuo y duradero, de la docilidad de los hijos, del florecer de una amable costumbre, está en la imitación continua y generosa de la dulzura, de la modestia de la Familia de Nazaret" (ib., vol. II, págs. 118-119). El Papa Juan está seguro de que de estas familias ejemplares pueden surgir numerosas y escogidas vocaciones sacerdotales y religiosas, a pesar de las dificultades de los tiempos.

Esta es en síntesis la doctrina del grande y amable Pontífice sobre la familia, doctrina que suena como una condena abierta de la teoría y de la praxis que van contra la institución familiar.

La figura sonriente y buena del Papa Juan, tan cercana al corazón de todos los italianos, ayude a hacer resurgir una vez más en el ánimo ese patrimonio de bondad y solidaridad, característico de un pueblo que quiere la vida y no la muerte del hombre, la promoción y no la destrucción de la familia.

6. ¡Queridísimos hermanos e hijos! El encontrarnos aquí, hoy, en Sotto il Monte, con el Papa Juan para conmemorar el centenario de su nacimiento, es sin duda una gran alegría para todos y una suave consolación; pero debe ser también un incentivo para tener siempre presente su ejemplo y para escuchar su palabra: "Todo creyente —escribía en la Pacem in terris—, debe ser una chispa de luz, un centro de amor, un fermento vivificador en la masa" (núm. 57).

¡Este es el empeño que os dejo, en su nombre! Os lo dejo a vosotros, habitantes de Sotto il Monte y de toda la tierra de la provincia de Bérgamo, tan amada por él, siguiendo las indicaciones del plan pastoral, óptimamente proclamado por vuestro obispo.

Se lo dejo a todos los fieles de la Iglesia, sacerdotes y laicos, y lo extiendo a todos los hombres de buena voluntad, que han sido atraídos y conmovidos por la paterna figura del Papa Juan.

Que sea valioso patrimonio de todos también la tierna devoción a María Santísima, que siempre marcó su vida. "A ninguna otra cosa ella tiende más que a hacer más robusta, generosa y operante nuestra fe", son sus palabras. "María nos ayudará a todos nosotros, que somos peregrinos aquí abajo: con su ayuda suprema superaremos las inevitables tristezas y adversidades y nos acostumbraremos a mirar al cielo, con serenidad y alegría" (ib., vol. II, pág. 707).

El Papa Juan nos acompañe con su ejemplo y su oración por los caminos arduos de nuestra vida. El es un buen amigo: ¡escuchémosle! ¡Su herencia es verdaderamente bendita!

 



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