CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS MISIONEROS
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Javier, 6 de noviembre de 1982
Venerables hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:
1. En este lugar donde todo nos habla de San Francisco Javier, ese gran Santo navarro y español universal, saludo ante todo al Pastor de la diócesis, a los obispos venidos de otras zonas de España, a los sacerdotes, misioneros y misioneras, junto con sus familias, y a la comunidad y escuela apostólica de la Compañía de Jesús que tan celosamente cuida este solar y santuario.
En este encuentro popular y misionero con vosotros, hijos todos de Navarra y de España, quiero rendir homenaje al patrimonio de recios valores humanos y sólidas virtudes cristianas de las gentes de esta tierra. Y expresar la profunda gratitud de la Santa Sede a la Iglesia de España por su magna obra de evangelización; obra a la que los hijos de Navarra han dado tan sobresaliente contribución.
Pionera en tantos campos de primera evangelización —no sólo los abiertos por Javier, sino sobre todo los de Hispanoamérica, Filipinas y Guinea Ecuatorial—, la Iglesia española continúa dando una destacada aportación a esa evangelización con sus actuales 23.000 misioneros y misioneras operantes en todas las latitudes.
La Iglesia española se ha hecho también acreedora de la gratitud de la Sede Apostólica por ser una de las que más apoya, con personal y ayuda material, la estrategia de la cooperación a la misión universal: y por su esfuerzo de animación misionera, en el que es iniciativa de alto significado y proyección el “Centro Misional Javier”, aquí existente. Artífices principales de esa cooperación y animación han sido las Obras Misionales Pontificias, expresión viva de la conciencia misionera de la Iglesia, con la colaboración de los institutos religiosos y misioneros. Por su parte, la Conferencia Episcopal, con el documento sobre la “Responsabilidad misionera de la Iglesia española”, de hace tres años, ha dado nuevo impulso a la animación misionera de la pastoral.
2. Sé que la campaña del reciente DOMUND, tuvo como consigna “El Papa primer misionero”. Sí: en la Iglesia, esencialmente misionera, el Papa se siente el primer misionero y responsable de la acción misionera, como manifesté en mi mensaje desde Manaus, en Brasil.
Por eso, porque siento esa singular responsabilidad personal y eclesial, he querido venir a Javier, cuna y santuario del “Apóstol de las nuevas gentes” y “celestial Patrono de todos los misioneros y misioneras y de todas las misiones” (cf. AAS, 1928, 147 s.; AAS, 1903-1904, 580 ss.) y Patrono también de la Obra de la Propagación de la Fe.
Vengo a recoger su espíritu misionero, y a implorar su patrocinio sobre lo s planes misioneros de mi pontificado. Javier tiene, además, una particular relación con el Pastor y responsable de la Iglesia; pues si todo misionero, en cuanto enviado por la Iglesia es en cierto modo enviado del Papa, Javier lo fue con título especial como Nuncio o Delegado papal para el Oriente.
3. La liturgia de la Palabra que estamos celebrando para dar el crucifijo a los nuevos misioneros y misioneras, en presencia también de sus padres y familiares, renueva el encuentro y llamada de Jesús a sus Apóstoles —a Pedro y Andrés, Santiago y Juan— junto al mar de Galilea. Eran pescadores, y Jesús les dijo: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”.
Cristo no les dio entonces la cruz misionera, como vamos a hacer ahora con estos nuevos misioneros. Oyeron sólo la llamada: “Seguidme”. Al término de su peregrinación terrena con Jesús, recibirían su cruz, como signo de salvación. Como testimonio del camino, de la verdad y de la vida; testimonio que habían de confirmar con su predicación, con su vida de servicio y con el holocausto de la propia muerte.
Los Apóstoles debían dar testimonio, y lo dieron, de que “Jesús es el Señor”, como recuerda San Pablo en la carta a los Romanos (Rm 10, 10); y a esta fe debían conducir a todos los hombres, porque Jesús es el Señor de todos. ¿Cómo se actúa esta obra de salvación? Responde el Apóstol: “Con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salvación” (Ibid.).
Como los Apóstoles llamados en los orígenes, también vosotros, queridos misioneros, que, siguiendo las huellas del gran Francisco Javier, recibís hoy el crucifijo misionero, debéis asumir con él, plena y cordialmente, el servicio de la fe y de la salvación.
San Pablo pone unas preguntas de plena actualidad, refiriéndose a la obra de salvación: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán, sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?...”. “La fe —añade más adelante— depende de la predicación y la predicación se opera por la palabra de Cristo” (Ibid., 10, 14.17).
¡Con qué disponibilidad y empeño respondiste a estas palabras tú, San Francisco Javier, hijo de esta tierra! ¡Y cuántos imitadores has tenido, a través de los siglos, entre tus compatriotas y entre los hijos de la Iglesia en otros pueblos! Verdaderamente “por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe sus palabras” (Ibid., 10, 18).
4. Queridos misioneros y misioneras que vais a recibir el crucifijo en el espíritu apostólico de Javier: ¡Haceos sus imitadores, como él lo fue de Cristo!
Javier es prototipo de misioneros en la línea de la misión universal de la Iglesia. Su motivación es el amor evangélico a Dios y al hombre, con atención primordial a lo que en él tiene valor prioritario: su alma, donde se juega el destino eterno del hombre: “¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?” (Mc 8, 36). Este principio evangélico estimula su vida interior. El celo por las almas es en él una apasionada impaciencia. Siente, como otro Pablo, el apremio incontenible de una conciencia plenamente responsable del mandato misionero y del amor de Cristo (cf. 2Co 5, 14), pronto a dar la vida temporal por la salud espiritual de sus hermanos (cf. Cartas y escritos de san Francisco Javier, F. Zubillaga, doc. 54, 4): “Quien quiere salvar su vida la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará” Mc 8, 35). Este es el resorte incontenible que anima el asombroso dinamismo misionero de Francisco Javier.
Tiene clara conciencia de que la fe es don de Dios, y funda su confianza en la oración, que practica con asiduidad, acompañándola con sacrificios y penitencias; y pide también a los destinatarios de sus cartas la ayuda de sus oraciones. Modela su identidad en la aceptación plena de la voluntad de Dios y en la comunión con la Iglesia y sus representantes, traducida en obediencia y fidelidad de mensajero, previo un exquisito discernimiento; y actúa siempre con visión y horizontes universales, en sintonía con la misión de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Antepone al anuncio y la catequesis, que practica como labor fundamental, una vida santa con relieve pronunciado de humildad y de total confianza en Jesucristo y en la santa Madre Iglesia.
Su caridad y métodos de evangelización, y concretamente su sentido de adaptación local e enculturación, fueron propuestos por la Congregación “de Propaganda Fide”, al recomendar, en la Instrucción a los primeros vicarios apostólicos de Siam, Tonkin y Cochinchina, la vida y sobre todo las cartas de Francisco Javier, como segura orientación para la actividad misionera (Cf. cf. Instructio, 1659, in: S. C. de P. F. Memoria rerum, 1976, III/2, 704).
5. Vuestra confortadora presencia, padres y familiares de misioneros y misioneras, representa aquí a la familia católica que, coherente con su fe, ha de hacerse misionera. Al expresaros la entrañable gratitud de la Iglesia, quiero hacerla llegar también a las familias de todos los misioneros y misioneras que trabajan en la viña del Señor.
La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial. El cultivo de la vocación misionera en los hijos e hijas será por parte de los padres la mejor colaboración a la llamada divina. Y cuántas veces esa toma de conciencia misionera de la familia cristiana la conduce a hacerse directamente misionera mediante servicios temporales, según sus posibilidades.
Familias cristianas: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús. Y miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, especialmente su madre, que hicieron de su hogar una “Iglesia doméstica” ejemplar. Las constituciones de aquel hogar reflejan atención profunda a la vida de fe, con devoción acentuada a la Santísima Trinidad, a la pasión de Cristo y a la Madre de Dios.
Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido hasta hace poco tiempo fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!
6. El Papa debe hacerse portavoz permanente del mandato misionero de Cristo. Pero siento el deber de recordarlo especialmente hoy, al constatar, junto al consolador desarrollo de la Iglesia en tantos pueblos de reciente tradición católica —ya a su vez misioneros— el horizonte de tres cuartas partes de la humanidad —en su mayoría jóvenes— que no conocen a Jesús ni su programa de vida y salvación para el hombre; y el espectáculo inquietante de muchos que han renunciado al mensaje cristiano o se han hecho insensibles a él. Este panorama y el ritmo de aumento de los no cristianos, casi al final del segundo milenario de vida de la Iglesia, interpelan a ésta con clamor creciente.
La reflexión conciliar del Vaticano II sobre la situación del hombre en el mundo actual, reavivó en la Iglesia la conciencia de su deber misionero; un deber que afecta a todos sus miembros y comunidades, respecto de todos los hombres y pueblos.
Al cumplirse el vigésimo aniversario del comienzo del Concilio, toda la Iglesia —el Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos, todo el Pueblo de Dios— debe interrogarse sobre su respuesta al vigoroso reclamo misionero del Espíritu Santo a través de aquél. Nunca, por otra parte, han tenido los heraldos del Evangelio, más posibilidades y medios para evangelizar a la humanidad, aun en medio de no pequeñas dificultades.
7. La interpelación evangélica de Jesús “la mies es mucha, pero los obreros pocos” (Mt 9, 37), preocupa hoy también a la Iglesia. La acentuada flexión de las vocaciones, estas últimas décadas, en tantas Iglesias particulares de rica tradición misionera, también en esta archidiócesis y en otras diócesis e institutos religiosos y misioneros de España y de otros países, debe mover a todos los Pastores y agentes de pastoral, así como a las familias cristianas, a sensibilizar a los jóvenes sobre su disponibilidad a colaborar al anuncio del Evangelio, ayudándoles a discernir la llamada de Jesús y a acogerla como gracia de predilección.
Porque vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. ¿Amáis la coherencia encarnada y actualizada de vuestra fe? Cuando un católico toma conciencia de su fe, se hace misionero. Insertados como estáis en el Cuerpo místico de Cristo no os podéis sentir indiferentes ante la salvación de los hombres. Creer en Cristo es creer en su programa de vida para nosotros. Amar a Cristo es amar a los que El ama y como El los ama. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Y no hay otro nombre en el que los hombres y pueblos se puedan salvar.
¿Buscáis la motivación para la obra de mayor solidaridad humana hacia vuestros hermanos? No hay servicio al hombre que pueda equipararse al servicio misionero. Ser misionero es ayudar al hombre a ser artífice libre de su propia promoción y salvación.
¿Queréis un programa de vida que dé a ésta sentido pleno y llene vuestras más nobles aspiraciones? Aquí, joven como tantos de vosotros, Javier se abrió a los valores y encantos de la vida temporal, hasta que descubrió el misterio del supremo valor de la vida cristiana; y se hizo mensajero del amor y de la vida de Cristo entre sus hermanos de los grandes pueblos de Asia.
8. Jóvenes de Navarra: vuestra javierada anual y la cita también anual de los nuevos misioneros de España para recibir el crucifijo, han hecho el “Camino de Javier”; donde vuestro encuentro con el santo misionero universal es abrazo de reconciliación, renovación pascual y compromiso de vida y de colaboración —también misionera— con Jesucristo.
Jóvenes estudiantes y trabajadores, hijos e hijas de la entera familia católica: Los vastos horizontes del mundo no-cristiano son un reto a la fe y al humanismo de vuestra generación. El Espíritu de Dios llama hoy a todos a un esfuerzo misionero generoso y coordinado, de signo eclesial para hacer de todos los pueblos una familia, la Iglesia. Francisco Javier escribió también para vosotros el reclamo insistente de sus cartas a las universidades de su tiempo, pidiendo a profesores y estudiantes conciencia y colaboración misionera: “Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona...: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!” (cf. Cartas y escritos de san Francisco Javier, F. Zubillaga, doc. 20, 8).
Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama, para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. Vivid con esos nobles ideales en vuestra alma y no cedáis a la tentación de ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al hombre. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.
9. Al dar vuestra respuesta a la llamada del Espíritu a través de la Iglesia, no olvidéis lo que en el orden de valores y medios ocupa el primer puesto: la oración y la ofrenda de vuestros sacrificios. La fe y salvación son un don de Dios, y hay que pedirlo. Unido a la oración, al esfuerzo y sacrificio para vivir diariamente las maravillas del amor cristiano.
En San Francisco Javier y Santa Teresa de Lisieux tenemos dos grandes intercesores. Si Santa Teresa, como ella misma confió a sus hermanas, consiguió mediante San Francisco Javier la gracia de seguir derramando desde el cielo una lluvia de rosas sobre la tierra, y ha ayudado tanto a la Iglesia en su actividad misionera, ¿cómo no hemos de esperar otro tanto del santo misionero?
Francisco Javier ofreció sin duda sus últimas plegarias en el mundo y el holocausto de su vida, en tierra china de Sancián, por el gran pueblo de China al que tanto amó, y se disponía a evangelizar con intrépida esperanza. Unamos nuestras oraciones a su intercesión por la Iglesia en China, objeto de especial solidaridad y esperanza de la entera familia católica.
A la potente intercesión de los dos Patronos de las Misiones encomendamos hoy: el propósito de un vigoroso impulso evangelizador de toda la Iglesia, el brote fecundo de vocaciones misioneras, y la noble disposición de todos los pueblos a experimentar el valor y esperanza supremos que Cristo y su Iglesia representan para todos los hombres.
10. A los misioneros émulos de Javier, prontos a partir; y a cuantos sienten la llamada de Cristo para trabajar en su misión; repito las palabras de San Pablo que han inspirado esta liturgia: “Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien” (Rm 10, 15). Con estas palabras os envío al trabajo misionero.
El esfuerzo de anunciar la Buena Nueva es la tarea cotidiana de la Iglesia, que embellece a ésta como esposa, fiel sin reservas, a su Esposo. Aceptad, pues, una parte de ese esfuerzo que embellece a la Iglesia.
¡Id! ¡Difundid la Buena Nueva hasta los confines del mundo! Id y anunciad: “Jesús es el Señor”. “Dios lo resucitó de entre los muertos”. ¡En El está la salvación! Que la Madre de Jesús y de la Iglesia acompañe siempre vuestros pasos. O os acompañe también mi cordial Bendición.
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