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MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves Santo 16 de abril de 1987

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado:

1. "El Señor me ha enviado para vendar los corazones desgarrados" (Is 61, 1).

La liturgia de la mañana del Jueves Santo es una introducción al "Triduum Sacrum", que comienza hoy con la Misa "in Cena Domini". La Palabra de Dios de la liturgia de la mañana, ligada a la bendición de los óleos, contiene en sí una especie de síntesis concisa del misterio pascual, así como de las perspectivas, que se abren con ella en la historia de la salvación.

Las lecturas se concentran en Cristo. El Apocalipsis habla de él cómo del "testigo fiel" y al mismo tiempo como del "Primogénito de entre los muertos" y del "Príncipe de los reyes de la tierra" (cf. Ap 1, 5). Este es Cristo: Aquel al que atravesaron. Aquel por el que todos los pueblos de la tierra se batirán por su causa (cf. Ap 1, 7). Cristo que "nos ha librado de nuestros pecados por su sangre" (Ap 1, 5). Cristo, Redentor del hombre. Cristo, Redentor del mundo.

2. Su venida se realiza con la potencia del Espíritu Santo. Y su marcha, en el misterio pascual, opera el descendimiento del Paráclito, del Consolador. Así las lecturas de la liturgia de hoy se concentran en el Espíritu Santo. Muestran la estrecha unión entre la fuerza del Espíritu y la misión del Hijo.

Cristo, que hoy va al encuentro del Nuevo Testamento con su propia Sangre, da cumplimiento a las palabras del Profeta Isaías. Ellas hablan del Mesías, del Consagrado con la unción, del Ungido, cuya misión entera está impregnada del Espíritu Santo.

"El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido: me ha enviado para dar la Buena Noticia, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía, para proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61, 1-2).

Todo esto lo ha realizado Cristo. Y todo esto ha sido realizado, al mismo tiempo, por el Espíritu Santo. Por ese Espíritu que "eleva" al Mesías en medio del pueblo, ese mismo Espíritu que, después, Cristo "trae" en la fuerza de su misterio pascual. Como "Primogénito de entre los muertos" lo trae como testimonio de su propia Pascua. El "día después del sábado, la Pascua del Crucificado será el primer testimonio del poden vivificante del Espíritu. Verdaderamente verán al que traspasaron (cf. ¡n 19, 37).

3. Pero las lecturas de la liturgia de hoy, y todo el contenido de la misma, nos llevan aún más allá. El Redentor es enviado a transferir, con la propia Sangre (Sangre de la nueva y eterna Alianza) la fuerza del Espíritu Santo a todos los "corazones desgarrados". Un símbolo de esta fuerza es la "unción". La liturgia de la mañana del Jueves Santo se concentra en torno a este símbolo.

Por obra de Cristo, de su muerte y resurrección, la "unción" se convierte en un signo de la participación en el poder santificante del Espíritu. Este poder es múltiple, y múltiple es también la participación en él por medio de los signos sacramentales. Por esto, precisamente, en la liturgia de la mañana del Jueves Santo se lleva a cabo la bendición del crisma, del óleo de ¡os catecúmenos y del de los enfermos.

Junto a todos estos signos del poder del Espíritu Santo se manifiesta, en la perspectiva pascual, la Iglesia como "sacramento" de la salvación en Cristo crucificado y resucitado. Verdaderamente: Verán al que traspasaron. Año tras año, mediante el "Triduum Sacrum", mirarán atentamente a la Iglesia que nace del costado del Esposo, traspasado en la cruz.

4. Sí, del Esposo. El Redentor es Esposo. El nos ama y con su sangre anos ha convertido en un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (cf. Ap 1, 5-6). La unción servía en el Antiguo Testamento para la consagración de los sacerdotes, de los profetas y de los reyes, como por ejemplo de David.

En la Nueva Alianza es un signo del Espíritu que actúa con la fuerza de la redención de Cristo. El que nos ama, nos ha dado el amor como don, para que podamos alcanzarlo, haciéndonos una "nueva creación": hombres nuevos y nuevo pueblo.

5. Al servicio de este pueblo de la Nueva Alianza hemos sido ungidos también nosotros, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, que estáis celebrando conmigo la Eucaristía de hoy.

Estamos ungidos de modo particular. Nuestras manos fueron ungidas en la ordenación presbiteral, para que, con la fuerza del Espíritu de Cristo, podamos celebrar su Sacrificio. "In persona Christi. Sancta sancte!".

Nuestras cabezas fueron ungidas en la consagración episcopal, para que podamos participar en la misión del que es la Cabeza de su Cuerpo. Redentor y Esposo. Pastor. El Buen Pastor. Sancta sancte!

¡Renovemos hoy en nuestros corazones el recuerdo de nuestra ordenación! ¡Renovemos la gracia del sacramento!

¡Renovemos las promesas y los compromisos, para que podamos, junto con Cristo, "llevar la Buena Noticia", "vendar los corazones desgarrados", "proclamar el año de gracia" y de la salvación!

Mirad que el que nos ama, viene.

Está cerca "su Hora". Amén.



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