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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL ESTADIO «CENTENARIO»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Montevideo (Uruguay)
Sábado 7 de mayo de 1988

 

Queridos hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas de Montevideo
y de todo el Uruguay:

1. Hemos alabado a Dios proclamando con el Salmo: “¡Qué bueno es el Señor!” (Sal 34 [33], 9) .  Quiero repetirlo fuertemente y desde lo más hondo del corazón: ¡qué bueno es el Señor, Dios Nuestro, que me ha permitido cumplir el propósito de volver al Uruguay! A El y a su Santísima Madre, la Virgen de los Treinta y Tres, debo agradecer el estar nuevamente en esta querida tierra uruguaya en la que me recibís con tanto cariño del que se ha hecho intérprete con sus amables palabras Monseñor José Gottardi, arzobispo de Montevideo y Presidente de la Conferencia Episcopal. Saludo a los fieles de cada una de las diez diócesis del Uruguay, así como del exarcado apostólico armenio y de las demás comunidades católicas del país. De una manera especial, en esta ocasión, quiero dirigirme a los de la arquidiócesis de Montevideo y de las diócesis vecinas de San José de Mayo y de Maldonado.

2. He vuelto al Uruguay para compartir con vosotros el gozo de sentirnos miembros del único Pueblo de Dios, para orar juntos, para celebrar comunitariamente nuestra fe, y meditar en común el mensaje de Jesús. Sé que en este estadio “Centenario”, donde han tenido lugar memorables eventos deportivos, recibieron hace cincuenta años la primera Comunión miles de niños uruguayos en el marco del Congreso Eucarístico de 1938. Más tarde, durante el Año Mariano de 1954, los niños volvieron a ser protagonistas de un magno encuentro en este mismo estadio, recibiendo igualmente su primera Comunión. Los obispos uruguayos, deseosos de recordar aquellos acontecimientos históricos, y en este Año Mariano que celebra la Iglesia universal, han querido proclamar un Año Eucarístico. ¡La Iglesia entera en vuestro país va a vibrar de amor a Jesucristo en la Eucaristía, e invita a todos a reforzar los lazos de hermandad para que el Uruguay sea una nación pacífica, fraterna y acogedora!

Seguramente no pocos de los que ahora estáis aquí presentes recibisteis por primera vez a Jesús Sacramentado en este lugar, hace cincuenta años. Permitidme que os pregunte: ¿habéis sido fieles durante este largo período al Señor, que se dio a vosotros para ser compañero y amigo vuestro en el camino de la vida?

También quienes lo recibisteis por vez primera como alimento del alma durante el Año Mariano de hace treinta y cuatro años, habéis de preguntaros si la gracia que se os entregó como don en aquel sacramento ha fructificado en obras de amor.

A todos los aquí presentes, a todos los uruguayos, Jesús dice esta tarde: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo” (Jn 6, 51). Después de veinte siglos de historia, la Iglesia sigue y siempre seguirá custodiando el tesoro de la Eucaristía como su don más precioso, como la fuente de donde brota toda su vida y su proyección en la historia humana. Con estas palabras pronunciadas en Cafarnaum, Jesús promete a quien coma su pan que vivirá para siempre. Quienes escuchaban a Jesús –agrega el evangelista– “discutían entre sí, diciendo: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Ibíd. 6, 52). Y el Señor, reafirmando sus palabras de manera que nadie pudiera dudar de que era El mismo quien se daba como alimento del alma, contestó: “En verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53). 

3. Al llegar la última Cena, antes de su pasión y muerte por los pecados de los hombres, Jesús cumplió su promesa. “Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22, 19-20). 

De este modo, Jesús anticipó sacramentalmente la entrega de su vida, que haría al día siguiente en la cruz, y, además, quiso que ese sacrificio, ofrecido bajo las especies de pan y vino, fuera renovado perpetuamente en la Iglesia. Y es en la Santa Misa donde se renueva, donde vuelve a hacerse presente el sacrificio único de Jesús por todos los hombres.

Por ello, debemos meditar con amor y gratitud cada vez mayores en la entrega del Hijo de Dios por nosotros, por ti, por mí. El está realmente presente en la Eucaristía y en todos los sagrarios de nuestras iglesias. Hace unos años, con ocasión del Jueves Santo, escribí a los sacerdotes del mundo entero una carta en la que, entre otras cosas les decía: “Pensad en los lugares donde esperan con ansia al sacerdote, y donde desde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede alguna vez que se reúnen en un santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola aún conservada y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarística; y he aquí que en el momento que corresponde a la transubstanciación desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por sollozos... ¡con tanto ardor desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente! ¡Tan vivamente desean la comunión eucarística, de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar!” (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1979, 8 de abril de 1979). 

Vosotros, queridos hermanos y hermanas uruguayos, que contáis con la presencia del sacerdote y tenéis la posibilidad de participar de la comunión eucarística, no debéis renunciar a ella. Cada domingo la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la resurrección de Cristo. En cada Misa, como reza la liturgia, “anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección” del Señor. Para todo fiel católico, la participación de la Santa Misa dominical es, al mismo tiempo, un deber y un privilegio; una dulce obligación de corresponder al amor de Dios por nosotros, para dar después testimonio de ese amor en nuestra vida diaria. Por eso, si no es por graves motivos, ninguno puede sentirse dispensado de ella. La Santa Misa es el acto de culto más excelente que la Iglesia entera tributa a Dios; es la fuente de la vida cristiana; es el encuentro que Cristo quiere tener con sus hermanos los hombres para nutrirlos con el alimento que no perece, para bendecirlos y fortalecerlos en sus pruebas. ¡Buscad a Cristo en la Sagrada Eucaristía! ¡Amadlo de corazón! Y para recibirlo de manera digna y como El lo merece, no dejéis de prepararos, cuando sea preciso, mediante el sacramento de la Penitencia.

4. Padres y madres de familia: vosotros que amáis a vuestros hijos, que cuidáis de ellos con verdadera abnegación, tened presente que también debéis cuidar la vida que Cristo les ha dado en el Bautismo. Atendiendo a su preparación para la primera Comunión, debéis acompañarlos a la Santa Misa dominical y preocuparos después para que continúen su formación de cristianos. Para una familia cristiana, el cumplimiento del precepto dominical tiene que ser motivo fundamental de alegría y de unidad. En la Santa Misa del domingo, que encuentra en la asistencia a la parroquia su expresión más genuina, cada familia hallará la fortaleza interior necesaria para afrontar con renovada fe y esperanza las dificultades inevitables, propias de nuestra condición de criaturas. Yo quisiera que éste fuera un fruto de mi visita pastoral a vuestro país: que todas las familias uruguayas sean fieles en acudir a la fuente de gracia que es la Santa Misa.

Queridos jóvenes, muchachos y muchachas del Uruguay: a vosotros, que sois fuertes y queréis hacer de vuestras vidas un servicio a Dios y al prójimo, colaborando en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, no olvidéis que ello será posible si os empeñáis en construir un mundo que sea mejor según la voluntad y el plan de Dios. La noche en la que Jesús instituyó la Eucaristía, dijo a los discípulos reunidos en torno a El en Cenáculo: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Jesucristo, Nuestro Señor, que prometió que se quedaría con nosotros, permanece en la Eucaristía desde hace veinte siglos y te espera; es necesario que vayas a su encuentro y le confíes los nobles ideales que llevas en tu corazón. Cada domingo, todos y cada uno de vosotros, jóvenes católicos, tenéis una cita con el amor de Dios. No podéis fallarle por pereza o por darle mayor importancia a otras actividades. Jesús os ha prometido que daréis mucho fruto en vuestras vidas si permanecéis con El. Os invito, pues, a que hagáis vuestra propia experiencia de acercaros a esta fuente de la vida cristiana. Veréis que se realiza también en vosotros aquella confesión de San Pablo: “Lo puedo todo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13).  Jesucristo, como el mejor de los amigos, quiere ayudaros a que vuestros grandes ideales se hagan realidad.

Niñas y niños uruguayos, que os estáis preparando para hacer la primera Comunión o que ya habéis recibido a Jesús. ¡Queredlo mucho! Los niños saben mejor que nadie que “amor con amor se paga”, y tienen una gran facilidad para tratar y amar a Jesús en la Eucaristía. ¡No lo dejéis solo! El os espera en las iglesias y en las capillas de vuestros colegios, para ayudaros a crecer en la fe y para haceros fuertes, generosos y valientes. ¡Pedidle a la Virgen Santísima que nunca os separéis de Jesús! Yo se lo pido ahora por vosotros. Y vosotros no os olvidéis de rezar por mí.

5. La noche en que Jesús instituyó la Eucaristía, banquete y sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, dio también a los Apóstoles un “mandamiento nuevo”: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado; que os améis mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros” (Jn 13, 34-35). 

El Señor, en la vigilia de aquel Viernes Santo en que moriría en la cruz para dar la vida por los hombres, enseñó este mandamiento con una última lección de amor: lavó los pies a sus Apóstoles, les dio el ejemplo que debemos imitar todos los que nos llamamos sus discípulos.

Durante muchos siglos, la comunidad cristiana ha celebrado a Dios, presente en la Eucaristía, cantando: “El amor de Cristo nos ha congregado en la unidad” (Hymnus «Ubi Caritas»).  Esta unidad y este amor, que encuentran su plenitud en la Eucaristía, tienen una forma particular de expresión en el matrimonio y en la familia. Siempre ha enseñado la Iglesia que el matrimonio cristiano es signo del amor indisoluble con el que Cristo ama a su Iglesia (cf. Ef 5, 22ss.).  Así como Jesucristo la ama y ha dado y da continuamente su vida por ella, así los esposos cristianos, alimentados con la Eucaristía, deben ser ejemplo de amor indisoluble.

Este amor ha de llevaros a la generosa comunicación de la vida, porque es de esta forma como el amor de los cónyuges se despliega y hace fecundo. ¡No tengáis miedo a los hijos que puedan venir; ellos son el don más precioso del matrimonio! Si queréis hacer de vuestro matrimonio un testimonio de verdadero amor y construir una nación próspera, no os neguéis a traer muchos invitados al banquete de la vida.

De la realización del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia sólo pueden seguirse beneficios y bendiciones para la sociedad. Por eso, es necesario que, también la legislación civil relativa al matrimonio y la familia no ponga obstáculos, sino que tutele los derechos de los individuos y de las familias, potenciando una política familiar que no penalice la fecundidad sino que la proteja.

Las circunstancias nada fáciles del momento actual podrían provocar un cierto temor o escepticismo en los jóvenes que se preparan para el matrimonio: las dificultades del momento presente y la incidencia de opiniones equivocadas sembradoras de confusión y desorientación, les llevan a dudar si lograrán mantenerse mutuamente fieles durante toda la vida; las dificultades laborales y económicas les hacen ver el futuro con ansiedad; tienen miedo del mundo al que se verán enfrentados sus hijos.

Ante este cuadro de preocupaciones y incertidumbres el hombre y la mujer cristianos han de buscar fortaleza y seguridad en la Palabra de Dios y en los sacramentos. En el matrimonio cristiano, es Dios mismo quien bendice vuestra unión y os concede las gracias que necesitáis para realizar vuestro matrimonio según el plan divino. Corresponded ilusionada y generosamente a este plan de amor, que es el único capaz de daros la genuina felicidad que satisface las aspiraciones del corazón humano.

Es cierto que en el camino de la vida conyugal y familiar se presentan dificultades. ¡Siempre las ha habido! Pero estad seguros de que no os faltará nunca la necesaria ayuda del cielo para superarlas. ¡Sed fieles a Cristo y seréis felices! ¡Sed fieles a la enseñanza de la Iglesia y estaréis unidos por un amor siempre mayor! ¡La fidelidad no se ha pasado de moda! Podéis estar seguros de que son las familias verdaderamente cristianas las que harán que nuestro mundo vuelva a sonreír.

6. Queridísimos hermanos y hermanas uruguayos: a lo largo del año transcurrido, desde la primera vez que vine a veros, os he recordado muchas veces. En mi anterior breve visita supisteis manifestar vuestro cariño por el Sucesor de Pedro. Un afecto que guardo como gran tesoro en mi corazón y que sentí particularmente vivo por parte de los sacerdotes, religiosos y religiosas con quienes estuve en la catedral de Montevideo.

La alegría del Año Eucarístico que ya estaba programado, se hace ahora una realidad que, con la gracia de Dios, producirá abundantes frutos pastorales. Juntos vamos a adorar al Señor, realmente presente en la Hostia santa, y renovaremos nuestra fe.

Debemos dar gracias a Dios, porque cada día renueva el sacrificio del Calvario en la Santa Misa. Debemos pedirle perdón por los pecados personales y de todos los hombres. Debemos rogarle que nos mantenga fieles a la vocación con que nos llamó a ser sus hijos.

La bendición con el Santísimo Sacramento, que os impartiré, será testimonio y proclamación pública de nuestra fe en Jesucristo. También lo serán la procesión del Corpus Christi y otras devociones eucarísticas que, a lo largo de este año, vivirá con gozo la Iglesia en el Uruguay.

Que las familias se encuentren comunitariamente unidas en Cristo, cada domingo, al celebrar el día del Señor. Que la Santísima Virgen María, que fue la primera “custodia” que llevó en sí al Verbo encarnado, os introduzca en el misterio del amor de Cristo. Que así sea.



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