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VVIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

SANTA MISA EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO MARIANO DE CAACUPÉ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Miércoles 18 de mayo de 1988

 

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). 

1. ¡Cuántas personas han saludado a María con estas venturosas palabras, pronunciadas par primera vez en Nazaret! ¡En cuántas lenguas y escritos de la gran familia humana!

“Llena de gracia”. Así se dirige el mensajero divino a la Virgen María.

Estas palabras son un eco de la eterna bendición con que Dios ha vinculado la humanidad redimida a su Eterno Hijo: “El nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mondo..., predestinándonos a ser sus hijos adoptivos” (Ef 1, 4-5). 

Al aceptar la Virgen el mensaje traído por el ángel, la eterna bendición divina descendió con la virtud del Altísimo sobre Ella y la cubrió con su sombra: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. María respondió: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 31. 38). 

Estamos viviendo en toda la Iglesia, amadísimos hermanos y hermanas, el Año Mariano. En este año dedicado a María, me es grato poder visitar el Pueblo de Dios que vive en esta tierra del Paraguay: un país, podríamos decir, eminentemente mariano, ya que en su geografía ha quedado claramente inscrito, en hermosa secuencia de nombres, el Evangelio de los misterios de María: Concepción, Encarnación, Asunción.

Che corazoité güivé, po ma maiteí; ha hianteté cheve Ñandeyara ta pende rovasá ha to hykuavó pende apytepe i mborayhú ha i ñe’e marangatú (De todo corazón os saludo y deseo que Dios os bendiga y derrame entre vosotros su amor y su palabra santa)

2. En este santuario nacional de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé quiero abrazar, en mi saludo de fe y amor a la Virgen, al Pastor de la diócesis, junto con todos los hermanos en el Episcopado que nos acompañan; asimismo saludo con afecto a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas y a toda la Iglesia en el Paraguay que viene a este santuario como a su propio hogar, porque es la casa de la Madre común.

Contemplando la imagen bendita de Nuestra Señora de Caacupé, parece como si se rehiciera la misteriosa trama de una historia secular, en la que coincide felizmente para esta nación la llegada del mensaje cristiano de salvación y la presencia maternal de María en estas tierras.

Se ha cumplido también aquí lo que tantas veces hemos visto en otros lugares: con la llegada del Evangelio, anunciando a Cristo, se hace a la vez presente su Madre, que es también Madre de los discípulos de Jesús y que congrega a todos sus hijos en la Iglesia, que es la familia de Dios. De este modo se realiza sin cesar el misterio de la comunidad eclesial, reunida en torno a María, como en el Cenáculo.

Caacupé es el lugar que María misma quiso elegir –como atestiguan los sencillos signos y testimonios que nos ha transmitido la historia de este santuario– para quedarse en medio de vosotros, para fijar en medio de estas montañas su morada, con un gesto exquisito de amor maternal y de fidelidad a su misión universal.

Este santuario nacional, con su fuerza “atractiva y irradiadora”, es lugar bendito donde encontraréis siempre a la Madre que Cristo nos ha entregado en el testamento de amor de la cruz (cf Jn 19, 27) . 

Peregrinar a Caacupé, como soléis hacer con tanto fervor en torno al 8 de diciembre, cuando desde los cuatro puntos cardinales del Paraguay venís para congregaros aquí, es ir a ese encuentro con la Madre de Dios para consolidar la fe y la gracia de Dios en vosotros, y poder abrir de par en par los espacios de vuestro corazón a Cristo, el Redentor (cf. Redemptoris Mater, 28)

Caacupé es el núcleo de esa geografía mariana, tan plásticamente expresada en los nombres de vuestras ciudades, que perpetúan la memoria de los principales misterios de María.

3. “Alégrate, llena de gracia”.

Cuando escuchamos estas palabras, nuestro pensamiento se vuelve hacia ese misterio en el que la Iglesia venera a Aquella que fue predestinada a ser, por su Inmaculada Concepción, la Madre del Verbo Eterno de Dios.

¡Concepción!

La Iglesia confiesa que este misterio se ha llevado a cabo en previsión de los méritos de Cristo. Aquella que iba a ser la Madre del Redentor, fue la primera en ser redimida. Fue redimida en el momento de su Concepción, ya que la herencia del pecado original no afectó para nada su ser humano.

Por obra de su Hijo, María era ya santa y inmaculada ante Dios desde el primer momento de su concepción.

¡Concepción!

Nuestros corazones van, al mismo tiempo, hacia la ciudad que en vuestra tierra lleva precisamente este mismo nombre, mientras mi voz quiere hacerse cercana de modo particular a todos y cada uno de los hijos de aquella amada diócesis.

El misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María expresa de manera plena la fidelidad de Dios a su plan de salvación. María, la llena de gracia, la mujer nueva, ha sido “como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (Lumen gentium, 56). En Ella, Dios ha querido dejar bien grabadas las huellas del amor con que ha rodeado desde el primer instante a la que iba a ser la Madre del Verbo Encarnado.

Ante nuestros ojos María da testimonio del amor infinito de Dios, de la gratuidad con que nos elige, de la santidad con que quiere adornar a todos sus hijos adoptivos, los que recibirán, por medio de su Hijo, Jesús, la bendición de lo alto para ser “santos y irreprochables ante él por el amor” (Ef 1, 4). 

De esta forma, como afirma el Concilio Vaticano II, la Virgen María es Estrella de la Evangelización, presencia evangelizadora con todos sus misterios, ya que “por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada” (Lumen gentium, 65). 

4. “Alégrate, llena de gracia”.

En nuestro mundo y en nuestro tiempo, cuando tanto se insiste en el poder de la fuerza, del saber y de la técnica, parece como si no quedara lugar para los pobres, para los sencillos. Mas la Virgen María, en el misterio de su Concepción Inmaculada, proclama que el poder viene de Dios, que la sabiduría verdadera tiene en El su origen.

Así lo entienden también los sencillos, los limpios de corazón (cf. Mt 5, 8), a quienes el Padre revela sus secretos  (cf. Ibíd., 11, 25). Así lo entendéis vosotros, paraguayos, que, generación tras generación, peregrináis a este santuario donde la Madre de Dios ha querido visitaros y quedarse entre vosotros para compartir vuestros sufrimientos y alegrías, vuestras dificultades y esperanzas.

De un modo particular se encomiendan a su protección las familias campesinas del Paraguay que, guiadas por su fe sencilla, visitan llenas de confianza este santuario.

A vosotros, queridos campesinos, que a base de sudor y esfuerzo cultiváis la tierra, se dirige también mi palabra de aliento y esperanza.

Vosotros, con vuestro trabajo, ofrecéis a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento.

Apelo, por ello, al sentido de justicia y solidaridad de las personas responsables para que vuestros legítimos derechos sean convenientemente tutelados, y que sean garantizadas las formas legales de acceso a la propiedad de la tierra, revisando aquellas situaciones objetivamente injustas a las que el campesino más pobre puede verse sometido  (cf. Laborem Execerns, 21).

Sed, amados campesinos, mediante vuestro trabajo honrado y apoyándoos en adecuadas formas de asociación para la defensa de vuestros derechos, los artífices de vuestro propio desarrollo integral, marcándolo con el sello de vuestra connatural humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

En María se cifran las esperanzas de los más pobres y olvidados. Ella, que es como la síntesis del Evangelio, “nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el Pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 97). 

María es signo inconfundible de que Dios se adelanta siempre a nosotros con su amor. Ella canta con todo su ser que es gracias cuanto recibimos de Dios. La Virgen es también nuestra verdadera educadora en el camino de la fe. En efecto, el que cree acoge la Palabra de Dios, la verdad y la vida en plenitud que nos ofrece por mediación de su Hijo Jesucristo, en quien “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1, 3).  El hombre de fe se abandona completamente a Dios, que es Amor y que nos ha dejado en María el signo de su victoria sobre el pecado (Redemptoris Mater, 11). 

5. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo”, dice a María el ángel. “No temas... porque has encontrado gracia ante Dios” (Lc 31, 30). 

¿Es posible pensar en algo más grande? ¿Puede haber una gracia, un don más excelso que éste: ser Madre de Dios? ¿Puede existir una dignidad más grande?

¡El Verbo de Dios se encarnó en las entrañas de la Virgen María!

¡Encarnación!

¡El misterio de la Encarnación! Mi recuerdo va también en estos momentos a la ciudad que lleva este nombre de entrañable evocación, con cuyos hijos tuve la dicha de encontrarme esta mañana en una inolvidable celebración de fe y amor. Desde este centro mariano insisto en el mensaje que tiene cumplimiento en el hecho histórico de la Encarnación. ¡Que Dios habite constantemente en medio de vosotros! ¡Que sea el Emmanuel de las generaciones que se sucederán a través de los tiempos en vuestra tierra! Desde este santuario María, la Madre de Jesús, sigue proclamando el misterio del Verbo hecho carne que ha puesto su tienda en medio de nosotros y por medio de su Espíritu nos ha hecho capaces de ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 14). 

María ha sido esa tierra virgen en la que el Espíritu ha hecho germinar el Verbo de vida para nuestra naturaleza humana. Ella nos anuncia y garantiza la verdad de la Encarnación.

¡Encarnación!

María, la Virgen de Nazaret, al habla con el mensajero de Dios que pide su consentimiento para entrar en la historia de los hombres, continúa en la Iglesia de todos los tiempos esta misión singular: ofrecernos a Cristo, manifestarlo, indicarlo como único Salvador. Como hizo en Belén con los pastores, y más tarde con los Magos venidos de Oriente.

Además, precisamente porque Ella ha experimentado dentro de sí, como ninguna otra criatura, el amor de Dios hacia la humanidad, nos está diciendo con su nombre dulce y suave, con su presencia solícita en medio del Pueblo de Dios, también en el Paraguay, que Jesús es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros; que el Evangelio se inserta felizmente en cada cultura y en cada nación, purificando y elevando todo lo que es auténticamente humano.

6. Modelos eximios, que han sabido encarnar el mensaje cristiano en las culturas, siguen siendo San Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, a quienes he tenido el gozo de canonizar en Asunción, en nombre de toda la Iglesia.

Al igual que aquellos evangelizadores del pueblo guaraní, también el Papa, postrado a los pies de la Santísima Virgen de los Milagros, aquí en Caacupé, desea expresar el respeto y aprecio que le merecen los valores que informan y dan vigor a vuestras culturas autóctonas.

Por ello, os aliento a conservar con sano orgullo las mejores tradiciones y costumbres de vuestro pueblo, a cultivar el idioma, las expresiones artísticas y, sobre todo, a afianzar más y más el profundo sentimiento religioso. Defendiendo vuestra identidad, además de prestar un servicio, cumplís un deber: el deber de transmitir vuestra cultura y vuestros valores a las generaciones venideras. De este modo, la nación entera se sentirá enriquecida, al mismo tiempo que la común fe católica impulsará a todos a abrir el corazón a los hermanos, sin excluir a nadie, en un esfuerzo solidario por trabajar con tesón en favor de la patria y del bien común.

Es bien sabido, amados hermanos y hermanas, que tanto en la vida de los nativos como de los campesinos no faltan dificultades y problemas. No pocas veces han sido objeto de marginación y olvido. La Iglesia de hoy, como hizo la Iglesia del pasado con figuras como San Roque González, fray Luis Bolaños y tantos otros misioneros, quiere apoyar decididamente las demandas de respeto a sus legítimos derechos, sin por ello dejar de recordarles sus deberes.

Este caminar solidario con los hermanos, potenciando sus valores y animando desde dentro su cultura, ocupa una parte sustancial en la perspectiva y en la realidad cumplida por el misterio de la Encarnación. Misterio de una presencia de Dios entre nosotros, de una comunión de Dios con nosotros, de la unidad indisoluble entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, porque con su Encarnación el Hijo de Dios “se ha unido en cierto modo con cada hombre” (Gaudium et spes, 22). 

¿No proclama la Virgen con su cántico del Magníficat que la verdad sobre Dios que salva no puede separarse de la manifestación de su amor por los pobres y humildes? Esta es la verdad salvadora que nos propone María con el misterio de la Encarnación.

7. Como podéis ver, la misma geografía de vuestra patria nos orienta hacia la peregrinación de fe en la que María, presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, precede al Pueblo de Dios, lo evangeliza y lo alienta en sus dificultades.

Los paraguayos han experimentado en lo íntimo la presencia continua de la Madre de Dios en este paraje, sereno y de singular belleza, casi oculto entre montes y cerros. Y han comprobado la eficacia de su mediación por los frutos de gracia y de santidad que desde aquí ha derramado sin cesar sobre su pueblo querido. En las horas difíciles de la historia de la nación, en los momentos de tribulación y de dolor, los paraguayos han dirigido su mirada hacia Caacupé, faro luminoso de su fe, en el cual han encontrado energías suficientes para motivar el heroísmo, la generosidad, la esperanza.

La mirada retrospectiva hacia el pasado de una maravillosa historia de fe, no nos exime del deber de una confrontación con los problemas presentes y con el futuro de la Iglesia y de la nación.

María, la mujer nueva, desde Caacupé, con su presencia eclesial, con su mediación materna, a la que con tanta hondura religiosa se encomiendan todos los paraguayos, os está diciendo que no se puede construir el futuro sin la luz del Evangelio.

8. La Virgen Madre, tras su Asunción a los cielos, vive en la gloria de la Majestad de Dios para dar testimonio del destino de todos los hombres.

Vive en presencia de Dios para interceder por nosotros. Su misión es, en efecto, la de hacer presente y acercar cada vez más los misterios de Cristo, el Emmanuel: Acercar Dios a los hombres y acercar los hombres a Dios.

Sí. Los hombres... y todas las naciones.

Que Dios realice esto en vuestra tierra paraguaya; en medio de todos los ciudadanos y de todos los grupos sociales. Que sea una realidad en vuestro país la justicia de Dios en favor de los pobres, como cantamos en el Magníficat de María; entre pobres y ricos, entre los que gobiernan y los que son gobernados. Que madure en todas estas dimensiones la justicia divina y al mismo tiempo la justicia humana.

Tupasý Caacupé, remimbíva ko cerro pâ’umé, ayeruré ndeve che corazôite guivé, re hovasá haguá ha reñangarekó haguá opa ara ko Paraguay retâ rehe. (Virgen de Caacupé, que irradias luz desde esta serranía, te pido de todo corazón que bendigas y que cuides en todo tiempo a esta nación paraguaya).

Madre de Dios, Tú que eres la “figura” de la Iglesia, haz que ella, siempre fiel a su divino Fundador, cumpla su misión evangelizadora en esta tierra, en donde los mismos nombres de las ciudades proclaman “las grandes obras de Dios” (Cf. Hch 2, 11), los acontecimientos de la salvación que Dios mismo ha vinculado a Ti en la historia de la humanidad: Concepción - Encarnación -Asunción.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Amén.



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