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CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE CASTELGANDOFO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Miércoles 15 de agosto de 1990

 

1. "Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso" (Lc 1, 49).

La comunidad cristiana repite todos los días con María el "Magnificat", pero hoy lo hace de modo especialmente jubiloso; también nuestra parroquia de Castelgandolfo participa, con toda la Iglesia, en esta gran solemnidad litúrgica.'

Junto con María nos acercamos no tanto al umbral de la casa de Zacarías adonde ella, después de la Anunciación, se dirigió para visitar a Isabel, sino más bien al umbral del misterio de su Asunción.

"Hoy es la Asunción de María: se alegra el ejército de los ángeles. Aleluya".

La Asunción, misterio glorioso del rosario; la Asunción, misterio de Dios, manifestado en aquella que ha sido elegida de entre los hombres del modo más singular.

¡Sí, el Omnipotente obró verdaderamente en ella grandes cosas! Fue "llena de gracia" desde el inicio de su existencia terrenal, porque así había sido concebida por el Padre eterno para ser la madre del Hijo de Dios encarnado.

2. Hoy la Iglesia, una vez más, mira este misterio inefable, que evoca, de manera sobreabundante, la Alianza de Dios con la humanidad y al mismo tiempo la Maternidad divina de María.

Ella fija sus ojos en la Maternidad de la Virgen y venera su rara belleza. Hombres de gran talento quedaron maravillados a lo largo de los siglos por el esplendor de la Virgen, convertida en Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. ¡Cuántos pintores, escultores, escritores, poetas y músicos han tratado de hacer brillar, con su talento artístico, la belleza de María en la historia de la humanidad! ¡Y cuántos pensadores y teólogos han intentado profundizar el misterio de aquella que está "llena de gracia" y "ha sido elevada aI cielo"!

3. Sin embargo, todo medio expresivo humano parece detenerse frente a un límite. La belleza de la Madre de Dios brota de Dios, pues se halla más "en el interior" que "en el exterior".

El salmista, que en la liturgia de este día proclama la belleza real de Marra, parece indicar su fuente misteriosa cuando exclama: "Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prenderá de tu belleza" (Sal 44/45, 11-12).

¿Y no indica esto que la belleza de la Virgen proviene de Dios? Sí, de Dios mismo, pero al mismo tiempo pertenece a nuestro mundo; de hecho proviene todo del Hijo, Verbo eterno encarnado. Contemplamos el esplendor humano de María en la gruta de Belén y en la fuga a Egipto para salvar al Niño de los planes crueles de Herodes. Ese esplendor brilla ya en la casa de Nazaret y en Caná de Galilea, pero resplandece de forma especial en el Calvario, donde María, "no sin designio divino, se mantuvo erguida" a los pies del Redentor crucificado, como enseña el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 58).

¡Sí! la divina belleza de María, Hija de Sión, pertenece íntimamente a nuestro mundo humano, se inscribe en el corazón mismo de la historia de cada uno de nosotros, en la historia de nuestra salvación.

4. Es lo que la Iglesia proclama, de manera especial, en la solemnidad de hoy.

La "mujer" del Apocalipsis, la "mujer vestida de sol" es "la gran señal" (cf. Ap 12, 1), que aparece en el cielo, en la visión de Juan, pero está destinada a la tierra.

Esta "gran señal" no domina todo el horizonte de la historia de la humanidad. Frente a ella hay "otra señal": el "dragón rojo" que no sólo trata de perjudicar a la tierra, sino que sobre todo ataca a la Mujer y a. su Hijo, como ya había sido anunciado desde el principio en el libro del Génesis.

Por tanto, la liturgia de la solemnidad de la Asunción nos recuerda . que el hombre se halla en la tierra entre el bien y el mal,, entre la gracia y eI pecado. La victoria de la luz y de la gracia es el resultado de una lucha. Así sucede en la vida del hombre; así acaece en la vida de cada uno de nosotros; y así acontece también en la historia escrita por los pueblos, las naciones y toda la humanidad.

5. Precisamente por esto, la Asunción es una señal profundamente elocuente. Una Señal verdadera que, al mismo tiempo que indica el reino de Dios, reino que se realiza totalmente en la eternidad, no deja de mostrar los caminos que conducen a esta eternidad divina.

En todos estos caminos cada hombre puede encontrar a María. Es más, ella misma viene hacia cada uno de nosotros, como cuando fue a la casa de Zacarías para visitar a Isabel.

Y todos podemos hacer que se quede con nosotros. A todos nos es posible hacerla cada día partícipe de nuestra propia existencia terrena que, a veces, resulta tan difícil:

"¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?...

Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 43.42).

¡Si! Dios "ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc 1, 48-49). Amén.



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