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VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

SANTA MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Martes 13 de octubre de 1992

 

Queridos seminaristas:

Siento un gran gozo al estar con vosotros en este seminario, centro de formación sacerdotal, corazón que alienta la religiosidad de esta Arquidiócesis y de toda la República. Todos vosotros os preparáis al sacerdocio y queréis identificaros con el Evangelio de Jesús y con el misterio de su Iglesia, para ser signos visibles del Buen Pastor, “ungido y enviado” (Lc 4, 18), dispuestos a entregar vuestras vidas al servicio de los hombres vuestros hermanos. En el seguimiento sacerdotal de Cristo habéis oído la llamada a hacer presente la obra salvífica del Redentor, como signos del amor de Dios a toda la humanidad. “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hb 5, 6).

El Concilio Vaticano II no duda en afirmar que “los Seminarios mayores son necesarios para la formación sacerdotal” (Optatam totius, 4), porque el ambiente de piedad, de seriedad litúrgica y personal, de estudio, de disciplina, de convivencia fraterna y de iniciación pastoral que debe caracterizar al seminario, es el modo más apto para la preparación al sacerdocio (cf. ibíd.). Considerad, pues, el seminario como vuestro propio y específico hogar, y como la primera escuela de fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

En la lectura del Evangelio de san Lucas que ha sido proclamada se nos narra la vocación del apóstol Pedro y sus compañeros, que tras la pesca milagrosa, dejaron todo para seguir al Maestro. Ellos oyeron la llamada de Cristo y se convirtieron en pescadores de hombres. También vosotros, queridos seminaristas, habéis oído el “sígueme” de Jesús, el cual tiene un doble aspecto indiviso y a la vez complementario: encuentro con Cristo y misión. Uno y otro aspecto se postulan e integran mutuamente. En efecto, la vocación se nos presenta como un don de Dios, y se ha de responder a ella asumiendo también todas sus exigencias de entrega al seguimiento de Cristo y a la acción evangelizadora. Es así como se expresa el afecto de Cristo “a los suyos” (Jn 13, 1), como vocación, que es declaración de amor; y sólo en pos de este amor se comprenden perfectamente los dos aspectos complementarios entre sí de la vocación: “Llamando a los que quiso, vinieron a Él, y designó a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”, nos dice el evangelista Marcos (Mc 3, 13-14).

El seguimiento de Cristo os vincula indisolublemente a Él, no sólo para participar en su ser o en su “unción”, sino también para prolongar su “misión” y para adentraros en su amor redentor. ¡Cómo no recordar la escena conmovedora del lago, cuando Pedro y sus compañeros dejan en la orilla las redes y la barca y siguen a Jesús que los había mirado en lo profundo de sus almas! Vosotros, queridos seminaristas, también sentisteis un día la llamada de Jesús que os invitaba a seguirle. Sabéis muy bien que, con la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada, habéis sido llamados a correr la suerte de Cristo, a “beber el cáliz” (Ibíd., 10, 38), a compartir la vida con Él. Esta llamada no sólo os sostiene y os prepara para las dificultades, según las palabras del Señor: “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas” (Lc 22, 28), sino que conlleva además una gozosa participación en la amistad de Cristo: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 14). En la vivencia de esta amistad consiste precisamente el secreto de la misión: “Vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Ibíd., 15, 27).

A la luz de las palabras de Jesús a Pedro: “No tengas miedo, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10), podemos enfocar correctamente los acontecimientos y las preocupaciones de nuestra vida. Os puedo asegurar, amados seminaristas, que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes espirituales y vuestros afanes apostólicos. ¡Cómo no pensar en la necesidad y urgencia de numerosas y selectas vocaciones! ¡Cómo no acompañaros en vuestros deseos de una más auténtica vivencia del sacerdocio como signo personal y comunitario de Cristo Sacerdote y Buen Pastor!

Antes de terminar, deseo alentaros nuevamente a continuar con generosa entrega el camino de vuestra preparación al sacerdocio y a la vida consagrada. Dedicaos intensamente a vuestra formación espiritual, teológica, pastoral, humana. En la Exhortación Apostólica “Pastores Dabo Vobis” podréis encontrar preciosas orientaciones a este respecto.

Que María, la cual dedicó su vida al crecimiento y a la formación de Jesús (cf. ibíd., 2, 51-52), sea vuestra protectora en todo momento. En este día, en que celebramos el 75 Aniversario de la aparición de Nuestra Señora de Fátima, os encomiendo a su amor maternal.

Con estos fervientes deseos bendigo de todo corazón a vosotros, queridos seminaristas, así como a vuestros profesores y formadores, que con generosa entrega dedican lo mejor de sí a la preparación de los santos y sabios sacerdotes que la Iglesia necesita.



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