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VIAJE APOSTÓLICO A FILIPINAS, PAPÚA NUEVA GUINEA,
AUSTRALIA Y SRI LANKA

X JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

MISA PARA LOS DELEGADOS DEL FORO DE LOS JÓVENES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla de la Universidad de Santo Tomás, Manila
Viernes 13 de enero de 1995

 

«Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?» (Mc 10, 17).

Queridos amigos en Cristo:

1. En cierta ocasión, un joven planteó a Jesús esa pregunta. Como respuesta, Jesús le recordó los mandamientos de Dios. Y cuando el joven le dijo que los había guardado desde su infancia, Jesús lo miró con amor y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21).

«Ven y sígueme». La llamada que el Señor dirigió ese día al joven del evangelio resuena también en nuestro tiempo. La Iglesia la repite cuando el Papa, los obispos y todas las personas que trabajan en la pastoral juvenil los invitan a reunirse. Son diversas las ocasiones en que los jóvenes se pueden reunir así: en sus parroquias y diócesis, y, en los últimos diez años, durante las jornadas mundiales de la juventud. En Roma, luego en Buenos Aires (Argentina), y sucesivamente en Santiago de Compostela (España), Jasna Góra, Czestochowa (Polonia) y Denver (Estados Unidos). Hoy estamos aquí en Manila, en Filipinas, en Extremo Oriente, en Asia. Aunque se hallan presentes delegaciones procedentes de la mayor parte de los países del mundo, debemos decir que se trata, de modo especial, de la Jornada mundial de la juventud de las Iglesias de Asia y Extremo Oriente.

2. El V Foro internacional de la juventud, organizado por el Consejo pontificio para los laicos, cuyo presidente es el cardenal Eduardo Pironio, ha reunido aquí a los delegados de las Conferencias episcopales, así como de movimientos, asociaciones y grupos eclesiales internacionales, para compartir sus experiencias de apostolado en las diversas partes del mundo y para reflexionar en el tema de la Jornada mundial de la juventud.

El tema de este año está expresado con las palabras que Cristo dirigió a los Apóstoles después de la Resurrección: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Hace dos mil años estas palabras pusieron en marcha la misión perenne de la Iglesia de proclamar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. El Señor Jesús dijo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22), y, por obediencia a esas palabras, comenzó la misión el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles y esos hombres sencillos recibieron el poder divino que les capacitó para anunciar el Evangelio con valentía, incluso hasta el derramamiento de su sangre.

3. ¿Qué significan esas palabras hoy? ¿Qué significan para vosotros, jóvenes del Foro internacional de la juventud?

Cuando Jesús dice: «Como el Padre me envió, también yo os envío», sus palabras tienen hoy el mismo significado que tuvieron inmediatamente después de la Resurrección. Al mismo tiempo, tienen un significado siempre nuevo. La Jornada mundial de la juventud, y sobre todo el Foro, tienen como objetivo descubrir ese significado, que es a la vez eterno y actual. De alguna manera, vuestro cometido consiste en invitar al Espíritu Santo a este cenáculo filipino, donde las palabras de Jesús pueden transformarse una vez más en misión, en un envío de apóstoles.

4. Siempre es Cristo quien envía. Pero ¿a quién envía? A vosotros, los jóvenes, os mira con amor. Cristo, que dice sígueme, quiere que viváis vuestra vida con un sentido de vocación. Quiere que vuestra vida tenga un significado y una dignidad precisos. La mayor parte de vosotros estáis llamados al matrimonio y a la vida familiar, pero algunos recibirán la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa.

En efecto, en esta misa se halla presente un grupo representativo de seminaristas, novicios y religiosos jóvenes. Saludo a cada uno y os exhorto a responder con decisión a la llamada a un amor total y abnegado al Señor. Son muchas las exigencias del Señor. Os pedirá la plena entrega de todo vuestro ser para difundir el Evangelio y servir a su pueblo. Pero ¡no tengáis miedo! Sus exigencias son también la medida del amor personal que os tiene a cada uno.

5. ¿Qué pide Cristo a los jóvenes? El concilio Vaticano II nos ha ayudado a tomar mayor conciencia del hecho que existen muchos modos de construir la Iglesia. Toda forma de apostolado es válida y fecunda si se realiza en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo, del que nos habla san Pablo.

La Jornada mundial de la juventud puede brindaros a todos una ocasión para descubrir vuestra llamada, para discernir el camino particular que Cristo os presenta. La búsqueda y el descubrimiento de la voluntad de Dios para vosotros es una experiencia profunda y fascinante. Exige de vosotros la actitud de confianza que manifiestan las palabras del salmo de la liturgia de hoy: «Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (Sal 15, 1). Al fin de cuentas, toda vocación, todo camino al que Cristo nos llama, lleva a la realización y a la felicidad, pues conduce a Dios, a compartir la misma vida divina.

Veo que el pueblo de Filipinas es alegre. ¿Por qué tiene tanta alegría? Estoy convencido de que es porque ha recibido la buena nueva. Los que han recibido la buena nueva viven alegres y radiantes, y además trasmiten esa alegría a los demás. Hoy esa alegría es concedida al Papa, a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a todos vosotros. Yo personalmente, y todos nosotros, nos sentimos muy agradecidos con el pueblo filipino por esta alegre hospitalidad.

6. Volviendo al texto, no vaciléis en responder a la llamada del Señor. Del pasaje del libro del Éxodo que hemos leído en esta misa podemos aprender cómo actúa el Señor en toda vocación (cf. Ex 3, 1-6. 9-12). En primer lugar, despierta una nueva conciencia de su presencia: la zarza que estaba ardiendo. Cuando comenzamos a mostrar interés, nos llama por nuestro nombre. Cuando nuestra respuesta se hace más específica y, como Moisés, decimos: «Heme aquí» (v. 4), se nos revela más claramente a sí mismo y nos manifiesta el amor misericordioso que siente hacia su pueblo necesitado. Poco a poco nos lleva a descubrir el modo práctico en que debemos servirle: «Yo te envío». De ordinario, en ese momento hacen su aparición los temores y las vacilaciones, que nos turban y nos hacen más difícil la decisión. Entonces tenemos necesidad de escuchar la garantía del Señor: «Yo estaré contigo» (Ex 3, 12). Toda vocación es una profunda experiencia personal de la verdad de estas palabras: «Yo estaré contigo». Confiero a estas palabras mi convicción personal. Para mí ha sido muy importante escucharlas. «Yo estaré contigo. No tengas miedo».

Así pues, vemos que toda vocación al apostolado nace de la familiaridad con la palabra de Dios e implica el ser enviados a transmitir esa palabra a los demás. Esos demás pueden ser personas que ya conocen el lenguaje de la palabra revelada. Pero pueden ser también personas que aún no conocen ese lenguaje, como acontece en el caso de la vocación misionera. Algunos desconocen la palabra de Dios porque todavía no la han escuchado. Otros la han olvidado y han abandonado lo que antes habían escuchado. Cualesquiera que sean las dificultades, el apóstol sabe que no está nunca solo: «Yo estaré siempre contigo». Pido a Dios todos los días para que los jóvenes católicos del mundo entero escuchen la llamada de Cristo, y su respuesta sea lo que dice el salmo responsorial: «El Señor es el lote de mi heredad... Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré» (Sal 15, 5. 8).

7. Los jóvenes del mundo deben afrontar grandes compromisos; sobre todo los jóvenes católicos de Filipinas, de Asia y de Extremo Oriente, en los umbrales del tercer milenio. La mayor tierra de misión del mundo tiene necesidad de obreros y la Iglesia pide constantemente al Señor de la mies que los envíe, que nos envíe, que os envíe.

Al subir al altar, deseo ofrecer, bajo las especies de pan y vino, junto con los obispos y los sacerdotes presentes hoy aquí, todo lo que vosotros, jóvenes, chicos y chicas, lleváis en vuestro corazón. El pan y el vino, en la Eucaristía, se convertirán en el cuerpo y la sangre de Cristo. Cuando lo recibáis en la sagrada Comunión, tened el valor de escuchar su llamada. Permitidme que os manifieste esta llamada con las palabras de un canto que me enseñaron algunos jóvenes cuando aún me encontraba en mi país: «Ven conmigo a salvar el mundo, pues estamos ya en el siglo XX». Ahora, el siglo XX ya se acerca incluso a su fin. Por eso, Cristo dice: «Ven conmigo al tercer milenio a salvar el mundo». Espero vivamente saludar a cada uno de vosotros, que habláis lenguas tan diferentes y provenís de tantos países y naciones del mundo. Anhelo vivamente veros y salir a vuestro encuentro, apoyándome en este bastón.

«Como el Padre me envió, también yo os envío». Amén.



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