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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA EXPLANADA DE LETNÁ

Domingo 27 de abril de 1997

 

1. «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11).

Estamos reunidos en esta amplia explanada para cantar juntos el solemne Te Deum por el milenario del nacimiento para el cielo de san Adalberto, obispo de Praga, apóstol del Evangelio en el corazón de Europa y testigo de Cristo hasta el supremo sacrificio de su vida.

Él, como el buen Pastor, ya desde el comienzo dio su vida por la grey, y la dio definitivamente con el martirio sufrido entre los prusianos, cuando aún seguían las religiones paganas. Por tanto, es el celoso pastor que la Providencia puso al comienzo de la historia de las naciones eslavas de Europa central, de los checos, de los polacos, de los eslovacos, y también de la nación húngara.

Este año recordamos el milenio de su martirio, un acontecimiento que todas las Iglesias particulares, que desde hace más de diez siglos viven y anuncian el Evangelio precisamente en estas naciones, se sienten comprometidas a celebrar con particular intensidad, empezando por esta tierra de Bohemia, donde nació este ilustre santo.

2. El ministerio de san Adalberto, a quien el Sucesor de Pedro llamó al servicio episcopal de la sede de Praga, en Bohemia, fue difícil. Frente a la resistencia que encontró en sus mismos compatriotas, debió abandonar su sede episcopal e irse a Roma, donde, en la colina del Aventino, comenzó su vida monástica según la tradición benedictina.

Volvió a Praga cuando las circunstancias parecían más favorables; sin embargo, la oposición de sus compatriotas lo obligó a abandonar de nuevo su patria. Vivió el resto de su vida como misionero, primero en la llanura de Panonia —hoy Hungría—, y después fue acogido como huésped en Gniezno, en la corte de Boleslao, el Intrépido. Sin embargo, ni siquiera ahí se detuvo. Partió nuevamente como misionero del Evangelio, dirigiéndose hacia el Báltico, donde encontró el martirio. Boleslao, el Intrépido, pagó un elevado precio para rescatar los restos mortales de su amigo obispo y los trasladó a Gniezno.

En el año 1000, precisamente ante las reliquias del mártir, se celebró un importante encuentro, durante el cual se tomaron decisiones destinadas a influir significativamente en las características de la vida nacional y eclesial en la Polonia de los Piast. Por ello, los cristianos de esa nación veneran a san Adalberto como uno de sus principales patronos, viendo en él un signo elocuente del vínculo de afinidad que, ya desde el comienzo, unió a las naciones limítrofes de Bohemia y Polonia.

En tierra polaca, el recuerdo de san Adalberto se asocia, sobre todo, a la Iglesia de Gniezno. Aún hoy, con frecuencia, los fieles vienen en peregrinación a Praga. En efecto, aquí empezó la misión del santo, que mantuvo profundos vínculos espirituales con los patronos de la Iglesia que está en Bohemia: san Wenceslao y santa Ludmila, los primeros de una larga serie de santos nacidos en vuestra tierra.

3. En el pasaje de la carta a los Colosenses que hemos escuchado, san Pablo afirma: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24).

Es difícil encontrar palabras que expresen mejor el significado del martirio de san Adalberto. Fue ministro del Evangelio y servidor de Cristo vivo en la Iglesia. Como los Apóstoles, se convirtió en testigo claro y valiente del misterio de Cristo: «El misterio —como escribe san Pablo— escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles» (Col 1, 26-27).

4. Se trata de un misterio destinado a todos los pueblos, tanto a los que en el mundo antiguo visitó san Pablo durante sus viajes apostólicos, como a los que la Iglesia ha dirigido su actividad misionera durante estos dos milenios. Entre el primero y el segundo milenio, san Adalberto hizo suyo este esfuerzo apostólico por llevar el misterio de Cristo a las naciones paganas del centro de Europa.

Hoy, al final del segundo milenio, mientras celebramos los mil años del martirio nos habla con las palabras de la carta a los Colosenses: «Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias» (Col 2, 6-7). El texto paulino nos advierte del peligro de toda ciencia y filosofía fundada, como escribe el Apóstol, en «los elementos del mundo» (Col 2, 8), es decir, en una tradición únicamente humana, y no en Cristo. Podríamos decir, con lenguaje moderno, que san Pablo nos pone en guardia contra la laicización y la secularización. Se trata de una advertencia muy actual en esta circunstancia jubilar.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡qué gran alegría siento al poder celebrar hoy, junto con todos vosotros, el milenario de san Adalberto! Doy gracias al Señor porque nos brinda la oportunidad de encontrarnos aquí, en la explanada de Letná, exactamente como hace siete años.

Dirijo un saludo cordial y fraterno ante todo al querido cardenal arzobispo de Praga Miloslav Vlk, sucesor de san Adalberto. Saludo, también, a los obispos de la República Checa y a los cardenales y obispos de toda Europa; a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas. Asimismo, saludo a los representantes del mundo de la política, la cultura y la ciencia que, con su presencia, testimonian la importancia social, y no sólo religiosa, de este aniversario.

Os saludo cordialmente a vosotros, queridos fieles de Bohemia, Moravia y Silesia, y a todos vosotros, hermanos y hermanas que habéis venido de Eslovaquia, de Polonia y de otras naciones de Europa, y que hoy sois huéspedes gratos en esta solemne celebración.

Recuerdo con emoción al cardenal František Tomášek, que promovió el decenio de renovación espiritual como preparación para el milenario del martirio de san Adalberto, a fin de redescubrir las raíces históricas del país y sus profundas tradiciones cristianas. En la perspectiva del gran jubileo del año 2000, esta celebración plantea algunos interrogantes precisos no sólo a los ciudadanos de la nación checa, sino también a todos los que veneran al santo mártir como padre en la fe: ¿qué ha sucedido con el patrimonio espiritual que dejó? ¿Qué frutos ha dado? ¿Sabrán los cristianos de hoy encontrar inspiración y estímulo en las enseñanzas y en el ejemplo de su gran patrono, para contri buir eficazmente a la edificación de la nueva civilización del amor?

6. San Adalberto ejerce aún hoy una fascinación particular con su gran personalidad unificada, dotada de una firmeza granítica y abierta a las necesidades espirituales y materiales de sus hermanos. Muchos lo reconocen como un digno representante no sólo de la nación checa, sino también de la tradición cristiana aún felizmente indivisa.

En esta perspectiva, san Adalberto es un testigo, podríamos decir, poliédrico, que Dios dio a la comunidad cristiana del pasado y del presente. Es un signo de la armonía y la colaboración que deben existir entre la Iglesia y la sociedad. Es un signo del vínculo existente entre las naciones checa y polaca. Digo esto con gran satisfacción, ya que, si Dios quiere, dentro de un mes estaré entre mis compatriotas para celebrar con ellos el milenario de vuestro santo. También gracias a él el cristianismo se ha desarrollado bien en Polonia. Un número considerable de sacerdotes polacos, fruto de la sangre de este gran mártir, vienen actualmente a las diócesis checas, para colaborar en el trabajo pastoral de vuestras comunidades, en esta fase de esperanza, después del largo período de violencia y represión.

San Adalberto es un santo para los cristianos de hoy: los invita a no encerrarse en sí mismos, guardándose el tesoro de las verdades que poseen, con una actitud de estéril defensa ante el mundo. Al contrario, les pide que se abran a la sociedad actual, buscando todo lo bueno y valioso que ésta posee, para elevarlo y, si fuera necesario, purificarlo a la luz del Evangelio.

7. «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11).

La liturgia de la Palabra de esta solemnidad encuentra, en cierto sentido, su coronamiento en el pasaje del evangelio según san Juan. La parábola del «buen pastor» se centra en la persona y la misión de Cristo. Él es precisamente el buen Pastor, que da su vida por las ovejas, como sucedió en el Calvario con la pasión y la muerte en la cruz.

En el momento en el que se entrega, Cristo tiene clara conciencia del valor universal que posee su sacrificio. Dice: «Doy mi vida por las ovejas» (Jn 10, 15). Y añade enseguida, pensando en todos aquellos por quienes se entrega: «Tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16). En el Gólgota ya están presentes espiritualmente los pueblos y las naciones de la tierra, llamados todos a la salvación.

8. El Evangelio está destinado a todos los hombres, puesto que todos han sido redimidos por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Todos; por tanto, también los pueblos a los que hace mil años les fue enviado san Adalberto como testigo del misterio de Cristo.

Después de mil años, mientras recordamos el martirio y toda la vida evangélica de san Adalberto, cantamos con toda la comunidad cristiana: Te Deum laudamus... «Te alabamos, oh Dios. Te proclamamos Señor. Te aclama el cándido ejército de los mártires».

Al mismo tiempo, encomendamos a la divina Providencia la tierra natal del santo obispo, la ilustre nación en donde nació, así como los pueblos eslavos que, al comienzo de su historia, experimentaron los frutos de su misión. Salvum fac populum tuum, Domine... «Salva a tu pueblo, Señor; bendice y protege a tus hijos».

Salvum fac! Quiera Dios que la obra de la salvación, que san Adalberto empezó en esta tierra, se mantenga firme y fructifique abundantemente entre vosotros, sus compatriotas, así como entre aquellos a quienes fue enviado. Amén.



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