VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ATANASIO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 18 de mayo de 1997
1. Veni, Creator Spiritus! «El Espíritu del Señor llena la tierra» (Estribillo del Salmo responsorial).
Así aclama la Iglesia hoy, celebrando la solemnidad de Pentecostés, con la que concluye el tiempo pascual, centrado en la muerte y resurrección de Cristo.
Después de la resurrección, Cristo se apareció muchas veces a los Apóstoles (cf. Hch 1, 3), reforzando su fe y preparándolos para comenzar la gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Las últimas palabras que Jesús dirigió a sus Apóstoles en la tierra fueron: «Id por todo el mundo» (Mc 16, 15). «Haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 19-20).
2. Jesús había ordenado anteriormente a los Once que esperaran en Jerusalén la venida del Consolador. Les había dicho: «Seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hch 1, 5). Siguiendo las indicaciones de Jesús, desde el monte de los Olivos, donde se habían encontrado por última vez con el Maestro, volvieron al cenáculo y allí, en compañía de María, perseveraban en la oración, esperando el acontecimiento prometido. En la solemnidad de Pentecostés sucedió el acontecimiento extraordinario que describen los Hechos de los Apóstoles y que marca el nacimiento de la Iglesia: «De repente, un ruido del cielo, como de un viento impetuoso, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería» (Hch 2, 2-4). Estos fenómenos extraordinarios atrajeron la atención de los judíos y los prosélitos presentes en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Quedaron desconcertados al oír ese ruido y, más aún, al escuchar a los Apóstoles que se expresaban en diversas lenguas. Provenientes de diferentes lugares del mundo, cada uno oía a esos doce galileos hablar en su propio idioma: «Los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua» (Hch 2, 11).
3. En los Hechos de los Apóstoles san Lucas describe la extraordinaria manifestación del Espíritu Santo, que tuvo lugar en Pentecostés, como comunicación de la vitalidad misma de Dios que se entrega a los hombres. Este don divino es, al mismo tiempo, luz y fuerza: luz, para anunciar el Evangelio, la verdad revelada por Dios; fuerza, para infundir la valentía del testimonio de la fe, que los Apóstoles inauguran en ese mismo momento.
Cristo les había dicho: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Precisamente para prepararlos a esa gran misión, Jesús les había prometido el Espíritu Santo la víspera de la pasión, en el cenáculo, diciéndoles: «Cuando venga el Consolador, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27).
El testimonio del Espíritu de verdad debe llegar a ser una sola cosa con el de los Apóstoles, fundiendo así en una única realidad salvífica el testimonio divino y el humano. De esta fusión brota la obra de la evangelización, iniciada el día de Pentecostés y confiada a la Iglesia como tarea y misión que atraviesa los siglos.
4. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de San Atanasio, os saludo a todos con afecto. Mi saludo cordial va, ante todo, al cardenal vicario, al obispo auxiliar del sector, a vuestro párroco, don Vincenzo Luzi, al vicepárroco y a los sacerdotes que colaboran con él en la actividad pastoral. Saludo cordialmente también al alcalde de Roma. Os saludo con alegría a todos vosotros que, en gran número, habéis venido hoy aquí, a vuestra iglesia parroquial, renovada recientemente también con vuestra contribución generosa y digna de elogio. Por medio de vosotros, deseo hacer llegar un saludo afectuoso y la seguridad de mi oración a todos los enfermos y los ancianos de la parroquia, que no han podido estar aquí con nosotros.
Gracias por vuestra cordial acogida y por las felicitaciones que habéis querido expresarme con motivo de mi cumpleaños. En este día tan significativo para mí, me alegra encontrarme en vuestra comunidad, rica en diversas experiencias espirituales. Doy las gracias al consejo pastoral, a los numerosos y bien organizados grupos parroquiales y a todos los habitantes de los siete barrios en que se subdivide el territorio. Sé que cada año, durante este período, se celebra vuestra fiesta patronal con varias iniciativas populares, que pretenden favorecer el conocimiento y la unión de las familias, suscitando entre quienes trabajan juntos estima y amistad, con vistas al anuncio del Evangelio, que es obra esencial de la comunidad cristiana. Os expreso mi aprecio por vuestro compromiso, y os animo a proseguir valorizando estas tradiciones culturales y religiosas.
5. La liturgia de hoy nos invita a acoger con generosa disponibilidad el don del Espíritu, para poder anunciar al Resucitado con gran eficacia. Amadísimos hermanos y hermanas, anunciadlo de las maneras y en las ocasiones que os ofrecen las circunstancias. Sé que ya lo hacéis de diversas formas válidas: en los grupos de catecismo como preparación para los sacramentos, en el oratorio con el testimonio de la caridad y mediante las fiestas y las manifestaciones populares, y en los centros de escucha en las casas y en el barrio. Sostenidos también por el impulso que os da la Misión ciudadana, esforzaos por transmitir a todos la novedad del Evangelio, buscando caminos y modalidades que respondan cada vez más a las necesidades del hombre de hoy.
Cristo es el camino, la verdad y la vida. Después de subir al cielo, envió al Espíritu de unidad que llama a la Iglesia a vivir en comunión interior y a cumplir la misión evangelizadora en el mundo. Me dirijo, en particular, a vosotros, jóvenes y muchachos que vivís en el ámbito de la parroquia: no tengáis miedo a Cristo; sed sus apóstoles entre vuestros coetáneos, que en este barrio, al igual que en otros lugares de la ciudad, afrontan con frecuencia problemas muy graves. Pienso en el desempleo y en la difícil búsqueda del sentido de la vida, que puede llevar a la desesperación, a la droga o, incluso, a gestos absurdos y desconsiderados.
La Misión ciudadana, en la que también participa vuestra parroquia, invita a todos los creyentes a anunciar la esperanza del Evangelio en cada ambiente y en cada familia.
6. «El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena (...). Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando» (Jn 16, 13-14). De esta promesa de Jesús brota la certeza de la fidelidad en la enseñanza, parte esencial de la misión de la Iglesia. En este anuncio, que se realiza a lo largo de la historia, está presente y obra el Espíritu Santo con la luz y el poder de la verdad divina. El Espíritu de la verdad ilumina al espíritu humano, como afirma san Pablo: «Todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12, 13). Su presencia crea una conciencia y una certeza nuevas con respecto a la verdad revelada, permitiendo participar así en el conocimiento de Dios mismo. De ese modo, el Espíritu Santo revela a los hombres a Cristo crucificado y resucitado, y les indica el camino para llegar a ser cada vez más semejantes a él.
Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés comienzan todas las maravillas de Dios, tanto en la vida de las personas como en la de toda la comunidad eclesial. La Iglesia, que surgió el día de la venida del Espíritu Santo, en realidad nace continuamente por obra del mismo Espíritu en numerosos lugares del mundo, en muchos corazones humanos y en las diversas culturas y naciones.
7. «Veni, Creator Spiritus!», invoca hoy la Iglesia entera con gran fervor. Así ora también vuestra hermosa comunidad. Junto con su obispo, también ella celebra hoy su propio nacimiento en el Espíritu. En efecto, aunque el día de Pentecostés nació la Iglesia en su dimensión más amplia, católica y universal, en ese mismo momento ya estaban presentes asimismo todas las comunidades cristianas que permanecen en la unidad, en comunión con sus pastores, con el Colegio episcopal y con el Sucesor de Pedro. El Espíritu Santo sigue realizando, también hoy, las maravillas de la salvación, inauguradas el día de Pentecostés.
«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor» (Antífona del Aleluya). Amén.
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