SANTA MISA "IN CENA DOMINI"
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Basílica de San Pedro,
Jueves santo, 17 de abril de 2003
"Los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
1. En la víspera de su pasión y muerte, el Señor Jesús quiso reunir en torno a sí, una vez más, a sus Apóstoles para dejarles las últimas consignas y darles el testimonio supremo de su amor.
Entremos también nosotros en la "sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes" (Mc 14, 15) y dispongámonos a escuchar los pensamientos más íntimos que quiere comunicarnos; dispongámonos, en particular, a acoger el gesto y el don que ha preparado para esta última cita.
2. Mientras están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los pies a los discípulos. Pedro, al principio, se resiste; luego, comprende y acepta. También a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También él deberá "lavar los pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese amor, que constituye la síntesis de todo el Evangelio (cf. Jn 13, 1-20).
También durante la Cena, sabiendo que ya había llegado su "hora", Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: "Esto es mi cuerpo"; lo mismo hace con el cáliz: "Esta es mi sangre". Y les manda: "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Realmente aquí se manifiesta el testimonio de un amor llevado "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Jesús se da como alimento a los discípulos para llegar a ser uno con ellos. Una vez más se pone de relieve la "lección" que debemos aprender: lo primero que hemos de hacer es abrir el corazón a la acogida del amor de Cristo. La iniciativa es suya: su amor es lo que nos hace capaces de amar también nosotros a nuestros hermanos.
Así pues, el lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15).
3. "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24). La "memoria" que el Señor nos dejó aquella noche se refiere al momento culminante de su existencia terrena, es decir, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a la humanidad. Y es una "memoria" que se sitúa en el marco de una cena, la cena pascual, en la que Jesús se da a sus Apóstoles bajo las especies del pan y del vino, como su alimento en el camino hacia la patria del cielo.
Mysterium fidei! Así proclama el celebrante después de pronunciar las palabras de la consagración. Y la asamblea litúrgica responde expresando con alegría su fe y su adhesión, llena de esperanza. ¡Misterio realmente grande es la Eucaristía! Misterio "incomprensible" para la razón humana, pero sumamente luminoso para los ojos de la fe. La mesa del Señor en la sencillez de los símbolos eucarísticos -el pan y el vino compartidos- es también la mesa de la fraternidad concreta. El mensaje que brota de ella es demasiado claro como para ignorarlo: todos los que participan en la celebración eucarística no pueden quedar insensibles ante las expectativas de los pobres y los necesitados.
4. Precisamente desde esta perspectiva deseo que los donativos que se recojan durante esta celebración sirvan para aliviar las urgentes necesidades de los que sufren en Irak por las consecuencias de la guerra. Un corazón que ha experimentado el amor del Señor se abre espontáneamente a la caridad hacia sus hermanos.
"O sacrum convivium, in quo Christus sumitur".
Hoy estamos todos invitados a celebrar y adorar, hasta muy entrada la noche, al Señor que se hizo alimento para nosotros, peregrinos en el tiempo, dándonos su carne y su sangre.
La Eucaristía es un gran don para la Iglesia y para el mundo. Precisamente para que se preste una atención cada vez más profunda al sacramento de la Eucaristía, he querido entregar a toda la comunidad de los creyentes una encíclica, cuyo tema central es el misterio eucarístico: Ecclesia de Eucharistia. Dentro de poco tendré la alegría de firmarla durante esta celebración, que evoca la última Cena, cuando Jesús nos dejó a sí mismo como supremo testamento de amor. La encomiendo desde ahora, en primer lugar, a los sacerdotes, para que ellos, a su vez, la difundan para bien de todo el pueblo cristiano.
5. Adoro te devote, latens Deitas! Te adoramos, oh admirable sacramento de la presencia de Aquel que amó a los suyos "hasta el extremo". Te damos gracias, Señor, que en la Eucaristía edificas, congregas y vivificas a la Iglesia.
¡Oh divina Eucaristía, llama del amor de Cristo, que ardes en el altar del mundo, haz que la Iglesia, confortada por ti, sea cada vez más solícita para enjugar las lágrimas de los que sufren y sostener los esfuerzos de los que anhelan la justicia y la paz!
Y tú, María, mujer "eucarística", que ofreciste tu seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios, ayúdanos a vivir el misterio eucarístico con el espíritu del Magníficat. Que nuestra vida sea una alabanza sin fin al Todopoderoso, que se ocultó bajo la humildad de los signos eucarísticos.
Adoro te devote, latens Deitas...
Adoro te..., adiuva me!
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