CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO DE EL SALVADOR
A mons. José Eduardo Álvarez Ramírez,
Presidente de la Conferencia Episcopal
y a los venerables hermanos en el Episcopado de El Salvador:
A vosotros, hermanos en el Episcopado, unidos a esta Cátedra de Pedro con vínculos de fe y de caridad, y, por medio de vosotros, a la querida comunidad eclesial salvadoreña, tan probada durante estos años por el sufrimiento y el dolor, deseo dirigir una palabra que testimonie mi paternal solicitud y afecto.
Con creciente ansia y preocupación sigo el prolongarse de una situación dolorosa que, lejos de suscitar un esfuerzo común de reconciliación, ha ido agravándose con el trágico aumento de lamentables y casi diarias acciones criminales, que han provocado ya centenares de víctimas y sumergido en el luto a tantas familias.
Los múltiples y angustiosos acontecimientos, que han bañado de sangre y turbado todo el país, son expresión de un estado de violencia, que se está haciendo endémico, el cual, además de perturbar el orden y la seguridad de la sociedad, parece haber hecho olvidar en las mentes una verdad fundamental para la convivencia civil: el carácter sagrado de la vida, la cual proviene de Dios, Creador y Dador de todos los bienes, al cual exclusivamente compete el derecho sobre ella.
Conozco bien, venerables hermanos, vuestras ansias apostólicas en las difíciles circunstancias en que se desarrolla vuestra misión, como también vuestro empeño en lograr que la irracionalidad de los conflictos ceda el paso a las razones de la justicia y de la paz.
Al recuerdo del testimonio ofrecido con la sangre por el llorado arzobispo Oscar Romero, en el cual se expresa con tanta evidencia el tormento de vuestro país, junto una vez más mi voz a la vuestra, exhortando vivamente y suplicando que se desista de toda violencia, de cualquier parte venga, porque es contraria a la ley de Dios y a toda convivencia civil; y que se restablezca, escuchando la sabia voz de la conciencia cristiana y de la recta razón, un clima de mayor disponibilidad a desarrollar un diálogo. Esto permitirá el apaciguamiento de los ánimos y la búsqueda común de una consolidación real de iniciativas que, inspiradas en los principios de solidaridad humana y de responsabilidad moral, sean capaces de restablecer un orden social más equitativo y decoroso para vuestra nación, que se honra y se precia del nombre de Cristo Salvador.
Sé que ése es el deseo y la voluntad de la mayor parte de la población salvadoreña, abnegada y trabajadora.
Quisiera dirigir también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a todos los laicos católicos de vuestra nación, una palabra de particular estímulo a dar testimonio ejemplar de unión y de estrecha colaboración con vosotros, Pastores de la Iglesia en El Salvador, permaneciendo fieles a vuestras directrices.
Que os sirva de consuelo saber que el Papa participa de vuestros sufrimientos y de vuestras esperanzas, y se une a vuestras plegarias para que Cristo Salvador ilumine las mentes y afiance los propósitos de trabajar leal mente por un bien entendido progreso del país.
De todo corazón lo pido, por intercesión de la Virgen María, invocando sobre vosotros, venerables hermanos, sobre quienes colaboran en vuestra actividad pastoral, sobre la comunidad eclesial de vuestra nación, la abundancia de las gracias divinas, e impartiendo, como prueba de benevolencia y de predilección, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 20 de octubre de 1980.
IOANNES PAULUS PP. II
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