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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA VI SESIÓN DEL GRUPO INTERGUBERNAMENTAL
DE LA CONFERENCIA SOBRE EL COMERCIO Y DEL DESARROLLO (CNUCED)

 

Sr. Don Alister McIntyre,
Secretario general adjunto de la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Comercio y del Desarrollo.

Desde la reunión de la Conferencia “sobre los países menos avanzados”, que tuvo lugar en París en septiembre de 1981, y ya después de la elaboración del “nuevo programa sustancial de acción para los años 80”, la crisis económica mundial y otros diferentes factores no han permitido la realización de todos los objetivos que se definieron entonces. Por esta razón resulta muy oportuno hacer, a mitad del recorrido, un examen general acerca de la actuación de este programa de acción. Y es preciso alegrarse al ver al “Grupo intergubernamental encargado del problema de los países menos desarrollados” reunirse en el marco de la CNUCED y con su ayuda. Personalmente, me alegra poder expresar mi más cordial estímulo a los participantes de esta sesión en Ginebra. Deseo vivamente que, sobre la base de un análisis objetivo de la situación actual, se reavive la voluntad política de adoptar medidas más justas y más eficaces con el fin de ofrecer una solución idónea a uno de los problemas más graves de nuestro tiempo.

Durante mi reciente visita pastoral a África no he dejado de subrayar, en varias ocasiones, cómo me preocupa el progreso de todos los pueblos, del que son responsables en primer lugar los gobernantes y las poblaciones de cada país, pero también, de manera solidaria, toda la comunidad de las naciones. En este sentido hablé, por ejemplo, en Yaundé, al Presidente de la República, a los Cuerpos constitucionales y al Cuerpo Diplomático. Los esfuerzos de los países africanos, ciertamente condicionados por la limitación de medios, serían sin embargo, capaces, con el apoyo activo de la comunidad internacional en el plano de la alimentación, de la salud y de las inversiones, de afrontar progresivamente el desafío económico y social que agobia y humilla a la gran mayoría de sus habitantes. Durante los trabajos de esta sesión no dudo de que los participantes, aunque tengan que dedicar toda su atención a los informes técnicos y a las estadísticas, se dejarán impresionar también en el espíritu y el corazón por los dramas humanos que viven diariamente millones y millones de hermanos nuestros en los países menos favorecidos. Todos estos hermanos merecen nuestra solidaridad. ¿No sería, sin embargo, conveniente dar una cierta prioridad a los jóvenes sin trabajo, sin futuro, y quizás afectados ya en su salud y desarrollo?

Quiero abordar de nuevo una cuestión delicada y dolorosa. Quiero hablar del tormento de los responsables de varios países que no saben ya cómo hacer frente al angustioso problema de la deuda pública. Sin querer entrar en consideraciones técnicas, quiero mencionar, sin embargo, este problema que constituye uno de los aspectos más complejos de la situación general de la economía internacional. Una reforma estructural del sistema económico mundial es sin duda una de las iniciativas que aparecen como más urgentes y necesarias.

Séame permitido, no obstante, proponer a vuestra amable atención dos puntos de reflexión. En primer lugar, me parece necesario buscar y concretar medidas que sean capaces de ayudar a los países menos desarrollados y endeudados a poder ser autosuficientes, o por lo menos ampliamente autosuficientes en el campo de la alimentación. Quiero subrayar, además, el valor específicamente cristiano de la caridad. Este valor conduciría, especialmente en los casos de emergencia, a tomar decisiones políticas y económicas que no sean solamente dictadas por consideraciones de estricta justicia humana. sino inspiradas por una generosidad de orden superior: lo que los cristianos llaman amor al prójimo, expresión del amor a Dios. El Evangelio nos da a este respecto enseñanzas luminosas y ejemplos estimulantes. De este modo los aspectos técnicos estarán al servicio de una decisión política en el sentido más noble de la palabra. Gracias a esta inteligencia profunda del bien común de la humanidad y gracias a tales decisiones valientes se construye o se reconstruye la paz entre las naciones. En las familias, el amor no contradice la justicia, sino que le da una dimensión y una calidad que le permiten superar las pruebas y crisis. Así, la gran comunidad de los pueblos puede ayudar a toda la familia humana a progresar por los caminos de una solidaridad efectiva y a consolidar sus profundas aspiraciones de paz.

De nuevo, deseo que los trabajos importantes y delicados de esta VI sesión del grupo intergubernamental encargado de los países menos desarrollados respondan plenamente a sus expectativas. Está en juego el bienestar de dos tercios de la humanidad enfrentada con una miseria insoportable. Está en juego el honor y la conciencia de las poblaciones que viven en la opulencia.

Invoco la abundancia de la luz y de la fuerza divinas sobre los gobernantes, los expertos, los consejeros y todos los participantes en esta sesión humanitaria capaz de volver a dar esperanza a nuestros hermanos y hermanas de los países menos desarrollados.

Que Dios bendiga vuestros esfuerzos.

Vaticano, 26 de septiembre de 1985.

JUAN PABLO II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 45, p.11.



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