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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL II ENCUENTRO ECLESIAL CUBANO


Viernes 2 de febrero de 1996

 

Amados hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes y diáconos,
religiosos, religiosas y fieles católicos de Cuba:

1. Deseo hacerme presente entre vosotros, en esta ocasión es, a la vez, conmemoración y anuncio. Conmemoración del 1 Encuentro Eclesial Cubano, que hace diez años dio un nuevo impulso a la Iglesia en Cuba y la llevó a desarrollar una acción evangelizadora cada vez más viva y abierta, invitando a los católicos cubanos a dar un lugar preferente a la oración y llamando a la Iglesia en vuestro País a que se reconozca a sí misma y se sienta, en todos y cada uno de sus hijos, parte del pueblo en el cual el Señor la ha plantado.

Estos rasgos de una Iglesia orante, encarnada y evangelizadora, que vuestro primer Encuentro Nacional destacó como fundamentales, han ido configurando la vida y la acción de la Iglesia en Cuba durante un decenio. Ahora, revitalizada en su misión, sin dejar de crecer en número y en el compromiso evangelizador de sus fieles, la Iglesia convoca a los católicos cubanos para conmemorar con fe, y llenos de esperanza, los dos mil años del nacimiento de Jesucristo. Éste es el anuncio que, en esta ocasión, la Iglesia en Cuba dirige también al pueblo fiel, para que se prepare durante el próximo trienio al Gran Jubileo del año 2000, de acuerdo con las grandes líneas trazadas en mi Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente.

2. Desde la celebración del Primer Encuentro Nacional de la Iglesia en Cuba ha habido en el mundo grandes transformaciones, que han marcado nuevas pautas en la sociedad y en las relaciones internacionales. Entre esas transformaciones cabe mencionar la caída, en Europa del Este, de un sistema político basado en la filosofía marxista (cf. Centesimus annus, 22), el cual tenía su influjo en Naciones de otros continentes.

Dicho sistema, difundiendo el ateísmo, acarreó a la Iglesia de aquellos países grandes pruebas, pues consideraba irrelevante e incluso nociva la profesión y práctica de la religión. En muchas ocasiones daba un tratamiento burocrático, excluyente y severo a la Iglesia, a sus instituciones y a los creyentes en general. Éstos se vieron limitados y a veces impedidos de proclamar el mensaje de Cristo y, en no pocas ocasiones, vivir la propia fe (Ibíd., 29). Si bien las condiciones de la Iglesia entre vosotros no eran exactamente las mismas que las descritas, los católicos cubanos, que hace diez años celebraban su Primer Encuentro Eclesial, habían experimentado situaciones difíciles.

3. En Cuba las circunstancias también han cambiado para la fe cristiana durante este mismo período. Aunque la Iglesia en vuestro país aspira, con todo derecho, a una plena libertad en su acción evangelizadora, de modo que —con los medios que le son propios, incluidos los que hoy ofrece la técnica— pueda llevar el mensaje de Cristo a todos los cubanos. Por otra parte, es cierto también que la etapa del ateísmo, mal llamado científico, parece superada en vuestra Nación y que, tanto por parte del pueblo como de las instancias oficiales, se reconoce cada vez más la ayuda que la fe cristiana puede aportar al bien social. Por esto, la esperanza debe caracterizar la celebración y proyección de esa reunión conmemorativa, que viene a constituir vuestro II Encuentro Eclesial Cubano.

La Iglesia Católica en Cuba debe estar dispuesta a dar pasos seguros en sus proyectos evangelizadores. Al mismo tiempo, es de esperar que, en diálogo abierto con las Autoridades públicas, pueda no sólo disponer de los medios necesarios para cumplir su misión, sino que sea comprendida y aceptada en su naturaleza. La Iglesia y el Estado tienen ámbitos propios e independientes, aunque no paralelos ni opuestos. Iglesia y Estado deben servir al hombre y a la mujer, y esto sin interferencias ni sumisión del uno al otro, sino de manera complementaria, para promover el único bien común. Este principio de complementariedad en las relaciones entre personas, naciones e instituciones, debe reemplazar las concepciones de una cierta dialéctica que lleva consigo el enfrentamiento y la lucha, y cualquier otra visión de la realidad que quiera confinar la fe religiosa en el ámbito puramente privado.

La paz, y también la paz social, exige en todos un cambio de mentalidad para que las tensiones que generan conflictos den paso a la comprensión y al diálogo. Por eso, la Iglesia dirige su mensaje a seres humanos inmersos en realidades múltiples y cambiantes, a veces angustiosas y a veces desafiantes. La Palabra de Dios, de la cual la Iglesia es portadora, se proclama así en situaciones concretas, buscando incidir, con su fuerza bienhechora, en la vida de los hombres y de los pueblos.

4. El Tercer Milenio abre ante la humanidad y también ante vosotros, queridos hijos e hijas de Cuba, muchos interrogantes, pero ofrece además perspectivas nuevas e insospechadas: ¿Cómo será el mundo del siglo XXI? ¿Sabremos aprovechar las experiencias del pasado y construir una convivencia pacífica en el seno de cada comunidad nacional y entre las naciones? ¿Podrán encontrar cauce apropiado las ansias de libertad de tantos hombres y pueblos de la tierra?

Cuando parecen ya superados los sistemas colectivistas que sofocan las válidas iniciativas personales o de grupo, ¿caerá el mundo bajo los ciegos mecanismos de un tipo de organización económica despiadada, que no tenga en cuenta a los más débiles y frustre las aspiraciones de los pobres?

Es misión de la Iglesia, y por tanto de los católicos de Cuba, proponer o rescatar los valores de la familia; recordar en todo momento la grandeza y la preeminencia del trabajo humano y su justa retribución. De igual modo, la misma Iglesia siente el deber de alertar las conciencias de quienes ejercen funciones públicas, sobre sus grandes responsabilidades en el campo de la política o en el de la economía, tan ligada a ella.

En efecto, el futuro de la humanidad depende de la actuación responsable de las personas cuando se fundamentan en la verdad y su vida es iluminada por altos principios morales que hacen su corazón capaz de amar hasta el sacrificio. El modelo de este hombre, servidor y amante, es Jesucristo. Éste es el anuncio perenne que la Iglesia da al mundo; Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre. (cf. Hb 13, 8).

5. Queridos hijos e hijas de Cuba, no dejéis de proclamar que Jesucristo es el único Salvador; que su Evangelio puede transformar las mentes y los corazones, producir la ansiada reconciliación y convocar a los cubanos, como a todos los pueblos de la Tierra, hacia una auténtica fraternidad, sin odios ni recelos. Es necesario que seáis cristianos conocedores de la Palabra revelada, de la doctrina moral y social de la Iglesia, así como de las exigencias de la justicia y de la paz; comprometidos en el servicio de la caridad y en la promoción de vuestro pueblo; diligentes en procurar el acercamiento entre todos vuestros hermanos, respetando los diversos modos de pensar. Si la Iglesia no proclamara la verdad y no mostrara el amor, ¿quién lo haría? Ésta es nuestra misión irreemplazable de cara al año 2000 y siempre.

6. Pido al Señor, por la intercesión materna de la Virgen María de la Caridad de El Cobre, que este II Encuentro Eclesial Nacional dé abundantes frutos. Que Ella, Estrella luminosa de la nueva Evangelización, os ayude a ser pregoneros incansables de la verdad y testigos del amor, para que la Iglesia en Cuba, siguiendo a Cristo e iluminada por el Espíritu, prepare caminos de justicia y de paz en el seno de vuestra sociedad, y así reine la esperanza en las familias, en cada uno de vosotros y en todo el pueblo cubano.

Mientras espero que no sea lejano el día en que pueda visitaros personalmente, os bendigo de corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Vaticano, 2 de febrero de 1996.

JUAN PABLO II

 



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