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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DEL SÍNODO DE LA IGLESIA SIRO-MALABAR

 

A mis venerados hermanos en el episcopado del Sínodo de la Iglesia siro-malabar

Es una gran alegría para mí dirigirme a vosotros, queridos hermanos en el episcopado de la Iglesia siro-malabar, a quienes estoy unido en el ministerio de los Sucesores de los Apóstoles y por la estima y el afecto particulares que siento hacia vuestra Iglesia, rica de historia, joven en su entusiasmo por anunciar el Evangelio, y viva en su compromiso de testimoniar la vida cristiana. Cumpliendo mi responsabilidad, de modo especial al comenzar a ser Iglesia arzobispal mayor, y al seguir progresando como tal, he estado cercano a vosotros en vuestro itinerario común hacia una comunión más profunda, basada en una participación plena en vuestra tradición eclesial específica.

Desde 1992, año de la elevación de vuestra Iglesia a esta condición, he seguido de cerca todo lo que habéis hecho con éxito para crear las estructuras jurídicas y pastorales necesarias. He reconocido vuestro compromiso de construir juntos la unidad en la comunión, que debería ser el testimonio más explícito de vuestra fe en Jesucristo. Ya habéis recorrido buena parte del camino, aunque aún queda mucho por hacer para que vuestra luz, colocada en la cima de una montaña, pueda resplandecer a los ojos del mundo y todos encuentren en ella inspiración y guía.

En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos describe la actitud de la primera comunidad cristiana: acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones (cf. Hch 2, 42). Ese es el modelo para toda comunidad cristiana. A vosotros, como sucesores de los Apóstoles, os corresponde la tarea de guiar a la Iglesia siro-malabar hacia la realización plena de esta aspiración.

Hacer realidad esta comunión, con fidelidad a la enseñanza apostólica, como muestra el pasaje de la Escritura que acabo de citar, significa que los obispos debemos ser plenamente conscientes de que somos los custodios de una herencia de fe y de gracia que nos precede y nos acompaña, y que estamos llamados a transmitirla, enriquecida, a las generaciones futuras. Este patrimonio va más allá de opiniones y deseos personales, y exige la responsabilidad de todos por el bien común de la Iglesia y la salvaguardia de su tradición en su integridad y plenitud. La conciencia de esta vocación requiere que hagamos el máximo esfuerzo por expresar la verdad íntegra, para que nada, ni siquiera el elemento más insignificante, se pueda perder. Este deber que tenéis con respecto al pueblo de Dios confiado a vosotros, lo debéis cumplir en especial colaborando como miembros del Sínodo, pues los obispos ejercen así en común su autoridad como Colegio.

La «fracción del pan», la Eucaristía, es el símbolo más elevado de esta vocación y la fuente de la fuerza que necesitáis para realizar esta tarea. Tenéis que partir el pan eucarístico en vuestras comunidades. Pero para que sea una acción auténtica y coherente, debéis partir entre vosotros mismos el pan de la caridad, para construir una unidad mayor, una unidad que os implique personalmente y os una especialmente a Cristo, la Cabeza de su Cuerpo místico, que es la Iglesia.

Pido al Señor que os conceda encontrar en la conservación del depósito de la fe, en la Eucaristía y en la oración, la alegría de una plena armonía fraterna y el consuelo del Espíritu Santo, que cura nuestras heridas y nos sostiene en el camino de la Iglesia hacia el reino de los cielos.

Con estos sentimientos, el Sucesor de Pedro considera que ha llegado la hora de encomendaros a vosotros, los obispos de la Iglesia siro-malabar, el ejercicio pleno de las facultades litúrgicas previstas por el Código de cánones de las Iglesias orientales. Esta acción quiere ser expresión de la gran confianza que tengo en cada uno de vosotros y en vuestro Sínodo, mediante el cual trabajáis juntos para servir a la verdad en la caridad.

Por consiguiente, vuestra responsabilidad aumenta; todo el pueblo de Dios encomendado a vuestro cuidado pastoral tiene puesta su mirada en vosotros; cada decisión y cada compromiso será observado y valorado cuidadosamente. Confío en que el ejemplo de vuestro amor recíproco y de vuestra sabiduría como pastores supere cualquier tipo de temor. Con la fuerza del Espíritu Santo, abrid vuestro corazón, para que nadie pueda sentirse ofendido o excluido en la casa del Señor. Cristo resucitado renueva todas las cosas: que esta esperanza os sostenga en una fe firme en el único que es nuestra reconciliación.

Con esta esperanza, en este día de confianza y alegría para vuestras comunidades, invoco sobre todos vosotros, y sobre toda la Iglesia siro-malabar, la bendición del Señor.

Vaticano, 14 de marzo de 1998

IOANNES PAULUS II



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