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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL IV CENTENARIO DE LA CONSAGRACIÓN EPISCOPAL
DE SAN FRANCISCO DE SALES

 

A monseñor
Yves BOIVINEAU
Obispo de Annecy

1. El 8 de diciembre festejáis el IV centenario de la ordenación episcopal de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia, su predecesor, "una de las mayores figuras de la Iglesia y de la historia" (Pablo VI, Ángelus, 29 de enero de 1967). Consagrado "príncipe obispo de Ginebra" el 8 de diciembre de 1602, aquel a quien el rey Enrique IV llamaba de manera elogiosa "el fénix de los obispos", puesto que —decía— "es un ave rara sobre la tierra", después de haber renunciado a los fastos de París y a las propuestas del rey de concederle una sede episcopal de prestigio, se convirtió en el pastor y evangelizador incansable de Saboya, su tierra, a la que amaba por encima de todo, porque —confesaba— "soy saboyano en todos los sentidos, de nacimiento y por obligación". Dejándose guiar por los Padres de la Iglesia, encontraba en la oración y en un gran conocimiento de la Escritura, fruto de la meditación, la fuerza necesaria para cumplir su misión y guiar al pueblo de Dios.

Como mi predecesor el Papa Pablo VI, que escribió la carta Sabaudiae gemma con ocasión del IV centenario de su nacimiento (29 de enero de 1967), ruego a Dios que haga florecer y resplandecer nuevamente en la Iglesia una vida espiritual radiante, gracias a la enseñanza del santo obispo de Ginebra, que sigue siendo una fuente de luz para nuestros contemporáneos, como lo fue en su tiempo.

Francisco de Sales, consejero de Papas y de príncipes, dotado de grandes cualidades espirituales, pastorales y diplomáticas, fue un hombre de unidad en una época en que las divisiones constituían una herida en el costado de la Iglesia. Se preocupó, en particular, por restablecer la unidad de su diócesis y por mantener la comunión en la fe, basando su acción en la confianza en Dios, en la caridad que todo lo puede, en la ascesis y en la oración, como subrayó en un auténtico discurso programático poco después de su ordenación sacerdotal, puesto que —decía— es así como debemos vivir la regla cristiana y comportarnos verdaderamente como hijos de Dios (cf. Sermón para el arciprestazgo:  Oeuvres complètes, edición de Annecy, VII, p. 99 ss). Más tarde explicaría lo que es en verdad la caridad teologal:  "La caridad es un amor de amistad, una amistad de dilección, una dilección de preferencia, pero de preferencia incomparable, soberana y sobrenatural, que es como un sol en toda el alma para embellecerla con sus rayos, en todas las facultades espirituales para perfeccionarlas, en todas las potencias para moderarlas, y en la voluntad, como su sede, para residir allí y hacer que quiera y ame a su Dios sobre todas las cosas" (Tratado del amor de Dios: Oeuvres complètes, IV, p. 165).

2. Teniendo como modelo a san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, se dedicó a difundir con fidelidad y creatividad las enseñanzas del concilio de Trento, y a aplicar sus disposiciones pastorales. Reorganizó su diócesis, que visitó totalmente dos veces, sufriendo en su corazón la dolorosa situación de Ginebra, su sede episcopal, que se había adherido a la Reforma calvinista. Se esmeró por formar a los sacerdotes, sobre todo instituyendo para ellos conferencias mensuales, a fin de dar a las ovejas sin pastor pastores misericordiosos que les enseñaran el misterio cristiano y celebraran cada vez más dignamente los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación. Puso especialmente cuidado en hacer que el clero y los fieles descubrieran que la penitencia es un momento de encuentro con el amor del Señor, que acoge a todos los que van a pedirle humildemente perdón. También se interesó por reformar las órdenes monásticas, como escribió al Papa Pablo V en noviembre de 1606 (Oeuvres complètes, XXIII, p. 325).

3. Francisco de Sales, doctor del amor divino, no descansaba hasta que los fieles acogían el amor de Dios, para vivirlo plenamente, orientando su corazón a Dios y uniéndose a él (cf. Tratado del amor de Dios:  Oeuvres complètes, IV, p. 40 ss). Así, bajo su guía, numerosos cristianos han recorrido el camino de la santidad. Él les mostró que todos están llamados a vivir una intensa vida espiritual, cualquiera que sea su situación y su profesión, ya que, al ser "la Iglesia un jardín esmaltado de flores infinitas, necesita tenerlas de diversas grandezas, de diversos colores, de diversos perfumes, en suma, de diferentes perfecciones. Todas tienen su valor, su gracia y su esplendor, y todas en conjunto, con su variedad, forman una perfección muy agradable de belleza" (ib., p. 111).

Hombre bondadoso y dulce, que sabía manifestar la misericordia y la paciencia de Dios a aquellos con quienes se encontraba, propuso una espiritualidad exigente pero serena, fundada en el amor, dado que amar a Dios "es la mayor felicidad del alma en esta vida y por toda la eternidad" (Carta a la Madre Marie-Jacqueline Favre, 10 de marzo de 1612:  Oeuvres complètes XV, p. 180). Con gran sencillez, formó a todos en la oración:  "Es necesario que se postre ante Dios y permanezca allí a sus pies; así él comprenderá que, con esta humilde actitud, usted es suya y quiere su ayuda, aunque no pueda hablar" (Carta a Juana Francisca Frémyot de Chantal, 14 de octubre de 1604:  Oeuvres complètes XII, p. 352). Se esforzó por conducir las almas hasta las cimas de la perfección, procurando unir a las personas en torno a lo que es el centro de la existencia, la vida de intimidad con el Señor, gracias a la cual el hombre puede recibir la perfección y hacerse mejor (cf. Tratado del amor de Dios:  Oeuvres complètes, IV, p. 49). Se preocupaba de que cada uno volviera a Cristo y recomenzara desde él, para llevar una vida buena, puesto que Dios ha dado a cada uno el gobierno de sus facultades, que conviene poner bajo el primado de la voluntad (cf. ib., pp. 23-24).

Como santa Juana de Chantal, escuchemos sus exhortaciones a ser fieles a las meditaciones sobre la vida y la muerte de Cristo:  esta es la puerta del cielo. Meditándolas con frecuencia aprenderemos a conocer los tesoros que encierran. El alma debe permanecer en la contemplación de la cruz y en la meditación de la Pasión (cf. El estandarte de la santa cruz:  Oeuvres complètes II). La perfección consiste en asemejarse al Hijo de Dios, dejándose guiar por el Espíritu Santo, en una obediencia perfecta (cf. Tratado del amor de Dios:  Oeuvres complètes, XI, 15, V, p. 291 ss):  "El perfecto abandono en las manos del Padre celestial y la perfecta indiferencia por lo que respecta a la voluntad divina son la quintaesencia de la vida espiritual (...). Cualquier retraso en nuestra perfección proviene sólo de la falta de abandono, y ciertamente es verdad que conviene comenzar, continuar y concluir la vida espiritual a partir de allí, de la imitación del Salvador que realizó esto con una extraordinaria perfección, al principio, durante y al final de su vida" (Sermón para el Viernes santo de 1622:  Oeuvres complètes, X, p. 389).

4. Así, mediante una correspondencia particularmente abundante, acompañó, con gran delicadeza y con una pedagogía progresiva, adaptada a cada situación, usando con acierto imágenes de gran colorido, a las almas que se encomendaban a su dirección espiritual, para que cada acto bueno y cada victoria sobre el pecado fueran como "piedras preciosas (que) se pondrán en la corona de gloria que Dios nos prepara en su Paraíso" (Introducción a la vida devota, IV, 8:  Oeuvres complètes, III, p. 307). Dado que era apasionado de Dios y del hombre, su visión de las personas era fundamentalmente optimista, y nunca dejaba de invitarlas, como él mismo decía, a florecer donde habían sido sembradas. Aún hoy, y me alegro por ello, las obras de san Francisco de Sales forman parte de la literatura clásica; es la señal de que su enseñanza sacerdotal y episcopal encuentra eco en el corazón de los hombres y colma sus aspiraciones profundas. Invito a los pastores y a los fieles a aprender de su ejemplo y de sus escritos, que siguen siendo de gran actualidad.

¡Cómo no evocar también en esta circunstancia a santa Juana de Chantal, con la que fundó la Orden de la Visitación de Santa María, deseoso de proponer, de una manera original y nueva, un estilo de vida religiosa abierto al mayor número posible de mujeres, que pondría en primer lugar la contemplación!

A la vez que doy gracias por el testimonio de vida sacerdotal y episcopal del Apóstol de Chablais, así como por su obra, pido al Señor que suscite en el mundo de hoy un número cada vez mayor de hombres y mujeres que vivan la espiritualidad salesiana y la propongan a nuestros contemporáneos, para que todos tengan "una fe vigilante", que "no sólo haga buenas obras, sino que también penetre y comprenda con sutileza y prontitud las verdades reveladas", a fin de transmitirlas al mundo (Sermón para el jueves después del primer domingo de Cuaresma de 1622:  Oeuvres complètes, XI, p. 220).

5. Por último, mi deseo es el del Doctor del amor divino:  que "únicamente Dios sea vuestro descanso y vuestro consuelo" (Carta a la señorita de Soulfour, 16 de enero de 1603:  Oeuvres complètes, XII, p. 163).

Encomendándolo a la intercesión de la Virgen María, la Inmaculada Concepción, y de san Francisco de Sales, le envío de corazón una afectuosa bendición apostólica. La imparto asimismo de buen grado a los obispos de la región, a los sacerdotes y a los fieles de Saboya, de Suiza y de Piamonte, a las Religiosas de la Visitación de Santa María, a los miembros de los diferentes institutos salesianos y a todas las personas que viven de la espiritualidad salesiana, a los periodistas, a los escritores y a todas las personas que trabajan en los medios de comunicación —él es su santo patrono—, y a todos los que participan en las celebraciones de este aniversario.

Vaticano, 23 de noviembre de 2002

JUAN PABLO II



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