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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A AMÉRICA CENTRAL, BELICE Y HAITÍ

 

Queridos hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Dentro de unos días emprenderé, con la gracia de Dios, el viaje apostólico que me llevará a esas tierras de América Central, Belice y Haití.

Quiero por ello enviaros desde ahora este mensaje, a través de la televisión, para hacer llegar un afectuoso recuerdo a todos los habitantes de los países que tengo la intención de visitar: Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Belice y Haití. Vaya ante todo mi deferente saludo a las Autoridades y responsables de esas Naciones.

2. Mi visita va a tener, como todos los precedentes viajes apostólicos, el carácter eminentemente religioso que deriva de la misión de la Iglesia y del ministerio confiado por Cristo a Pedro y a sus Sucesores: predicar la fe y la salvación en Cristo Jesús al hombre de hoy; y, en este caso concreto, a vosotros los que habitáis en esa área geográfica. Para confirmaros en la fe y hacer que ésta se encarne e inspire cada vez más profundamente vuestra realidad existencial de cada día.

Es precisamente esa realidad en la que vivís la que me ha impulsado a proyectar este viaje. Para estar más cerca de vosotros, hijos de la Iglesia y de países de raíz cristiana, que sufrís intensamente; y que experimentáis el flagelo de la división, de la guerra, del odio, de la injusticia secular, de los entrenamientos ideológicos que sacuden al mundo y que hallan escenario de conflicto en poblaciones inocentes anhelantes de paz.

3. Voy a emprender mi viaje durante la cuaresma, el tiempo litúrgico que nos conduce hacia Cristo en su misterio de dolor y de esperanza; en la tragedia sangrienta del Viernes Santo, inseparable del gozo pascual de su triunfo sobre la muerte y el sufrimiento.

Desearía ardientemente que mi visita, con la que quiero compartir el Getsemaní y Calvario de vuestros pueblos, favoreciera, con su mensaje de fe, de fraternidad y justicia, un eficaz cambio, ante todo de actitudes interiores; capaces de abrir tantos corazones cansados a una fundada esperanza de futuro mejor.

Movido por este deseo; impulsado por el amor al hombre y a la imagen –¡tantas veces violada!– del amor de Dios que lleva en su frente; convencido de que todo corazón puede y debe sentir el toque de la gracia, que lo insta a mejorar sus caminos morales, me preparo a encontraras en vuestras iglesias, calles y plazas; como humilde alentador de los humildes, como hermano que infunde confianza a los hermanos.

4. Encomiendo a vuestra plegaria esta intención, a la que se unen tantos millones de hijos de la Iglesia dispersos por el mundo, conscientes de la importancia de esta visita, por las condiciones de los pueblos a las que se dirige y por el significado ejemplar que puede tener en otras partes.

Yo también pido al Señor, que mueve los corazones, que derrame la abundancia de sus gracias sobre los propósitos de esta visita; para que lleve un poco de alivio a tantos espíritus atribulados; y para que, confirmados en vuestra fe cristiana, reconciliados en la hermandad, abrazados en la suspirada paz, crezcáis en la justicia y en el respeto a la dignidad de cada hombre, en vuestro caminar hacia el Padre.

Que la Virgen María, la Madre común, a la que amáis tan vivamente en todas vuestras Naciones, sea vuestro consuelo y esperanza y os acompañe siempre.

Con un cordial ¡hasta pronto!, os bendigo de corazón, sobre todo a los que sufren, a los enfermos, a los huérfanos y refugiados, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

Vaticano, 26 de febrero de 1983.

JUAN PABLO II



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