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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS MISIONERAS DE LA CONSOLATA


Lunes 5 de julio de 1999

 

Amadísimas hermanas Misioneras de la Consolata:

1. Me alegra dirigirme a vosotras que, procediendo de diversos países de África, América y Europa, donde vuestro instituto está presente y realiza su generosa labor misionera, os habéis reunido durante estos días para celebrar vuestro capítulo general y hacer una profunda reflexión comunitaria sobre el estimulante tema: «Opciones carismáticas urgentes hoy para la vitalidad de nuestra misión inculturada ad gentes, en un momento de disminución».

Os saludo con afecto, queridas capitulares, con un pensamiento y una felicitación particulares para las hermanas a quienes se ha encomendado el servicio de la autoridad para el bien de la congregación. De igual modo, abrazo espiritualmente a todas vuestras hermanas esparcidas por el mundo y a las personas a las que se dirige vuestra valiosa actividad evangelizadora, unida a un generoso testimonio de solidaridad a vuestros hermanos más pobres y abandonados.

2. La misión ad gentes expresa un elemento constitutivo de la naturaleza de la Iglesia. Al contemplar a Cristo «enviado» por el Padre para la salvación de la humanidad (cf. Tertio millennio adveniente, 1), la Iglesia siente la urgencia de continuar a lo largo de la historia su misión salvífica, llevando la buena nueva a todos los pueblos. Las personas consagradas han dado en el pasado un testimonio luminoso de este impulso misionero, que pertenece a la naturaleza íntima de la vida cristiana. Hoy, su contribución resulta más necesaria que nunca, pues es inmensa la multitud de quienes aún esperan conocer a Cristo. Esto lo subrayé en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: «Este deber continúa urgiendo hoy a los institutos de vida consagrada y a las sociedades de vida apostólica: el anuncio del Evangelio de Cristo espera de ellos la máxima aportación posible» (n. 78).

Precisamente este impulso misionero resplandece en la vida y la actividad del beato Giuseppe Allamano, quien, desde el santuario de la Consolata, quiso dar un alcance universal a su celo por la salvación de sus hermanos. Con este fin, fundó en los albores de este siglo dos institutos religiosos, los Misioneros y las Misioneras de la Consolata, inscribiendo en su carisma específico el compromiso de la evangelización ad gentes. 

3. En el umbral del tercer milenio vuelve a proponerse con renovada urgencia el mandato de anunciar a todos a Cristo, único Salvador del mundo. Por eso, queridas hermanas, os animo a vivir con intensidad y generosidad vuestra vocación misionera, buscando las formas adecuadas a nuestro tiempo. En este esfuerzo de fidelidad y renovación os ha de guiar el ejemplo de vuestro beato fundador, la consolidada tradición misionera de vuestra congregación y las líneas programáticas trazadas durante el capítulo.

Os exhorto a impregnaros cada vez más del estilo de la nueva evangelización, siguiendo las orientaciones que di en la encíclica Redemptoris missio. Eso os permitirá sentiros en plena comunión con toda la Iglesia.

Sed auténticas misioneras mediante un testimonio convincente de vida consagrada personal y comunitaria, y mediante una presencia humilde y respetuosa junto a las personas más pobres y a los grupos sociales minoritarios, con particular atención a la familia, a la mujer y a los jóvenes. Proclamad de modo abierto y valiente el amor incondicional que Dios Padre siente por todas las personas, llamadas a la salvación mediante la fe en Jesucristo. Dad un ejemplo generoso de solidaridad, compartiendo la vida y el camino de las personas y de los pueblos en las situaciones concretas en que se encuentran, con espíritu de diálogo atento a las exigencias de la inculturación. Además del anuncio del Evangelio, trabajad por una auténtica promoción humana y contribuid a que las personas se vean totalmente libres de cualquier tipo de violencia y opresión, tanto física como moral.

4. Que vuestra presencia, siguiendo vuestro carisma específico, lleve consuelo, esperanza y paz. Desde esta perspectiva, me congratulo con vosotras por la valiente opción de manifestar solidaridad a las poblaciones probadas de diversos modos, junto a las cuales permanecéis afrontando a menudo situaciones de inseguridad y riesgo. La presencia de las hermanas Misioneras de la Consolata en zonas donde reinan la guerra civil o integrismos intolerantes, en las que las hermanas se hacen «voz de quien no tiene voz», constituye el claro testimonio de una vida totalmente entregada al servicio de Dios y de los hermanos.

En el actual capítulo queréis ratificar el compromiso de abrir vuestro celo misionero a nuevos ámbitos, en particular en el continente asiático, para llevarle la semilla del anuncio evangélico. Es una opción laudable, que expresa el deseo de todo el instituto de entrar en el tercer milenio renovado interiormente, fortalecido en su certeza del carisma de los orígenes y dispuesto a afrontar los nuevos desafíos de la misión en el «hoy» de la Iglesia y del mundo. El Papa está con vosotras y os anima.

Encomiendo las reflexiones y los compromisos de vuestra asamblea capitular a la intercesión materna de María, a quien vuestro instituto está particularmente unido e invoca con el hermoso título de «Consolata».

Os asista la protección celestial de vuestro beato fundador, para que seáis dispensadoras de consuelo y esperanza dondequiera que la Providencia os llame a trabajar por el reino de Dios.

Os acompañe también mi bendición, que con afecto os imparto a todas vosotras y a vuestras comunidades esparcidas por el mundo.

 

JUAN PABLO II



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