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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL 175° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN
DE LA PEQUEÑA CASA DE LA DIVINA PROVIDENCIA

 

Al reverendo padre
ALDO SAROTTO
Superior general de la Sociedad de los Sacerdotes
de San José Benito Cottolengo

1. Han pasado 175 años desde que, el 2 de septiembre de 1827, san José Benito Cottolengo, llamado a la cabecera de una joven madre de tres hijos que no había sido acogida en los hospitales de la ciudad, tuvo la inspiración de fundar en Turín una obra para los más pobres y abandonados. Cinco años después, el 27 de abril de 1832, fundó efectivamente la Pequeña Casa de la Divina Providencia, que la sabiduría popular definió "ciudad del milagro". Según las palabras del santo fundador, en ella recibirían asistencia los enfermos que, "de otro modo, morirían abandonados, porque a causa de su enfermedad no eran admitidos en ningún hospital respetable", además de "otras clases de personas pobres y abandonadas", que era necesario llevar "por el camino del trabajo y de la salud". Asimismo, a cada uno se aseguraría "una habitación de educación santa", es decir, la posibilidad de vivir una existencia cristiana comprometida y fervorosa.

Diez años después, el 30 de abril de 1842, con sólo 56 años, moría Cottolengo. En ese decenio de intenso fervor apostólico abrió las puertas a toda clase de necesitados, y fundó la comunidad de las religiosas, de los religiosos hermanos y de los sacerdotes, así como algunos monasterios de vida contemplativa.

Con el paso del tiempo, la semilla de la Pequeña Casa se ha convertido en un robusto árbol de caridad, que sigue produciendo abundantes frutos. Las diversas ramas de esta familia religiosa, aun habiendo sido aprobadas separadamente por la Santa Sede, trabajan juntas bajo la guía del padre de la Pequeña Casa, sucesor del fundador. Desde hace cerca de cuarenta años se ha multiplicado también el número de los voluntarios que prestan su colaboración, al mismo tiempo que un numeroso grupo de laicos ha dado vida recientemente a la asociación "Amigos de Cottolengo".

Las felices celebraciones, que tienen lugar en este año 2002, ofrecen la oportunidad providencial de dar gracias al Señor por el creciente desarrollo de la Pequeña Casa, que actualmente extiende su radio de acción fuera de sus estructuras originarias, abriendo los brazos a los pobres de otras ciudades y naciones, entre las cuales figuran Kenia, Estados Unidos, Suiza, India, Ecuador y, desde el año pasado, Tanzania. El fuego encendido por Cottolengo arde ya en numerosas regiones de la tierra.

2. "Charitas Christi urget nos" (2 Co 5, 14), solía repetir, consciente de que toda actividad asistencial debe inspirarse en la página evangélica del juicio final (cf. Mt 25, 31-40) y en la exhortación de Jesús a abandonarse con confianza a la divina Providencia (cf. Mt 6, 25-34). Esta convicción suya resulta evidente, por ejemplo, en la fundación de la casa para discapacitados mentales, llamados "buenos hijos" y "buenas hijas". La caridad cristiana iluminada por la fe le decía:  "Quod uni ex minimis meis fecistis, mihi fecistis".

¡Qué patrimonio carismático tan significativo y rico lega Cottolengo a sus hijos e hijas espirituales! Es un patrimonio que deben conservar celosamente, más aún, actualizar y renovar con valentía, teniendo en cuenta los nuevos desafíos de nuestro tiempo. Es un servicio eclesial que llega a los más necesitados y a los últimos; un servicio alimentado por una incesante confianza en la divina Providencia. En una época en la que a menudo se desconoce e incluso se desprecia la vida; en la que el egoísmo, el interés y el provecho personal parecen ser los criterios predominantes de comportamiento; y en la que la brecha entre pobres y ricos se ensancha peligrosamente en el planeta, pagando las consecuencias especialmente los humildes, las personas más frágiles y débiles, es urgente proclamar y testimoniar el evangelio de la caridad y de la solidaridad. La caridad es el tesoro precioso de la Iglesia, la cual, con sus obras caritativas, habla también a los corazones más duros y aparentemente insensibles.

3. Ciertamente, muchas situaciones han cambiado con respecto a cuando se fundó la Pequeña Casa. Por lo general, ha mejorado el nivel de vida y se presta mayor atención y respeto a la dignidad del hombre, como demuestran las normas en materia de legislación asistencial.

En el ámbito eclesial, la vida consagrada afronta desafíos inéditos en la época actual, después de haber atravesado en el pasado reciente una preocupante crisis vocacional, que ha afectado incluso a los institutos de Cottolengo. Ha crecido el papel de los laicos y el voluntariado ha llegado a ser un recurso importante en la gestión de muchas iniciativas socio-asistenciales.

En este marco, la intuición carismática de Cottolengo, expresada muy bien en el lema de la Pequeña Casa, es hoy más actual que nunca. Ahora, como entonces, san José Benito Cottolengo recuerda que todo servicio a los hermanos debe nacer de un contacto constante y profundo con Dios. A cuantos se encuentran en dificultades no bastan respuestas contingentes, y quienes los asisten no se deben contentar con satisfacer sus exigencias materiales, por lo demás legítimas. Es necesario tener ante los ojos la salvación de las almas, buscando siempre la gloria de Dios, dispuestos a cumplir su voluntad, abandonándose con confianza a sus misteriosos designios salvíficos. En una palabra, es preciso tender a la santidad, "perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral" (Novo millennio ineunte, 30).

A "este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31) han de tender todos los hijos e hijas espirituales de Cottolengo, preocupándose, como él mismo recomendaba, por ocupar lo más posible su corazón y su mente en Dios y en las cosas relacionadas con la salud del alma. Que el ejercicio del amor sea como un único fuego con dos llamas, dirigidas una al Señor y la otra al hombre pobre, porque —como decía el santo— "el celo por la gloria de Dios y el beneficio de los enfermos van siempre juntos".

4. "¡Virgen María, Madre de Jesús, haznos santos!". Que esta invocación habitual del fundador sea para cada miembro de la familia de Cottolengo una llamada a tender cada día a la santidad, la profecía más significativa que la Pequeña Casa de la Divina Providencia puede ofrecer a la humanidad del tercer milenio.

Repito aquí de buen grado lo que dije durante mi visita a vuestra institución de Turín, auténtica ciudad del sufrimiento y de la piedad, el 13 de abril de 1980: "Si a vuestro compromiso llegase a faltar esta dimensión sobrenatural, el Cottolengo dejaría de existir" (n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1980, p. 9).

Para vivir este alto ideal ascético y apostólico, Cottolengo fundó tres institutos que, a pesar de la diversidad de su condición canónica, dan un valioso y singular testimonio, actuando de forma unitaria en el ámbito de la Pequeña Casa. Espero que sigan caminando unidos, fieles a las opciones caritativas y pastorales de fondo que él realizó, implicando en su acción, con clarividente prudencia, a los laicos y especialmente a los jóvenes. Que sean incansables en el servicio a los últimos, sin olvidar, al mismo tiempo, que —como afirmaba el fundador— "la oración es nuestro trabajo primero y más importante porque la oración da vida a la Pequeña Casa". A este respecto, ¡cuán providencial fue su intuición de instituir, al final de su peregrinación terrena, monasterios de vida contemplativa! Mientras algunos hermanos y hermanas velan día y noche al servicio de los más pobres, otros arden silenciosamente ante Dios, consumándose como cirios en la contemplación y en la oración.

¡Qué extraordinario ejemplo se ofrece así al mundo de la síntesis armoniosa entre acción y oración que debe caracterizar la existencia de todo cristiano!

La celestial  Madre de  Dios y  san José Benito Cottolengo ayuden a todas vuestras comunidades a conservar con vigor esta intuición carismática de los orígenes. Por mi parte, os acompaño con profundo afecto, bendiciendo a todos, juntamente con los huéspedes de las diferentes casas, a sus familias y a cuantos generosamente sostienen una obra tan providencial nacida del corazón de un gran apóstol de la caridad del siglo XIX.

Castelgandolfo, 26 de agosto de 2002

JUAN PABLO II



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