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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ABADESA GENERAL DE LA ORDEN
DEL SANTÍSIMO SALVADOR DE SANTA BRÍGIDA

 

A la reverenda madre
Tekla FAMIGLIETTI
Abadesa general de la Orden del
Santísimo Salvador de Santa Brígida

1. Al aproximarse el VII centenario del nacimiento de santa Brígida de Suecia, me uno de buen grado a la alegría de esa familia religiosa. A la vez que deseo pleno éxito a las celebraciones jubilares previstas, en particular al simposio conmemorativo sobre el tema "El camino de la belleza para un mundo más justo y más digno", espero que contribuyan a iluminar ulteriormente el valor del mensaje de santa Brígida para nuestro tiempo.

La saludo cordialmente a usted, reverenda madre abadesa, y a sus hermanas, renovando mi gratitud por el significativo trabajo apostólico que realizan al servicio de la unidad de los cristianos, especialmente en Europa, siguiendo las huellas de la santa sueca. Setecientos años después de su nacimiento, queréis volver espiritualmente a aquel acontecimiento como al luminoso punto originario de vuestra historia, sacando renovado entusiasmo del recuerdo de aquel providencial inicio.

Al recordar con la mente y con el corazón su experiencia mística, totalmente centrada en la Pasión del Redentor, os comprometéis a descubrir en el rostro  de  la Iglesia los reflejos de la santidad de Cristo, el Redentor del hombre, ya para siempre "vestido con un manto empapado en sangre" (Ap 19, 13), garantía perenne e invencible de salvación universal.

2. Al proclamar a santa Brígida copatrona de Europa, quise ofrecer a los fieles del continente un singular modelo de "santidad en femenino". Brígida, después de vivir felizmente la experiencia de esposa fiel, de madre ejemplar y de educadora sabia, pasando por una santa viudez, llegó finalmente al estado de vida consagrada. En cada fase de su vida, supo conjugar sabiamente la contemplación con una actividad de amplísimo alcance, sostenida siempre por el amor a Cristo y a la Iglesia. Aportó a la comunidad cristiana de su tiempo los dones propios de la femineidad y, como mujer plenamente realizada, se puso al servicio de los hermanos.

Su ejemplo puede ser para las mujeres de hoy un estímulo eficaz a convertirse en protagonistas de una sociedad donde se respete plenamente su dignidad; una sociedad que considere al hombre y a la mujer como protagonistas en igualdad del plan divino universal sobre la humanidad. Basta repasar la biografía de esta mujer, que supo unir en sí la contemplación más elevada con la iniciativa apostólica más valiente, para darse cuenta de que Brígida puede ofrecer indicaciones útiles también a las mujeres de hoy sobre los modos oportunos de afrontar las problemáticas concernientes a la familia, a la comunidad cristiana y a la sociedad misma.

3. En la carta apostólica en forma de "motu proprio" Spes aedificandi, del 1 de octubre de 1999, afirmé que la santa "fue apreciada por sus dotes pedagógicas, que tuvo ocasión de desarrollar durante el tiempo en el que se solicitaron sus servicios en la corte de Estocolmo. Esta experiencia hizo madurar los consejos que daría en diversas ocasiones a príncipes y soberanos para el correcto desempeño de sus tareas. Pero los primeros en beneficiarse de ellos fueron, como es obvio, sus hijos, y no es una casualidad que una de sus hijas, Catalina, sea venerada como santa" (n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de octubre de 1999, p. 15). ¡Qué hermoso ejemplo para las familias de nuestra época!

Santa Brígida es también maestra de vida consagrada. En efecto, realizó una gran labor en favor de la formación de quienes aceptaban abrazar la regla de la Orden fundada por ella, ateniéndose siempre a las indicaciones del Evangelio, en cuya escuela orientaba con mano delicada y firme a las que se unían a ella en el camino de perfección religiosa. Su acción pedagógica se enraizaba en una sólida madurez moral y espiritual. Precisamente por eso, la lección de vida que nos ha legado sigue siendo válida. Podríamos resumirla con estas palabras:  la educación es creíble cuando traduce en la práctica la "pedagogía de la virtud"; es decir, para educar es preciso ser virtuosos, además de sabios y competentes. Sólo la virtud habilita para el título de maestros.

4. La espiritualidad de santa Brígida presenta múltiples dimensiones. Por tanto, puede constituir una propuesta interesante para todos. En ella admiramos un cristianismo basado en la imitación incondicional de Cristo, y animado por opciones coherentes con el Evangelio. Fue maestra al acoger la cruz como experiencia central de la fe; fue discípula ejemplar de la Iglesia al profesar una catolicidad plena; fue modelo de vida contemplativa y activa a la vez, y fue apóstol infatigable al buscar la unidad entre los cristianos; también estuvo dotada de intuición profética al leer la historia en el Evangelio y el Evangelio en la historia.

En el centro de la espiritualidad brigidina se sitúa el primado absoluto de Dios, de quien "nadie se burla" (Ga 6, 7). La dimensión misionera depende de la dimensión mística. En Brígida el compromiso caritativo, misionero e incluso político brotaba del amor a la oración y la contemplación. Porque tuvo tiempo para Dios, tuvo también tiempo para el hombre.

En las declaraciones recogidas durante el proceso de canonización, su hija Catalina recordaba:  "mientras vivía mi padre, y después, cuando mi madre quedó viuda, no se sentaba jamás a la mesa sin haber dado de comer a doce pobres". Por eso, con razón la llamaron "madre de los pobres". También en el período de su estancia en Roma se confirmó madre solícita para los últimos, dando un sello de autenticidad a la fuerte experiencia mística que la distinguía.

Por tanto, cuantos quieren ocuparse de las antiguas y nuevas situaciones de pobreza pueden encontrar un valioso estímulo en el ejemplo de esta mística del norte de Europa. Su estrategia apostólica representa una fórmula de eficacia segura para la "nueva evangelización".

5. Merece destacarse un aspecto especial de su espiritualidad:  la dimensión mariana de su consagración a Cristo. Una mujer, María, se encuentra en el centro de la economía de la salvación. Santa Brígida invita a mirar a la Virgen de Nazaret como icono femenino del cristianismo. Procurando imitar a María, se esforzó por ser esposa, madre y religiosa fiel:  a ejemplo de la Virgen, en toda circunstancia tendía a cumplir plenamente la voluntad de Dios. Con razón mi predecesor Bonifacio IX, en la ceremonia de su canonización, afirmó que durante toda su vida Brígida fue muy devota de la santísima Virgen (cf. bula Ab origine mundi, 23 de julio de 1391).

Hojeando el libro de las Revelaciones, casi un diario de su peregrinación interior, se lee que muchas veces aprendió de María el significado de los misterios de Cristo. Aprendió a repetir, mientras contemplaba adorando al Verbo de Dios encarnado, "Bendito seas, Dios mío, Señor mío, Hijo mío" (VII, 21), recordando las palabras de Jesús:  "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12, 50).

6. Y ¡cómo no recordar su celo por la unidad de la Iglesia! Son conocidas sus oraciones y sus iniciativas para conservar íntegra la túnica inconsútil de Cristo, la santa comunidad de los discípulos del Redentor. Así pues, como mujer de unidad, se nos presenta como testigo de ecumenismo. Su personalidad armoniosa inspira la vida de la Orden, cuyo origen se remonta a ella en la dirección de un ecumenismo espiritual y a la vez operativo, también por el decisivo impulso reformador que la beata Isabel Hesselblad quiso dar a esa familia religiosa. La unidad de la Iglesia es una gracia del Espíritu, que es preciso implorar constantemente en la oración.

Ojalá que este año jubilar sea para la Orden del Santísimo Salvador un estímulo a recorrer con alegría el camino que mi venerado predecesor el Papa Pablo VI solía llamar "el camino de la belleza", es decir, el camino de la santidad, que es la forma suprema de belleza, en plena fidelidad a la propia vocación.

Con estos sentimientos, a la vez que invoco sobre toda la comunidad de las religiosas Brígidas abundantes gracias de Dios por intercesión de la Madre del Señor, de santa Brígida y de la beata Isabel Hesselblad, le imparto a usted, reverenda madre, y a cada una de sus hijas, como prenda de constante afecto, una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 21 de septiembre de 2002

JUAN PABLO II



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