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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A MONS. WALTER BRANDMÜLLER,
PRESIDENTE DEL COMITÉ PONTIFICIO DE CIENCIAS HISTÓRICAS

 

Al reverendo monseñor
WALTER BRANDMÜLLER
Presidente del Comité pontificio de ciencias históricas

1. La Iglesia de Cristo tiene con respecto al hombre una responsabilidad que, en cierto modo, abarca todas las dimensiones de su existencia. Por eso, siempre se ha sentido comprometida en la promoción del desarrollo de la cultura humana, favoreciendo la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza, para que el hombre corresponda cada vez más a la idea creadora de Dios.

Con este fin, también es importante el cultivo de un serio conocimiento histórico de los diversos campos en los que se articula la vida de los individuos y de las comunidades. No existe nada más inconsistente que hombres o grupos sin historia. La ignorancia del propio pasado lleva fatalmente a la crisis y a la pérdida de identidad de los individuos y de las comunidades.

2. El estudioso creyente sabe también que posee en las sagradas Escrituras de la antigua y la nueva alianza una clave ulterior de lectura con vistas a un adecuado conocimiento del hombre y del mundo. En efecto, en el mensaje bíblico se conoce la historia humana en sus implicaciones más profundas:  la creación, la tragedia del pecado y la redención. Así se define el verdadero horizonte de interpretación, dentro del cual pueden situarse los acontecimientos, los procesos y las figuras de la historia en su significado más recóndito.

En este contexto también hay que indicar las posibilidades que un marco histórico renovado puede ofrecer a una convivencia armoniosa de los pueblos, sostenida por una comprensión mutua y un intercambio recíproco de las respectivas realizaciones culturales. Una investigación histórica sin prejuicios y vinculada únicamente a la documentación científica desempeña un papel insustituible para derribar las barreras existentes entre los pueblos. En efecto, a menudo, a lo largo de los siglos se han levantado grandes barreras a causa de la parcialidad de la historiografía y del resentimiento recíproco. Como consecuencia, aún hoy persisten incomprensiones que son un obstáculo para la paz y la fraternidad entre los hombres y los pueblos.

La aspiración más reciente a superar los confines de la historiografía nacional, para llegar a una visión ensanchada a contextos geográficos y culturales más amplios, podría constituir una gran ayuda, porque aseguraría una mirada comparativa sobre los acontecimientos, permitiendo una valoración más equilibrada de los mismos.

3. La revelación de Dios a los hombres tuvo lugar en el espacio y en el tiempo. Su momento culminante, la encarnación del Verbo divino y su nacimiento de la Virgen María en la ciudad de David bajo el rey Herodes el Grande, fue un acontecimiento histórico:  Dios entró en la historia humana. Por eso, contamos los años de nuestra historia partiendo del nacimiento de Cristo.

También la fundación de la Iglesia, a través de la cual él quiso transmitir, después de su resurrección y su ascensión, el fruto de la redención a la humanidad, es un acontecimiento histórico. La Iglesia misma es un fenómeno histórico y, por tanto, un objeto eminente de la ciencia histórica. Numerosos estudiosos, algunos de los cuales ni siquiera pertenecen a la Iglesia católica, le han dedicado su interés, dando una importante contribución a la elaboración de sus vicisitudes terrenas.

4. La finalidad esencial de la Iglesia no sólo consiste en la glorificación de la santísima Trinidad, sino también en transmitir los bienes salvíficos confiados por Jesucristo a los Apóstoles —su Evangelio y sus sacramentos— a cada generación de la humanidad, necesitada de la verdad y de la salvación. Precisamente este recibir del Señor y transmitir a los hombres la salvación es el modo como la Iglesia se realiza y se perfecciona a lo largo de la historia.

Dado que este proceso de transmisión, cuando se desarrolla a través de los órganos legítimos, está guiado por el Espíritu Santo conforme a la promesa de Jesucristo, adquiere un significado teológico, sobrenatural. Por tanto, cuanto se ha verificado a lo largo de la historia en lo que atañe al desarrollo de la doctrina, de la vida sacramental y del ordenamiento de la Iglesia, en sintonía con la tradición apostólica, debe considerarse como su evolución orgánica. Por eso, la historia de la Iglesia se manifiesta como el lugar oportuno al que es preciso acudir para conocer mejor la verdad misma de la fe.

5. Por su parte, la Santa Sede siempre ha estimulado las ciencias históricas a través de sus instituciones científicas, como lo testimonia, entre otras cosas, la fundación, realizada hace cincuenta años por obra del Papa Pío XII, de ese Comité pontificio de ciencias históricas.

En efecto, la Iglesia está muy interesada en un conocimiento cada vez más profundo de su historia. Con este fin, hoy se necesita, más que nunca, una enseñanza esmerada de las disciplinas histórico-eclesiásticas, sobre todo para los candidatos al sacerdocio, como recomendó el decreto Optatam totius del concilio Vaticano II (cf. n. 16). Sin embargo, para aplicarse con éxito al estudio de la tradición eclesiástica, son absolutamente indispensables unos conocimientos sólidos de las lenguas latina y griega, sin los cuales no se puede acceder a las fuentes de la tradición eclesiástica. Sólo con su auxilio es posible redescubrir también hoy la riqueza de la experiencia de vida y de fe que la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, ha ido acumulando durante los dos mil años transcurridos.

6. La historia enseña que en el pasado, cada vez que se adquiría un nuevo conocimiento de las fuentes, se ponían las bases para un nuevo florecimiento de la vida eclesial. Si "historia, magistra vitae", como afirma la antigua expresión latina, la historia de la Iglesia bien puede definirse "magistra vitae christianae".

Por tanto, deseo que el actual congreso dé un nuevo impulso a los estudios históricos. Esto asegurará a las nuevas generaciones un conocimiento cada vez más profundo del misterio de la salvación operante en el tiempo, y suscitará en un número de fieles cada vez mayor el deseo de tomar a manos llenas de las fuentes de la gracia de Cristo.

Con estos deseos, le envío a usted, monseñor, a los relatores y a los participantes en el congreso, mi afectuosa bendición.

Vaticano, 16 de abril de 2004

JUAN PABLO II

 



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