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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA VIRGEN DE LAS GRACIAS DE ALTÖTTING

 

¡Dios te salve, "Madre de las Gracias" de Altötting!

1. Desde hace algunos días, como peregrino por estas tierras alemanas cargadas de historia, mis caminos me conducen sobre las huellas de un cristianismo que se remonta ya al tiempo de los romanos. San Bonifacio, apóstol de Alemania, extendió eficazmente la fe cristiana entre los jóvenes pueblos de entonces, sellando con el martirio su trabajo misionero.

Mi paso es rápido y el programa del peregrinaje me impide visitar todos los lugares a los que su importancia histórica y la inclinación del corazón quisieran conducirme. ¡Hay tantos lugares tan importantes y distinguidos!

Hoy, día en que por unas pocas horas puedo permanecer en Altötting, tomo conciencia una vez más de la estrecha trabazón existente entre mi peregrinación y la confesión de la fe, confesión que constituye la tarea fundamental de Pedro y de sus Sucesores. Cuando yo proclamo a Cristo, el Hijo de Dios vivo, "Dios de Dios" y "Luz de Luz", "de la misma naturaleza que el Padre", confieso también con toda la Iglesia que El se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo y que ha nacido de la Virgen María. Tu nombre, María, va unido inseparablemente al suyo. Tu llamada y tu sí pertenecen para siempre, y de manera indisoluble, al misterio de la Encarnación.

2. Junto con toda la Iglesia, confieso y proclamo que Jesucristo es en este misterio el único mediador entre Dios y los hombres; pues su encarnación ha traído la redención y justificación a los hijos de Adán, sometidos al poder del pecado y de la muerte. Pero al mismo tiempo estoy plenamente convencido de que nadie ha sido incorporado de una manera tan profunda como Tú, la Madre del Redentor, a este misterio divino, misterio eficaz y soberano; igualmente estoy convencido también de que nadie se encuentra en mejor situación que Tú, Tú sola, María, para introducirnos en él a nosotros de un modo cada vez más sencillo y claro, a nosotros que lo anunciamos y que participamos incluso de él

En esta convicción de fe, vivo yo desde hace mucho. Con ella hago desde el principio esta peregrinación como Obispo de esa Iglesia local fundada por el Apóstol Pedro en Roma y cuya misión esencial ha sido y sigue siendo la de servir de communio, es decir, de unidad en el amor entre las diversas Iglesias locales y todos los hermanos y hermanas en Cristo.

Con esta misma convicción vengo hoy también aquí, ante tu imagen milagrosa en Altötting, Madre de las Gracias, rodeado de la veneración y del amor de tantos creyentes alemanes, austríacos y de otras regiones de lengua alemana. Permíteme corroborar una vez más esta convicción y dirigirme a Ti con esta oración:

3. Quisiera también aquí confiarte a ti, Madre nuestra, la Iglesia entera, pues tú estabas presente en el Cenáculo cuando, mediante la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la Iglesia se manifestó públicamente. Hoy te confío ante todo la Iglesia que desde hace muchos siglos vive en este país y que forma una gran comunidad de creyentes entre los pueblos que hablan una misma lengua. A ti, Madre, te encomiendo toda la historia de esta Iglesia y su misión en el mundo actual: sus múltiples iniciativas y su incesante servicio en favor de todos los hombres de este país y en favor también de tantas comunidades e Iglesias del mundo entero, a quienes los cristianos de Alemania saben ayudar tan generosa y cordialmente.

María, tú que eres bienaventurada porque has creído (cf. Lc 1, 45), a ti te confío lo que parece ser más importante en el ministerio de la Iglesia en este país: el testimonio vigoroso de la fe frente a la generación actual de hombres y mujeres de este pueblo que vive ante un creciente materialismo e indiferencia religiosa. Que este testimonio hable siempre el claro lenguaje del Evangelio y que encuentre así una puerta de entrada ante todo en el corazón de las jóvenes generaciones. Que él seduzca a la juventud y la llene de ilusión por una vida según la imagen del "hombre nuevo" y por los distintos servicios posibles en la viña del Señor.

4. Madre de Cristo, el cual antes de su pasión rezó: "Padre... que todos sean uno" (Jn 17, 11. 21). Mi caminar por estas tierras alemanas, precisamente en este año, estrechamente ligado al deseo ardiente y humilde de la unidad entre los cristianos, separados desde el siglo XVI. ¿Puede tener alguien un deseo más profundo que el que tú tienes de que se cumpla la oración de Cristo en el Cenáculo? Debiendo reconocer nuestra parte de culpabilidad en esta división, al pedir hoy por una nueva unidad en el amor y en la verdad, ¿no podremos esperar que con nosotros reces también tú, Madre de Cristo? ¿No podremos esperar que el fruto de esta oración sea una vez más en un momento determinado el don de aquella "comunicación del Espíritu Santo" (2 Cor 13, 13), comunicación imprescindible "para que el mundo crea" (Jn 17, 21)?

A ti, Madre, te confío yo el futuro de la fe en este país de vieja tradición cristiana; y, recordando los lamentables desastres de la última guerra, que tan profundas heridas causaron sobre todo en los pueblos de Europa, te confío también la paz del mundo entero. Que entre estos pueblos surja un nuevo orden; un orden basado en el respeto total de los derechos de cada nación y de cada hombre en su nación; un verdadero orden moral, en el que los pueblos puedan convivir como en una ¡familia mediante esa armonía necesaria entre justicia y libertad.

A ti, Reina de la Paz y Espejo de la Justicia, te dirijo esta oración yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro. En tu santuario de Altötting la dejo como recuerdo perpetuo. Amén.

Santuario de Altötting, 18 de noviembre de 1980

 



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