ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO
Miércoles, 29 de noviembre de 1978
Queridos jóvenes, muchachos y muchachas:
Gracias por el entusiasmo con que me habéis recibido en está espléndida basílica, cuando recorría vuestros grupos rebosantes de gozo juvenil y de adhesión sincera a la persona del Sucesor de Pedro, sobre cuya tumba nos hemos reunido para obtener de él luces y fuerzas.
Venís de escuelas, parroquias, oratorios, institutos y asociaciones católicas, para manifestar al Papa vuestros ideales cristianos y la buena voluntad de prepararos a vuestro porvenir y a vuestras responsabilidades futuras de cristianos y ciudadanos, con seriedad y entrega generosa. También por esto o, mejor, precisamente por esto os digo de nuevo un gracias cordial que deseo se extienda también a vuestros padres, educadores, profesores y párrocos, que os han traído a este encuentro.
Antes de hablaros del tema general de este miércoles, centrado en el Adviento (ya que el domingo próximo comienza el tiempo litúrgico de Adviento, como sabéis), con afecto paterno deseo dirigir un saludo especial a dos grupos de jóvenes: los muchachos minusválidos del Centro Villa Margherita de Montefiascone, dirigido por la congregación de Hijos de la Inmaculada Concepción; y después, al grupo de sordomudos del Instituto Gualandi de Roma. ¡Sed bienvenidos, hijos queridísimos! Vuestra presencia y vuestra situación particular os hacen merecedores de un puesto especial en el corazón del Papa, que os abraza y bendice con predilección y ternura. En medio de las penas que nunca faltan en la vida diaria, sean para vosotros causa de consuelo y serenidad los cuidados amorosos de cuantos se dedican a atenderos e instruiros y os han acompañado hoy aquí con un gesto digno de mención especial, y con espíritu de solidaridad palpable hacia los hermanos necesitados.
Ahora, en la antevigilia de Adviento, a la que he aludido antes, preguntémonos sobre el significado del Adviento: estamos tan familiarizados con esta palabra, que corremos el riesgo de no sentir ya la necesidad de ahondar más en su significado profundo.
El Adviento quiere decir, ante todo, venida. Y esto lo sabéis incluso los más pequeños que me escucháis, y recordáis bien la venida de Jesús la noche de Navidad en una gruta que se utilizaba para establo. Pero vosotros los jóvenes ya mayores, que seguís estudios superiores, os planteáis preguntas para ahondar cada vez más en la realidad fascinadora del cristianismo que es el Adviento. Resumiendo en pocas palabras lo que diré con más extensión en la segunda audiencia de esta mañana, el Adviento es la historia de las relaciones primeras entre Dios y el hombre. Apenas torna conciencia de su vocación sobrenatural el cristiano, recoge en su propia alma el misterio de la venida de Dios, y de esta realidad su corazón recibe constantemente impulso y vida, puesto que esta realidad no es otra cosa sino la misma vida del cristianismo.
Para comprender mejor el papel de Dios y del hombre en el misterio del Adviento, debernos volver a la primera página de la Sagrada Escritura, al Génesis, donde leemos estas palabras: "Beresit bara: Al principio creó Dios". Él, Dios, crea, "da comienzo" a todo lo que no es Dios, es decir, al mundo visible e invisible (según el Génesis, el cielo y la tierra). En este contexto el verbo "crea" manifiesta la plenitud del ser de Dios que se revela como Omnipotencia, que es Sabiduría y Amor a un tiempo.
Pero la misma página de la Biblia nos presenta también a otro protagonista del Adviento, que es el hombre. En ella leemos que Dios lo crea a "su imagen y semejanza": "Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza" (Gén 1, 26). Sobre este segundo protagonista del Adviento, el hombre, hablaré el miércoles próximo; pero ya desde ahora deseo señalaros esta relación particular de la que está tejida la teología del Adviento, relación entre Dios y la imagen de Dios, que es el hombre.
Como compromiso primero de la nueva estación litúrgica que va a abrirse, y basándonos en las breves consideraciones bíblicas que ahora hemos hecho juntos, tratad de dar respuesta personal a los dos interrogantes que han surgido implícitamente de la consideración: 1) ¿Qué significa el Adviento?; 2) ¿Por qué el Adviento es parte esencial del cristianismo?
Al volver a vuestras casas, escuelas y asociaciones, decid a todos que el Papa cuenta mucho con los jóvenes. Decid que los jóvenes son el consuelo y la fuerza del Papa, que desea verlos a todos para hacerles llegar su voz de aliento en medio de todas las dificultades que comporta el situarse en la sociedad. Decidles, en fin, que reflexionen individualmente y en sus reuniones sobre el significado del nuevo período litúrgico y sobre las implicaciones que se derivan de comprometerse cada día a la renovación espiritual tan necesaria.
Os ayude y estimule a cumplir vuestros propósitos la bendición apostólica que os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.
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