DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA INAUGURACIÓN
DE LA "ESCUELA PROFESIONAL DE SAN PABLO"
Domingo 17 de diciembre de 1978
Queridos hijos:
Dirijo, ante todo, un saludo particularmente cordial a todos vosotros aquí presentes, por el caluroso recibimiento que me habéis hecho.
Estoy contento y a la vez honrado de estar hoy en medio de vosotros para inaugurar esta "Escuela Profesional de San Pablo", ideada y querida por mi gran predecesor Pablo VI. El, y no yo, debería estar aquí en mi lugar, para coronar el intenso y personal interés por esta obra de tan alto valor social, proyectada ya desde 1974 y llevada ahora a feliz término.
Este es uno de los monumentos más vivos y significativos, levantado por su aguda sensibilidad en favor de la promoción humana, entendida como consecuencia necesaria de una adhesión al Evangelio vivida en plenitud. Con verdadero espíritu de amor práctico por realizaciones estables, él pensó en las necesidades del populoso barrio Ostiense y. sobre todo, en sus numerosos jóvenes. De acuerdo con las competentes autoridades regionales del Lacio, se eligió el tipo peculiar de escuela y de construcción, y se procedió después a edificar un instituto que, con capacidad para 500 muchachos, está en condiciones de salir al paso de las necesidades locales con cursos específicos de enseñanza profesional para mecánicos, electricistas y electrotécnicos. Como sabéis. el mismo Pontífice hizo frente a los gastos no pequeños para la realización de este complejo amplio y funcional. Por esto, tanto el edificio como las selectas instalaciones de la escuela, son un espléndido regalo de este Papa insigne que sabía muy bien, como nos enseña el Apóstol, que «la fe actúa por la caridad» (Gál 5, 6). Por su parte, los beneméritos Padres Josefínos de Murialdo, que ya dirigen el contiguo Oratorio de San Pablo, os aportan su apreciada gestión en calidad de educadores expertos de la juventud.
Yo me encuentro hoy aquí para recordar y reconocer todo esto, para tributar el debido honor y aplaudir a quien de veras ha hecho brillar la luz de sus obras buenas ante los hombres (cf. Mt 5,16), y para invitar a las familias del barrio, y especialmente a los alumnos de la escuela, a bendecir la memoria del Santo Padre Pablo VI, que, como Jesús, «pasó haciendo el bien» (Act 10,38). Estoy aquí para deciros que comparto plenamente estos nobles propósitos. Por tanto, aun cuando Pablo VI ya no está entre nosotros, sabed que el nuevo Papa hace propia su iniciativa y pide al Señor quiera ayudarlo para proseguir con idéntico celo infatigable, el mismo compromiso de caridad eficaz, sobre todo en favor de los más necesitados.
Ahora sólo me resta formular un ferviente deseo a todos los jóvenes que aprenden un oficio para la vida. Sé que el año escolar comenzó ya en el pasado octubre. Pero estoy todavía a tiempo para recomendaros que preparéis aquí no sólo un trabajo especializado, útil para vosotros y para vuestra subsistencia, sino también, y sobre todo, la dimensión del cristiano amor fraterno que sabe dar y darse, para que llevéis a la sociedad contemporánea un tributo no sólo material, sino de construcción espiritual e interior, sin el cual todo sería deficiente y efímero.
Especialmente os recomiendo que, en este período tan precioso de vuestra juventud, pero también tan decisivo para la madurez de vuestra personalidad. os dediquéis con generosidad a vuestra formación religiosa, además de la humana y profesional.
Que mi cordialísima bendición apostólica os acompañe a todos: alumnos, profesores, y a cuantos presten aquí su trabajo y han colaborado a su realización: para que esta escuela crezca y dé frutos dignos de su venerado fundador, mediante la aportación de todos y con la necesaria gracia de Dios.
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