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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO GENERAL DE LOS REDENTORISTAS


Jueves 6 de diciembre de 1979

 

Hijos queridísimos:

1. Mi espíritu se abre en el saludo más cordial al recibiros en esta audiencia especial que habéis solicitado con amable insistencia y que esta mañana tengo la alegría de poderos conceder, finalmente, después de alguna dilación impuesta por los compromisos pastorales de estas semanas. Estoy contento de presentar, ante todo, mis felicitaciones sinceras al Rvdmo. padre Joseph Pfab, a quien la estima de los religiosos participantes en el reciente capítulo general ha confirmarlo en el cargo de superior general; y saludo, después, afectuosamente a todos vosotros que, en calidad de sus consejeros, habéis sido llamados a dar vuestra valiosa aportación para el gobierno de toda la congregación.

Estoy seguro de que habéis realizado un buen trabajo junto con los demás padres capitulares, durante las intensas jornadas de confrontación y reflexión del mencionado capítulo general, gracias también a los datos suministrados por la consulta precedente a cada una de las comunidades. Las decisiones que habéis tomado después de haber pensado y orado, no pueden, por lo tanto, dejar de ofrecer una aportación determinante a la consolidación de los resultados ya conseguidos, a la superación de las dificultades que actualmente se advierten, al planteamiento del compromiso comunitario para el futuro próximo.

2. He visto con satisfacción, a este propósito, que os habéis preocupado de preguntaros con lúcida franqueza sobre el fin primario de vuestro instituto, fin que San Alfonso fijó en el anuncio de la Palabra de Dios "a las almas más abandonadas". En efecto, el Concilio ha recordado sabiamente que no se da una renovación auténtica de la vida religiosa sin un "retorno a las fuentes", y es conocida la norma que formularon los padres en esta materia: "reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósito propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada instituto" (Decret. Perfectae caritatis, 2).

Conscientes de esto, habéis tratado de enfocar el significado preciso de la evangelización en el mundo de hoy, y os habéis preguntado quiénes deben ser considerados "los pobres" y los "abandonados" en nuestro contexto social, así como de establecer las "prioridades de compromiso", para orientar hacia ellas, bien que en el respeto a un legítimo pluralismo. el esfuerzo misionero de la congregación. Esto era necesario para evitar inútiles dispersiones de energías, y para mantener en la congregación la fisonomía que San Alfonso le dio y que el pueblo cristiano ha demostrado muy claramente apreciar en el curso de los siglos.

A este respecto, quisiera llamar especialmente vuestra atención sobre la oportunidad de dar nuevo impulso a las misiones tradicionales, las cuales —como he dicho también en el reciente Documento sobre la catequesis— se manifiestan, si son llevadas de acuerdo con criterios conformes a la mentalidad moderna, como un instrumento insustituible para la renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana (cf. Exhort. Apost. Catechesi tradendae, 47). San Alfonso, como bien sabéis, ponía en ellas grandísima confianza.

3. Deseo además poner de relieve que vuestra acción pastoral en servicio de las "almas más abandonadas", mediante la proclamación explícita de la Palabra de Dios, alcanzará eficazmente sus finalidades. si se tiene cuidado de atenerse a dos criterios de fondo, fijados en vuestras constituciones: el de "hacer en común" la programación y ejecución de las iniciativas apostólicas (cf. Const. 2, 21, 45) y el de la apertura. pronta y disponible a las sugerencias y a las solicitaciones del Ordinario diocesano (cf. Const. 18). La evangelización no ha sido confiada a cada uno en particular, sino a la Iglesia (cf. Mc 16, 15 par.) y por lo tanto es esencial que se lleve a cabo en plena sintonía con las orientaciones de quienes han recibido de Cristo la tarea de "apacentar" la grey de los fieles: sintonía en cuanto al contenido de la predicación y sintonía en las expresiones concretas del compromiso apostólico. Las dificultades que opone el mundo de hoy al fermento evangélico han hecho cada vez más necesaria una programación orgánica de la actividad pastoral que, utilizando racionalmente todas las fuerzas disponibles en el ámbito de la Iglesia local. aseguren su coordinación oportuna y su máxima incisividad.

4. Sin embargo, queda fuera de duda que, cuando se trata de la conversión de las almas, cualquiera sea el proyecto programático, cualquiera el desplegamiento de fuerzas, por muy imponente que sea, no tienen relevancia alguna, si no interviene la acción de Aquel "que da el crecimiento" (1 Cor 3, 7). Con todo, esta acción transformadora de la gracia es impetrada de ordinario por la santidad de vida del que anuncia el Evangelio. Sólo cuando el evangelizador es también un testigo, su palabra hace brecha en los corazones. Vuestro fundador ha confirmado esto muchas veces en sus escritos y demostró esto de modo inequívoco con el ejemplo de su vida.

Por lo tanto, no hace falta gastar palabras para subrayar la importancia del compromiso ascético, que los antiguos calificaban con expresión sugerente "studium deificum". Vale la pena, sin duda, recordar la aportación fundamental que da la "vida común" al progreso en la virtud, si se acepta generosamente en todas las dimensiones previstas por las constituciones. Crear una convivencia verdaderamente fraterna y responsable, basada en la fe y alimentada constantemente en las fuentes de la oración personal y comunitaria, es un deber al que ninguno puede sustraerse: en ello va su bien, el de la congregación y, en definitiva, el bien mismo de las almas.

5. Queridos hijos, que tomáis del nombre santísimo del Redentor el título que distingue vuestro instituto, al final de este encuentro tan espontáneo y cordial, quiero dejaron especialmente una palabra como recuerdo y consigna espiritual: haced espacio en vuestro espíritu a Cristo Redentor. de manera que El se convierta cada vez más en el centro natural de los pensamientos, en el polo magnético de los afectos, en la razón última de cada opción de vida. Acompaño este deseo con una especial bendición apostólica, que hago extensiva con afecto paterno a todos vuestros hermanos esparcidos por todas las regiones del mundo.

 



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