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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL II CONGRESO EUROPEO DEL MOVIMIENTO POR LA VIDA


Lunes 26 de febrero de 1979

 

Ilustres señores:

¡Bienvenidos a la casa del Papa! He acogido de muy buen grado vuestro deseo de que os conceda una audiencia especial con motivo de vuestro II Congreso Europeo, porque este encuentro me da ocasión para dirigiros a vosotros y a todos cuantos forman parte de los Movimientos por la vida, unas palabras de elogio y aliento, a fin de que perseveréis en la noble tarea a que os habéis comprometido para defensa del hombre y de sus derechos fundamentales. Vosotros lucháis para que se le reconozca a todo hombre el derecho de nacer, crecer, desarrollar armoniosamente sus propias capacidades, construir libre y dignamente el propio destino trascendente.

Son magníficos estos objetivos y yo me complazco al ver que, para tratar de conseguirlos, se unen no solamente los hijos de la Iglesia católica, sino personas que pertenecen a otras confesiones religiosas o tienen una orientación ideológica diversa, lo que considero como una expresión de ese "acuerdo en apoyarse sobre algunos principios elementales pero firmes", "principios de humanidad", que "todo hombre de buena voluntad puede encontrar... en su propia conciencia"; acuerdo, al que me refería en mi reciente mensaje para la "Jornada mundial de la paz".

Fiel a la misión recibida de su divino Fundador, la Iglesia ha afirmado siempre, pero con especial fuerza en el Concilio Ecuménico Vaticano II, la sacralidad de la vida humana. ¿Quién no recuerda aquellas palabras solemnes?: "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo en modo digno del hombre. Por tanto, la vida humana desde su concepción, ha de ser salvaguardada, con el máximo cuidado" (Constitución pastoral Gaudium et spes, 51). Fortalecidos con esta convicción, los Padres conciliares no dudaron en condenar, sin medios términos, todo "cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al trabajador al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana" (ib., 27). En este contexto se inserta vuestro compromiso. El cual consiste, ante todo, en una acción inteligente y asidua de sensibilización de las conciencias respecto a la inviolabilidad de la  vida humana en todas sus fases, de modo que el derecho a vivir. sea eficazmente reconocido en las costumbres y. en la ley, como valor fundamental para toda convivencia que quiera llamarse civil. Tal compromiso se expresa, además, en la valiente toma de posición contra cualquier forma de atentado a la vida, venga de donde viniere. Por último, se traduce en la oferta, desinteresada y respetuosa, de ayudas concretas a las personas que encuentran dificultades para conformar la propia conducta a los dictámenes de la conciencia.

Se trata de una obra de gran humanidad y de generosa caridad, que no puede dejar de obtener la aprobación de toda persona consciente de las posibilidades y de los riesgos con que se enfrenta nuestra sociedad actual.

Que no os desalienten las dificultades, la oposición, los fracasos que podéis encontrar en vuestro camino. Se trata del hombre y ante tan importante puesta en juego, nadie puede encerrarse en una actitud de resignada pasividad, sin abdicar de sí mismo. Como Vicario de Cristo, Verbo de Dios Encarnado, yo os digo: tened fe en Dios, Creador y Padre de todo ser humano; tened confianza en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y llamado a ser hijo Suyo, en el Hijo. En Cristo, muerto y resucitado, la causa del hombre ha tenido ya su veredicto definitivo: ¡la vida vencerá sobre la muerte!

Con esta esperanza en el corazón os concedo muy gustoso a todos, en prenda: de la asistencia divina, mi apostólica bendición.

 



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