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VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS ORGANIZACIONES CATÓLICAS NACIONALES DE MÉXICO

Ciudad de México
Lunes 29 de enero de 1979

 

Amadísimos hijos de las Organizaciones Católicas nacionales de México:

Bendito sea el Señor que me permite también —en mi permanencia en esta querida tierra de Nuestra Señora de Guadalupe— tener el gozo de un encuentro con vosotros.

Agradezco vuestras vivas demostraciones de afecto filial y puedo confesaros cuánto me gustaría detenerme con cada cual de vosotros para conoceros personalmente, para saber más de vuestro servicio eclesial, para abundar sobre tantos aspectos fundamentales de vuestra proyección apostólica. Deseo, de todos modos, que estas palabras sean testimonio elocuente de compañía, aprecio, estímulo y orientación de vuestros mejores esfuerzos como laicos —y como laicado católico organizado— por parte de quien ha sido llamado al servicio, como Sucesor de Pedro, de todos los servidores del Señor.

Vosotros sabéis bien cómo el Concilio Vaticano II recogió esa gran corriente histórica contemporánea de “promoción del laicado”, profundizándola en sus fundamentos teológicos, integrándola e iluminándola cabalmente en la eclesiología de la Lumen gentium, convocando e impulsando la activa participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia. En el Cuerpo de Cristo constituido en “pluralidad de ministerios pero unidad de misión” (Apostolicam actuositatem, 2; cf. Lumen gentium, 10, 32...), los laicos, en cuanto fieles cristianos “incorporados a Cristo por el bautismo, constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo”, están llamados a ejercer su apostolado, en particular, “en todas y cada una de las actividades y profesiones” que desempeñan, “así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social...” (Lumen gentium, 31) para “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem, 5).

En el cuadro global de las enseñanzas conciliares y especialmente a la luz de la “Constitución sobre la Iglesia”, se han abierto vastas exigencias y renovadas perspectivas de acción de los laicos en muy variados campos de la vida eclesial y secular. Sin mengua del apostolado individual, reconocido como su presupuesto ineludible, el Decreto Apostolicam actuositatem señalaba también el aprecio de la Iglesia por las formas asociativas del apostolado seglar, congeniales al ser comunitario de la Iglesia y a las exigencias de evangelización del mundo moderno.

Vosotros sois, pues, signos y protagonistas de esa “promoción del laicado” que tantos frutos ha dado a la vida eclesial en estos años de aplicación del Concilio. A vosotros —y a través de vosotros, a todos los laicos y asociaciones laicales de la Iglesia de América Latina— invito a renovar una doble dimensión de vuestro compromiso laical y eclesial. Por una parte, a testimoniar valientemente a Cristo, a confesar con alegría y docilidad vuestra plena fidelidad al Magisterio eclesial, a asegurar vuestra filial obediencia y colaboración a vuestros Pastores, a buscar la más adecuada inserción orgánica y dinámica de vuestro apostolado en la misión de la Iglesia y, en particular, de la pastora! de vuestras Iglesias locales. Muchos y muy probados ejemplos de ello ha dado y da el laicado mexicano. Y es con alegría y agradecimiento que quiero recordar en particular la conmemoración, en este año 1979, del cincuentenario de la Acción Católica Mexicana, columna vertebral del laicado organizado en el país.

La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano es un momento fuerte de gracia que exige conversión personal y comunitaria, para renovar vuestra comunión eclesial, vuestra confianza en los Pastores, vuestro vigor y relanzamiento apostólico.

Por otra parte, desde esa perspectiva eclesial, quiero invitaros a reavivar vuestra sensibilidad humana y cristiana en la otra vertiente de vuestro compromiso: la participación en las necesidades, aspiraciones, desafíos cruciales con que la realidad de vuestros prójimos interpela vuestra acción evangelizadora de laicos cristianos.

De entre la vastedad de los campos que exigen la presencia del laicado en el mundo, y que señala la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi —esa Carta Magna de la Evangelización— quiero señalar algunos espacios fundamentales y urgentes en el acelerado y desigual proceso de industrialización, urbanización y transformación cultura! en la vida de vuestros pueblos.

La salvaguardia, promoción, santificación y proyección apostólica de la vida familiar deben contar a los laicos católicos entre sus agentes más decididos y coherentes. Célula básica del tejido social, considerada por el Concilio Vaticano II como “Iglesia doméstica”, exige un esfuerzo evangelizador, para potenciar sus factores de crecimiento humano y cristiano y superar los obstáculos que atentan contra su integridad y finalidades.

Los “mundos” emergentes y complejos de los intelectuales y universitarios, del proletariado, técnicos y dirigentes de empresa, de los vastos sectores campesinos y poblaciones suburbanas sometidas al impacto acelerado de cambios económico-sociales y culturales, reclaman una particular atención apostólica, a veces casi misionera, por parte del laicado católico en la proyección pastora! del conjunto de la Iglesia.

¡Cómo no señalar también la presencia en medio de esa muchedumbre interpelante de la juventud, en sus inquietas esperanzas, rebeldías y frustraciones, en sus ilimitados anhelos a veces utópicos, en sus sensibilidades y búsquedas religiosas, así como en sus tentaciones por ídolos consumísticos o ideológicos! Los jóvenes esperan testimonios claros, coherentes y gozosos de la fe eclesial que los ayude a re-estructurar y encauzar sus abiertas y generosas energías en sólidas opciones de vida personal y colectiva.

La caridad, savia primordial de vida eclesial, se despliegue por medio de los laicos cristianos también en la solidaridad fraterna ante situaciones de indigencia, opresión, desamparo o soledad de los más pobres, predilectos del Señor liberador y redentor.

¿Y cómo olvidar el mundo todo de la enseñanza, donde se forjan los hombres del mañana; el mismo terreno de la política, para que siempre responda a criterios de bien común; el campo de los organismos internacionales, para que sean palestras de justicia, de esperanza y entendimiento entre los pueblos; el mundo de la medicina y del servicio sanitario donde son posibles tantas intervenciones que tocan muy de cerca el orden moral; el campo de la cultura y del arte, terrenos fértiles para contribuir a dignificar al hombre en lo humano y en lo espiritual?

En esa doble vertiente de renovado compromiso cristiano, vuestra fidelidad eclesial —recogiendo y vigorizando la tradición del laicado mexicano— os relanzará con nuevas energías para operar como fermento hacia más amplias perspectivas de convivencia social.

La tarea es inmensa. Vosotros sois llamados a participar en ella, asumiendo y prosiguiendo lo mejor de la experiencia de participación eclesial y secular de los últimos años; dejando progresivamente a un lado las crisis de identidad, contestaciones estériles e ideologizaciones extrañas al Evangelio.

Uno de los fenómenos de los últimos años en el que se ha manifestado con creciente vigor el dinamismo de los laicos en América Latina y en otras partes, es el de las llamadas comunidades de base que han ido surgiendo en coincidencia con la crisis del asociacionismo católico.

Las comunidades de base pueden ser un instrumento válido de formación y vivencia de la vida religiosa dentro de un nuevo ambiente de impulso cristiano y pueden servir entre otras cosas para una penetración capilar del Evangelio en la sociedad.

Pero para que eso sea posible es necesario que se mantengan bien presentes los criterios tan claros que se enuncian en la Evangelii nuntiandi (núm. 58), a fin de que se alimenten de la Palabra de Dios en la oración y permanezcan unidas, no separadas, y menos contrapuestas, a la Iglesia, a los Pastores y a los otros grupos o asociaciones eclesiales.

Que vuestras asociaciones sean como hasta hoy —y mejor aún— formativas de cristianos con vocación de santidad, sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el Magisterio auténtico, firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual, alimentada con el acercamiento frecuente a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, perseverantes en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, constantes promotores de paz y justicia contra toda violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados en la esperanza en el Señor.

Vaya mi Bendición Apostólica a vosotros, a todos los laicos de vuestras asociaciones, a vuestros asistentes eclesiásticos y al conjunto del laicado mexicano. Y también a los millones de laicos latinoamericanos que elevan su oración y ponen su esperanza en Puebla. A todos os encomiando a la protección maternal de la Virgen María, en su advocación de Guadalupe.



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