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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CAPITULARES COMBONIANOS


Sábado 23 de junio de 1979

 

Queridísimos hermanos:

1. Es para mí motivo de gran consuelo dar hoy la bienvenida en la casa del Padre a vosotros, beneméritos misioneros combonianos, al comenzar vuestro capítulo general que tras el decreto promulgado ayer por el cardenal Prefecto de Propaganda Fide, ve a vuestras dos familias —la rama italiana y la alemana, divididas por las conocidas vicisitudes de 1923—reunidas nuevamente en la caridad del Corazón Sacratísimo de Jesús, de quien, por acertada iniciativa de vuestro venerado fundador, mons. Daniele Comboni, sois hijos elegidos, porque de él tomáis el nombre y en él os inspiráis, como "Congregación de Hijos del Sagrado Corazón de Jesús".

Os agradezco vivamente vuestra presencia y, todavía más, el hermoso testimonio evangélico que habéis dado, volviendo a la unidad en una sola familia religiosa, tal como la suscitó el carisma original del piadoso fundador, el cual, en su ansia misionera, tenía constantemente en los labios y en el corazón el Unum sint de la oración sacerdotal de Jesús al Padre celestial (cf. Jn 17,11).

Es éste un válido motivo, queridos hermanos, para congratularme y felicitarme con vosotros. ¡Que Dios os bendiga por ello!

Un reconocido y reverente pensamiento dedico también a las espléndidas, mejor dicho, heroicas figuras de misioneros combonianos que durante los últimos años, incluso muy recientemente, han sabido dar testimonio de total abnegación por la causa de Cristo, hasta afrontar graves pruebas y el mismo sacrificio de la vida, honrando así a todo el instituto y mereciendo el elogio evangélico: "Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan... Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa" (Mt 5, 11-12).

2. El capítulo general, que ayer comenzasteis, bajo la mirada y bendición de Jesús en la solemnidad litúrgica de su Sagrado Corazón, marca para vosotros el fin de una etapa coronada por muchos frutos y el comienzo, más que prometedor, de un nuevo período de servicio eclesial en los territorios de misión. Pues bien; la Iglesia espera mucho de vosotros, de vuestro ejemplo y de vuestra generosa dedicación apostólica. Deseo, por tanto, que las tareas de este capítulo sean una valiente puesta al día de las constituciones y de las reglas, para dar a vuestra congregación misionera aquella fisonomía espiritual, requerida por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, por las necesidades de los tiempos y las exigencias de los lugares en que estáis llamados a ejercer el ministerio. En estos días de reflexión y debates, dejaos conducir sobre todo por la figura luminosa de Cristo "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29), el cual, por la salvación de las almas, de todas las almas sin diferencia de lenguas, razas y naciones .(cf. Act 5, 9), se hizo niño con los niños, pobre con los pobres, enfermo con los enfermos, camino para los descarriados, verdad para los que yerran, vida para todos los hombres; se hizo, en una palabra, "todo para todos" (cf. 1 Cor 15, 28), como afirma San Pablo, para que todos pudiesen sentirlo cercano, benéfico y salvador, pudiendo decir con el mismo Apóstol de las Gentes: "El me amó y se entregó por mí" (Gál 2, 20).

3. Os habéis propuesto volver a los orígenes de vuestra congregación religiosa para vivir cada vez mejor vuestra vocación misionera según el espíritu inicial, que os infundió el fundador con su vida virtuosa y con su ejemplo de sacerdote celoso y obispo infatigable, totalmente consagrado a la salvación de los infieles en las dilatadas y lejanas tierras de África, convertida en su patria de elección. Procurad que nada altere lo que quiso imprimir sobre la faz de su instituto y vuestro.

La educación de los jóvenes, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres, la instrucción de los catecúmenos y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús "en quien se hallan escondidos todo los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3), deben seguir siendo, aun en la necesaria puesta al día, los rasgo característicos de vuestras comunidades religiosas. Es necesario, por tanto, que frente al riesgo del activismo, en lugar de la actividad, y de la agitación en lugar de la acción, a que un celo desordenado podría arrastrar también al misionero, se conceda la primacía a la vida interior, a la oración, a la meditación, al espíritu de pobreza y sacrificio, para no caer en la sutil tentación de uniformarse con el mundo, acaso con el pretexto de conocerlo mejor, pero en realidad con el peligro de quedar aprisionado entre sus redes. Recordando las palabras del Maestro: "Estáis en el mundo, pero no sois del mundo" (cf. Jn 15, 19), procurad ser, dondequiera que estuviereis, signos claros de Cristo, interior y exteriormente: en el modo de vivir y comportaros, incluso en la forma de vestir, que os saque del anonimato e indique vuestra presencia entre el pueblo.

Que en las sesiones de vuestro delicado trabajo, os sostenga el espíritu bendito de vuestro fundador; que él, tan abierto a las necesidades de las almas, pero siempre unido a Dios, os inspire y obtenga las gracias necesarias para una verdadera reforma de vuestra vida consagrada y para un adecuado conocimiento de las urgentes y múltiples necesidades del mundo misionero de hoy.

Sobre cada uno de vosotros, sobre vuestros trabajos y sobre vuestra reunificada congregación, descienda mi especial bendición apostólica, que ahora imparto con amor paternal.

 



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