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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CLUB DE LOS FLORISTAS ITALIANOS


Sábado 24 de noviembre de 1979

 

Estoy contento de recibiros y saludaros, queridos socios del "Club Floristi d`ltalia", reunidos en Roma para vuestro congreso anual y que habéis querido encontraros con el Papa para recibir una palabra de aliento y de bendición.

Mi pensamiento, en este momento, se dirige cordial a vosotros aquí presentes y a todos vuestros asociados, que realizan un servicio tan gentil para la convivencia humana. Efectivamente, el intercambio de sentimientos, de afectos y de entendimiento entre los hombres, se realiza siempre a través de signos y figuras, entre los cuales la palabra es la más noble y representativa. Pero también las cosas, todas las realidades de la creación, y las flores con especial evidencia, poseen una fuerza particular evocativa; una capacidad expresiva, especialmente cuando llegan también a los altares, como manifestación de amor y de fe.

En su delicada y perfumada elegancia, las flores testimonian la magnificencia del Creador. La Sagrada Escritura se sirve frecuentemente del lenguaje de las flores, para invitar al hombre a la alabanza a Dios. Recuerdo las palabras del Sirácida: "Oídme, hijos piadosos, y floreceréis como rosal que crece junto al arroyo..., floreced como el lirio, exhalad perfume suave y entonad cánticos de alabanza. Bendecid al Señor en todas sus obras" (Sir 39, 17. 19).

Pero, sobre todo, ¿cómo no evocar para vosotros, que vivís entre las flores, el inolvidable recuerdo que de ellas ha hecho el Señor Jesús en el Evangelio, para invitarnos a la confianza en Dios Padre? "Mirad a los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (Mt 6, 28-30). La flor del campo, alimentada sólo por las fecundas linfas de la tierra que la sostiene, es señalada por el Señor como imagen y ejemplo de abandono sereno y animoso en la Providencia, actitud necesaria a los hombres de toda época, sometidos siempre a la tentación de la desconfianza y del desánimo a causa de las adversidades personales y de las perturbaciones de la naturaleza y de la historia.

De aquí saco mi deseo para vosotros: sabed imprimir en vuestro trabajo sentimientos de gratitud, de alabanza, de veneración, y especialmente esta confianza en Dios, y a la vez propósitos de bondad y de disponibilidad hacia el prójimo, de modo que vuestra actividad se convierta cada vez más en una iniciativa apta para llevar a los hombres un mensaje de serena belleza y cíe fraternidad.

Os acompañe mi bendición.

 



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