VIAJE APOSTÓLICO A IRLANDA
(29 DE SEPTIEMBRE - 1 DE OCTUBRE)
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
Maynooth
Lunes 1 de octubre de 1979
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo:
1. El nombre de Maynooth es muy estimado en todo el mundo católico. Nos recuerda lo que hay de más noble en el sacerdocio católico de Irlanda. Aquí vienen seminaristas de todas las diócesis irlandesas, hijos de familias católicas que eran ellas mismas verdaderos "seminarios", verdaderos viveros de vocaciones sacerdotales y religiosas. De aquí han partido sacerdotes hacia todas las diócesis irlandesas y hacia las diócesis de la diáspora.
Maynooth, en este siglo, ha dado origen a dos nuevas sociedades misioneras, una dirigida inicialmente hacia China, y otra hacia África; y ha enviado centenares de sus alumnos como voluntarios a esas misiones. Maynooth es una escuela de santidad sacerdotal, una academia de enseñanza teológica, una universidad de inspiración católica. El colegio de San Patricio es un lugar de empresas importantes, que promete un futuro justo y grande.
Por esto Maynooth es precisamente el lugar apropiado para el encuentro con los sacerdotes, diocesanos y religiosos, con los hermanos religiosos y con las religiosas, misioneros y seminaristas; y para hablar con ellos. Habiendo vivido durante algún tiempo, cuando como sacerdote estudiaba en París, en una atmósfera de seminario irlandés —el Collège Irlandais de París, actualmente prestado por los obispos irlandeses a la jerarquía de Polonia—, experimento ahora una profunda alegría al encontrarme con vosotros aquí en el seminario nacional de Irlanda.
2. Mis primeras palabras se dirigen a los sacerdotes, diocesanos y religiosos. Os digo lo que San Pablo dijo a Timoteo. Os pido "que hagáis revivir la gracia de Dios que hay en vosotros por la imposición de las manos (del obispo)" (2 Tim 1, 6). Jesucristo mismo, único Sumo Sacerdote, dijo: "Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?" (Lc 12, 49). Vosotros participáis de su sacerdocio; proseguís su obra en el mundo. Su obra no puede ser realizada por sacerdotes tibios o apáticos. Debe arder en vosotros su fuego de amor por el Padre y por los hombres. Debe consumiros su deseo de salvar a la humanidad. Vosotros estáis llamados por Cristo como lo estuvieron los Apóstoles. Como ellos estáis destinados a estar con Cristo. Como ellos sois enviados a ir en su nombre y con su autoridad para hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mt 10, 1; 28, 19; Mc 3, 13-16). Vuestro primer deber es estar con Cristo. Cada uno de vosotros está llamado a ser "un testigo con nosotros de su resurrección" (Act 1, 22). Un peligro constante para los sacerdotes, aun celosos, es sumergirse de tal manera en el trabajo del Señor, que olviden al Señor del trabajo.
Debemos encontrar tiempo, debemos crear tiempo para estar con el Señor en la oración. Siguiendo el ejemplo del mismo Señor Jesús, debemos "retirarnos a lugares solitarios para darnos a la oración" (Lc 5, 16). Sólo si dedicamos tiempo al Señor, nuestro ser enviados a los hombres, será también llevarle a los demás.
3. Estar con el Señor es siempre también ser enviados por El, a realizar su obra. El sacerdote es llamado por Cristo; el sacerdote está con Cristo. El sacerdote es enviado por Cristo. El sacerdote es enviado con la fuerza de aquel Espíritu Santo que guió incansablemente a Jesús a lo largo de los caminos de la vida. de los caminos de la historia. Cualquiera sean las dificultades, las desilusiones, los contratiempos, nosotros sacerdotes encontramos en Cristo y en la potencia de su Espíritu la fuerza de "fatigarnos, luchando con su eficacia, que obra poderosamente en mí" (Col 1, 29).
Como sacerdotes, vosotros sois elegidos para ser Pastores de un pueblo fiel que continúa respondiendo generosamente a vuestro ministerio, y que constituye una ayuda válida para vuestra misma vocación sacerdotal, mediante la fe y la oración. Si tratáis de ser el tipo de sacerdotes que vuestro pueblo espera y desea que seáis; entonces seréis sacerdotes santos. El nivel de la práctica religiosa en Irlanda es elevado. Por esto debemos dar gracias siempre al Señor. Pero ese nivel. ¿se mantendrá siempre alto? Los jóvenes y las jóvenes de las nuevas generaciones, ¿seguirán siendo fieles como lo fueron sus padres? Después de haber pasado dos días en Irlanda, después de haberme encontrado con la juventud irlandesa en Galway, tengo confianza de que será así. Pero esto requerirá por vuestra parte un trabajo incesante y una oración apremiante. Debéis trabajar con la convicción de que esta generación, este decenio de los años ochenta en el que vamos a entrar, podría ser crucial y decisivo para el futuro de la fe en Irlanda. Que no nos vanagloriemos de ello. Como dijo San Pablo, "velad y estad firmes en la fe, obrando varonilmente y mostrándoos fuertes" (1 Cor 16, 13). Trabajad con confianza, trabajad con alegría. Somos testigos de la resurrección de Cristo.
4. Lo que el pueblo espera de vosotros, más que de ningún otro, es la fidelidad al sacerdocio. Esta es un modo de hacer conocer a la gente la fidelidad de Dios. Esta la hace fuerte para ser fiel a Cristo a través de todas las dificultades de la vida, las dificultades que la gente siente en su matrimonio. En un mundo tan marcado por la inestabilidad, como el de hoy, nosotros tenemos necesidad de más signos y de más testigos de la fidelidad de Dios en relación con nosotros, y de la fidelidad que le debemos a El. Hay algo que causa gran tristeza a la Iglesia; una angustia frecuentemente silenciosa, pero grande en el Pueblo de Dios: cuando los sacerdotes desmayan en la fidelidad de su compromiso sacerdotal. Este anti-signo, este anti-testimonio están entre los motivos del retroceso de las grandes esperanzas. de nueva vida que brotaron en la Iglesia del Concilio Ecuménico Vaticano II. Por el contrario, el Concilio ha aconsejado a los sacerdotes y a toda la Iglesia una oración más intensa y frecuente; porque se nos ha enseñado que sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn 15, 5).
Y la fidelidad de la inmensa mayoría de los sacerdotes ha demostrado con claridad aún mayor y con un testimonio tanto más patente la fidelidad de la Iglesia a Dios y a Cristo, testigo fiel (cf. Ap 1, 5).
5. En un centro de estudios teológicos, que es además un seminario como Maynooth, este testimonio de fidelidad tiene importancia ulterior y un valor especial respecto a los candidatos al sacerdocio para convencerles de la grandeza y de la fuerza representada por la fidelidad sacerdotal. Aquí en Maynooth el aprendizaje teológico, al ser parte de la formación al sacerdocio, está bien lejos de presentarse como una investigación académica puramente intelectual. Aquí la asistencia a los cursos teológicos está vinculada a la liturgia, a la oración, a la construcción de una comunidad de fe y de amor, y así a la edificación del sacerdocio irlandés y consiguientemente a la edificación de la Iglesia.
Mi invitación de hoy es una invitación a orar. Sólo en la oración podremos cumplir con los deberes de nuestro ministerio y responder a las esperanzas del mañana. Todas nuestras llamadas a la paz y a la reconciliación sólo tendrán eficacia por la oración.
El estudio de teología, aquí y en todas partes de la Iglesia, es una reflexión sobre la fe, una reflexión en la fe. Una teología que no profundice en la fe, que no conduzca a orar, puede ser un discurso de palabras sobre Dios; pero no será jamás un verdadero discurso en torno a Dios, al Dios vivo, al Dios que es, y cuyo ser es el amor. De aquí se sigue que la teología puede ser auténtica sólo en la Iglesia, comunidad de fe. Sólo cuando la enseñanza de los teólogos está conforme con la enseñanza de los obispos unidos con el Papa, el Pueblo de Dios puede saber con certeza que esta enseñanza es "la fe, que una vez para siempre ha sido dada a los santos" (Jds 3). Esta no es una limitación para los teólogos, sino una liberación, porque les preserva de las modas mutables y los mantiene vinculados con seguridad a la verdad inmutable de Cristo, la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).
6. En Maynooth, en Irlanda, hablar de sacerdocio es hablar de misión. Irlanda nunca ha olvidado que "la Iglesia peregrina es misionera por su misma naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (Ad gentes, 2).
En los siglos IX y X, los monjes irlandeses volvieron a encender la luz de la fe en regiones donde su llama había menguado o se había extinguido, después de la caída del Imperio romano, y evangelizaron nuevas naciones todavía no evangelizadas, incluida el área de mi Polonia natal. Cómo podría olvidar que allí hubo un monasterio irlandés, precisamente en Kiev ya en el siglo XIII; y que allí hubo incluso un colegio irlandés, durante un breve período, en mi propia ciudad de Cracovia, durante la persecución de Cronwel. En los siglos XVIII y XIX, sacerdotes irlandeses acompañaron a sus emigrantes en todo el mundo de lengua inglesa. En el siglo XX nuevos institutos misioneros masculinos y femeninos han florecido en Irlanda y ellos, junto con las secciones irlandesas de institutos misioneros internacionales y con las congregaciones religiosas irlandesas ya existentes, han dado un nuevo ímpetu misionero a la Iglesia.
Que el espíritu misionero nunca venga a menos en los corazones de los sacerdotes irlandeses, sean miembros de institutos misioneros, o del clero diocesano, o de congregaciones religiosas dedicadas a otros apostolados. Que todos vosotros estimuléis activamente este espíritu en medio de los laicos, ya tan devotos en sus oraciones, ya tan generosos en su ayuda a las misiones. Que el espíritu de coparticipación crezca entre las diócesis y congregaciones religiosas en la misión total de la Iglesia, hasta que cada una de las Iglesias diocesanas locales y cada una de las congregaciones y comunidades religiosas sea vista como misionera por su propia naturaleza, viniendo a encontrarse en el auténtico movimiento misionero de la Iglesia universal. He sabido con gran satisfacción que la Unión Misionera Irlandesa trata de dar vida a un centro misionero nacional con la doble finalidad de una renovación misionera realizada por los mismos misioneros y de un impulso a la conciencia misionera entre el clero, religiosos y fieles de la Iglesia irlandesa. Que este trabajo tenga la bendición de Dios. Que contribuya a una grande y nueva expansión de fervor misionero, y a una nueva oleada de vocaciones misioneras del territorio de esta gran patria de la fe, que es Irlanda.
7. Quiero decir una palabra especial a los Hermanos religiosos. El decenio pasado ha introducido grandes cambios y con ellos problemas y dificultades sin precedentes por cuanto concierne a vuestra experiencia pasada. Yo os pido que no perdáis el ánimo. Sed hombres de gran fe, de grande e indefectible esperanza: "Que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo" (Rom 15, 13).
El último decenio ha traído también una gran renovación en la comprensión de vuestra santa vocación, una gran profundización de vuestra vida litúrgica y de vuestra oración, una gran extensión del ámbito de vuestra influencia apostólica: pido al Señor que os bendiga con una fidelidad renovada a la vocación por todos vuestros méritos y que aumente las vocaciones de vuestros nuevos institutos. La Iglesia en Irlanda y en las misiones debe mucho a todos los institutos de Hermanos laicos. Vuestra llamada a la santidad es un precioso adorno de la Iglesia. Creed en vuestra vocación. Sed fieles. "Fiel es el que os llama, que también lo cumplirá" (1 Tes 5, 24).
8. También las religiosas han conocido años de búsqueda, y a veces quizás de incertidumbre y de inquietud. Estos han sido también años de purificación.
Rezo para que entremos en un período de consolidación y de construcción. Muchas de vosotras estáis comprometidas en el apostolado de la educación y en la atención pastoral de la juventud. No tengáis dudas sobre la importancia que sigue teniendo este apostolado especialmente en la moderna Irlanda donde la juventud constituye una parte tan numerosa e importante de la población. La Iglesia ha recordado repetidamente a las religiosas, en muchos documentos recientes de carácter solemne, la importancia primordial de la educación ha invitado a las congregaciones masculinas y femeninas, dotadas de tradición y carisma educacional, a perseverar en esa vocación y a redoblar su compromiso en esa línea. Lo mismo puede decirse de los apostolados tradicionales entre enfermos, recién nacidos, ancianos, minusválidos y pobres. Estos no se deben descuidar mientras se establecen nuevas formas de apostolado. Como dice el Evangelio, debéis "sacar de vuestro tesoro lo nuevo y lo añejo" (cf. Mt 13, 52). Debéis ser valientes en vuestras empresas apostólicas, no dejando que las dificultades, la escasez de personal, la inseguridad del futuro puedan deteneros o deprimiros.
Pero recordad siempre que el primen campo de vuestro apostolado es vuestra vida personal. Aquí es donde ante todo el mensaje del Evangelio debe ser predicado y vivido. Vuestro primer deber apostólico es vuestra propia santificación. Ningún cambio en la vida religiosa tiene importancia alguna si no es también una conversión de vosotras mismas a Cristo. Ningún movimiento de la vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movimiento hacia el interior, hacia el "centro" profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que hacéis lo que más importa, sino lo que sois como mujeres consagradas al Señor. Cristo se ha consagrado a Sí mismo por vosotras, para que también vosotras "podáis ser consagradas en la verdad" (cf. Jn 17, 19).
9. A vosotras y a los sacerdotes, diocesanos y religiosos, os digo: alegraos de ser testigos de Cristo en el mundo moderno. No dudéis en haceros reconocer e identificar por las calles, como hombres y mujeres que han consagrado su vida a Dios y han dejado todo lo de este mundo para seguir a Cristo. Creed en el valor que tienen para los hombres y mujeres de nuestro tiempo los signos visibles de vuestra vida consagrada. La gente necesita signos y señales de Dios en esta moderna ciudad secular en la que quedan bien pocos signos que llevan al Señor. ¡No contribuyáis a esa tendencia a "retirar a Dios de las calles", adoptando vosotros mismos modos seculares de vestir o de comportaros!
10. Mi bendición especial y mis saludos se dirigen a los monjes y monjas de clausura y contemplativos. Os doy las gracias por lo que habéis hecho por mí con vuestra vida de oración y sacrificio, desde el comienzo de mi ministerio papal. Yo afirmo que el Papa y la Iglesia tienen necesidad de vosotros. Vosotros estáis sobre todo en esa "grande, intensa y creciente oración" a la que he hecho una llamada en la Encíclica Redemptor hominis. La vocación contemplativa nunca ha sido más preciosa e importante, que cuando no lo es en nuestro Inundo moderno y sin paz. Que aquí sean llamados a la vida contemplativa muchos muchachos y muchachas irlandeses en este tiempo en el que el futuro de la Iglesia y de la humanidad depende de la oración.
Repito con alegría a todos los contemplativos, en esta fiesta de Santa Teresa de Lisieux, las palabras que dirigí a las religiosas de Roma: «Os encomiendo la Iglesia, os encomiendo los hombres y el mundo. A vosotras, a vuestro "holocausto" me encomiendo yo mismo, Obispo de Roma. Estad conmigo, cercanas a mí, vosotras que estáis "en el corazón de la Iglesia". Que en la vida de cada una se realice lo que fue programa de Santa Teresa del Niño Jesús: "in corde Ecclesiae amor ero: en el corazón de la Iglesia seré amor"» .
La mayor parte de lo que he dicho se entiende también para los seminaristas. Vosotros os preparáis para el don total de vosotros mismos a Cristo y al servicio de su Reino. Lleváis a Cristo el don de vuestro entusiasmo y vitalidad juvenil. En vosotros Cristo es eternamente joven y a través de vosotros rejuvenece a la Iglesia. No le defraudéis.
No defraudéis al pueblo que está esperando que le llevéis a Cristo. No desacreditéis a vuestra generación de jóvenes, hombres y mujeres irlandeses. Llevad a Cristo a los jóvenes de vuestra generación como única respuesta a sus esperanzas. Cristo os mira y os ama. No hagáis como el joven en el Evangelio que se marchó triste "porque tenía muchos bienes" (cf. Mt 19, 22). Al contrario, ofreced todos vuestros tesoros de mente, de corazón, de energía a Cristo, a fin de que se sirva de ellos para atraer a Sí a todos los hombres (cf. Jn 12, 32).
A todos vosotros os digo: éste es un tiempo maravilloso para la historia de la Iglesia. Este es un tiempo maravilloso para ser sacerdote, para ser religioso, para ser misionero de Cristo. Alegraos siempre en el Señor. Alegraos en vuestra vocación. Os repito las palabras del Apóstol Pablo: "Alegraos siempre en el Señor: de nuevo os digo: alegraos... Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria sean presentadas a Dios vuestras peticiones acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4, 4-7).
María, Madre de Cristo, Sacerdote Eterno, Madre de los sacerdotes y de los religiosos, os mantenga lejos de toda preocupación, mientras "esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Confiaos a Ella, como yo os encomiendo a Ella, María, Madre de Jesús y Madre de su Iglesia.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana