VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA CATEDRAL DEL SANTO NOMBRE
Chicago, Illinois
Jueves 4 de octubre de 1979
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
¡De Filadelfia a Des Moines, desde Des Moines a Chicago! En un día he visto una gran parte de vuestro inmenso país, y he dado gracias a Dios por la fe y los afanes de sus gentes. Esta tarde me encuentro aquí, en la catedral del Santo Nombre. Estoy muy agradecido al Señor por la alegría de este encuentro.
Especialmente agradecido le estoy a usted, cardenal Cody, mi hermano durante tantos años en el Colegio de los Obispos y el Pastor de esta gran sede de Chicago. Le agradezco su amable invitación y todo lo que ha hecho para preparar mi llegada. Un saludo de reconocimiento y amor también para los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, que comparten de modo tan particular e íntimo la responsabilidad de llevar el mensaje de la salvación a todo el pueblo. Igualmente deseo encontrarme con gente de todos los sectores de la Iglesia: diáconos y seminaristas, religiosos y religiosas, maridos y mujeres, madres y padres, solteros, viudos, jóvenes y niños, de modo que podamos celebrar juntos nuestra unión eclesial en Cristo.
Os saludo con especial alegría a todos los que estáis presentes aquí, en la catedral del Santo Nombre, a la cual vuelvo una vez más por la gracia de Dios. Aquí se halla simbolizada y realizada la unidad de esta archidiócesis, esta Iglesia local rica en historia y en fidelidad, rica en generosidad al Evangelio, rica en la fe de millones de hombres, mujeres y niños, que a lo largo de décadas han encontrado la santidad y la justicia en nuestro Señor Jesucristo.
Hoy quiero celebrar con vosotros el gran misterio expresado en el título de vuestra catedral: el Santo Nombre de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María.
He venido a vosotros para hablaros de la salvación en Cristo Jesús. He venido para proclamarlo de nuevo: proclamaros este mensaje a vosotros, con vosotros y para vosotros, y a todas las gentes. Como Sucesor del Apóstol Pedro, hablando en el Espíritu Santo, yo también proclamo que: "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos ser salvos" (Act 4, 12).
En el nombre de Jesucristo he venido a vosotros. Nuestro servicio a las necesidades del mundo se ejerce en el nombre de Jesús. El arrepentimiento y el perdón de los pecados se predican en su nombre (cf. Lc 24, 27). Y, a través de la fe, todos nosotros tenemos "vida en su nombre" (Jn 20, 31).
En este nombre —en el Santo Nombre de Jesús— está la ayuda para el vivo, el consuelo para el caído y la alegría y la esperanza para todo el mundo.
Hermanos y hermanas de la Iglesia de Chicago: Que todo lo hagamos "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3, 17).
Que las palabras que os dirijo a mi llegada aquí —viniendo de aquel que está llamado a ser el siervo de los siervos de Dios— sean para todo Chicago, las autoridades y el pueblo, una expresión de solidaridad fraterna. Cuánto me gustaría encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, visitaros en vuestras casas y pasear por vuestras calles para poder comprender mejor la riqueza de vuestra personalidad y la profundidad de vuestras aspiraciones. Sean las palabras que os dirijo un estímulo para todos los que se afanan por traer a vuestra comunidad un sentido de hermandad, dignidad y unidad. Porque al venir aquí quiero mostrar —más allá del límite de la fe católica, incluso más allá de toda religión— mi respeto por el hombre y la humanidad que encierra cada ser humano. El Cristo, a quien yo represento indignamente, me ha enseñado a hacer esto. Yo debo obedecer a su mandato de amor fraterno, y lo hago con gran alegría.
Que Dios ennoblezca la humanidad en esta gran ciudad de Chicago.
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