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VIAJE APOSTÓLICO A IRLANDA
(29 DE SEPTIEMBRE - 1 DE OCTUBRE)

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL AEROPUERTO DE ROMA

Sábado 29 de septiembre de 1979

 

Doy gracias de todo corazón a quienes están aquí presentes, en particular a los señores cardenales, a los miembros del Cuerpo Diplomático, a los representantes del Gobierno italiano. Mi pensamiento agradecido se dirige también a todos los que, en este momento, me acompañan con su afecto y su esperanza.

Dejo Roma y el territorio de la querida Italia para realizar un largo viaje de carácter eminentemente pastoral, en sintonía coherente con mi supremo servicio respecto a la Iglesia.

Me traslado, primeramente, a Irlanda, la "Isla de los Santos", con ocasión del centenario del santuario de la Virgen de Knock, como consecuencia de la invitación que me ha dirigido el Episcopado de esa nación. Deseo expresar a los irlandeses el debido aprecio por la fidelidad diamantina que han manifestado a Cristo, a la Iglesia y a la Sede Apostólica durante siglos; y además, el vivo agradecimiento por el dinámico ardor misionero que los ha animado siempre para difundir en todo el mundo el mensaje del Evangelio. Deseo de corazón que esta visita mía contribuya a cambiar esa atmósfera de tensión que, especialmente en estos últimos tiempos, ha provocado desgarramientos e incluso —por desgracia— ruina y muerte.

Aceptando la invitación del Secretario General de las Naciones Unidas, Dr. Kurt Waldheim, me traslado después a la ONU. Sigo, en esto, las huellas de mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, el cual hace ahora 14 años, el 4 de octubre de 1965, pronunció en aquella prestigiosa sede un discurso que tuvo amplio eco en la opinión pública internacional. Las palabras que yo pronunciaré en esa asamblea serán una continuación ideal de aquella llamada profética del gran Papa en favor de la paz y de la concordia entre los pueblos.

Finalmente, por invitación de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América, y también del Presidente Carter, haré una visita a algunas ciudades de esa gran nación.

Me encontraré especialmente con los hijos de la Iglesia católica, para confirmarlos y confortarlos en la fe, y también con los otros hermanos cristianos, como con los miembros de otras comunidades no cristianas, para intensificar los esfuerzos comunes hacia esa unidad perfecta, querida por Cristo.

Quiera el Señor guiar mis pasos en estos días y asistirme con su gracia, para que se alcancen las finalidades espirituales que constituyen la base de este mi nuevo viaje. Con este fin pido a todos, especialmente a los enfermos y a los niños, un recuerdo en la oración.

Con mi bendición apostólica.

 



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