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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS CATÓLICOS ITALIANOS


Domingo 27 de abril de 1980

 

Queridos e ilustres señores de la Asociación de Médicos Católicos Italianos. Me alegro de estar nuevamente con vosotros, en este patio de San Dámaso, después del encuentro, oficial y solemne por decirlo así, que tuve al comienzo de mi pontificado con vuestra Asociación; os renuevo ahora mi complacencia y aplauso por la benemérita actividad humanitaria y, más aún, por la inspiración cristiana que la ilumina y dirige.

A los sentimientos de sincero aprecio, se añaden hoy los no menos sinceros del reconocimiento por el don que habéis traído con vosotros: la Unidad Móvil de Reanimación, que veo aquí expuesta, como signo tangible de filial afecto hacia el Papa y de cristiana solidaridad, porque está destinada a socorrer, proteger y salvar vidas humanas, con sus equipos técnicos de vanguardia.

Vaya mi elogio a cuantos han querido promover esta bella iniciativa y han prestado su contribución a ella, en especial al activo asistente eclesiástico central, mons. Fiorenzo Angelini, a los miembros del consejo central, a los delegados regionales y a los presidentes de las secciones diocesanas. Un encomio especial, por su generosa aportación, expreso a los médicos y numerosos capellanes de hospitales y religiosas enfermeras de la diócesis de Roma, que han querido reafirmar así su particular vínculo de comunión eclesial con su Obispo.

Con tan feliz motivo, os quiero hacer una exhortación: vosotros, que trabajáis en el servicio médico, tened siempre un alto concepto de vuestra misión que "por nobleza, por utilidad, por ideales, se asemeja grandemente a la vocación misma del sacerdote", como ya os dije en mi anterior encuentro (cf. Enseñanzas de Juan Pablo II al Pueblo de Dios, 1978, págs. 321-326; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española enero de 1979, pág. 9).

Que os sirva de ayuda, a la hora de cumplir con vuestro deber, el ser conscientes de que prestáis una aportación indispensable a la tutela y a la defensa de la vida humana, de esa vida que lleva en sí el sello de Dios Creador, que ha formado al hombre a su imagen y semejanza. Que esa conciencia difunda sobre vuestro trabajo una luz religiosa y os ayude a ver siempre en el enfermo el cuerpo doliente de Cristo.

Acompaño con estos votos vuestra actividad y, mientras os deseo que la sostengan siempre los sentimientos nobles y cristianos, ruego a la que vosotros invocáis como "Salus Infirmorum" que os asista y premie a todos cuantos, con buenas intenciones y procedimientos, empleáis vuestro ingenio y vuestra obra para restituir salud y serenidad a tantos hermanos nuestros que sufren la prueba del dolor y de la enfermedad.

Sirvaos de consuelo la bendición apostólica, que con gran efusión os imparto, así como a vuestros seres queridos y a todos vuestros colegas y amigos.

 



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