ENCUENTRO CON LOS OBREROS
REUNIDOS JUNTO AL TÚNEL DEL GRAN SASSO
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Gran Sasso (L'Aquila)
Sábado 30 de agosto de 1980
Queridísimos hermanos de la tierra de Abruzos y de Molise:
1. Hace un año —exactamente el 26 de agosto—, en el aniversario de la elevación al pontificado de mi amado predecesor Juan Pablo I, quise subir desde Canale d'Agordo a la cima de la Marmolada, en la majestuosa blancura del panorama alpino, para rezar a María Santísima junto con los valientes escaladores que me habían precedido allá arriba. Hoy estoy igualmente contento por encontrarme con vosotros en este lugar no menos sugestivo, a los pies del Gran Sasso de Italia, en el corazón de los Apeninos, que constituyen —según la conocida metáfora— la espina dorsal de toda la península italiana.
Y no son muy distintos, en este momento, los sentimientos y pensamientos que afloran del corazón a los labios, mientras en la belleza y pureza del grandioso espectáculo, vuelvo a pensar —como hice ya entre la población del Véneto— en la fisonomía particular de vuestra gente, laboriosa y tenaz. ¡Oh, sé bien quiénes sois vosotros, hijos de Abruzos y de Molise! Me refiero a vuestro temple, a vuestra probidad, a la firmeza de la institución familiar que perdura en medio de vosotros, y a la adhesión a las tradiciones solariegas que perfilan inconfundiblemente vuestra vida religiosa y civil. Por esto he querido tener mi primer encuentro con vosotros, precisamente aquí, junto al macizo montañoso y a la entrada de este túnel de la autopista, que ha sido abierto recientemente a la circulación. Y doy las gracias a las autoridades y a las personas que aquí se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes en esta hora: el Señor Ministro de Obras Públicas en representación del Gobierno italiano, el Presidente de la Junta regional, el Presidente de la Sociedad que ha realizado la extraordinaria empresa del túnel, un representante de los mineros, uno de los agricultores y ganaderos. Me es muy grato después presentar un saludo particular a mons. Presidente de la Conferencia Episcopal regional, y al arzobispo de Aquila.
2. Queridísimos: Con sólo nombrar el Gran Sasso, se entendía en algún tiempo —pero ahora ya no— una cordillera que "dividía" vuestra noble región, según la clásica repartición topográfica y administrativa del Abruzo citerior y del Abruzo ulterior. Gracias al trabajo humano, que precisamente aquí durante no pocos años se ha desarrollado y ha "triunfado" sobre las más arduas dificultades de origen geológico y técnico, ahora ya la vieja "división" puede considerarse superada; y no sólo en el sentido de poder tener pronto enlaces de carreteras cada vez más fáciles y rápidas, sino también en el muy importante y, desde el punto de vista étnico y ético, tan significativo de un ulterior proceso de conocimiento, en los intercambios, en las relaciones mutuas de colaboración entre los pueblos de esta región y de las regiones adyacentes.
Amigos y hermanos que me escucháis. He venido a este lugar para honrar y para celebrar el trabajo, y no ya según el módulo de una exaltación genérica y retórica, sino en su valor efectivo, es decir, en su capacidad y en su "virtud" de transformarse en aportación positiva a la comprensión mejor y a la verdadera hermandad de los hombres entre sí. Fuente de esta vida material y moral, el trabajo encuentra aquí precisamente una prueba convincente y elocuente de su naturaleza y de la función insustituible que Dios Creador le aseguró "desde el origen" (cf. Gén 1, 28: 2, 15; 3, 19) y que reafirma vigorosamente el Apóstol (cf. 2 Tes 3, 7-12). Aquí el trabajo se presenta, además, no ya como elemento de lucha y de choque, sino de unión y de concordia en el ámbito de la sociedad.
3. Pero para que el tema pueda precisarse aún mejor, quiero referirme ahora a las dos formas de trabajo, más aún, a las dos categorías de trabajadores, que aquí veo representadas. No puedo limitarme a decir que quiero honrar el trabajo humano; debo, más bien, dirigirme directamente a vosotros, queridos mineros y queridos agricultores y pastores, que os habéis reunido para saludarme y rendirme homenaje.
Efectivamente, ¿cómo podría olvidar vuestras personas, si —como ha escrito el Concilio Vaticano II con palabras muy fáciles de entender— hic labor... a persona inmediate procedit? (Gaudium et spes, 67). ¿Y cómo podría olvidar vuestras profesiones, con los sacrificios y las dificultades, las incertidumbres y los peligros que comportan? Ciertamente, son evidentes las diferencias en el tipo de trabajo en que os ocupáis: vosotros, mineros, habéis trabajado y trabajáis en las entrañas de la tierra, excavándola y penetrándola con un esfuerzo prolongado y fuerte, que no está exento, por desgracia, de riesgos para la misma salud; en cambio, vosotros, agricultores y pastores, trabajáis ordinariamente al aire libre, siguiendo la normal sucesión de las estaciones. Sin embargo, a los unos y a los otros —aquí hay un elemento común— se os presenta la naturaleza en su realidad de criatura de Dios. Trabajando en la tierra, dentro o fuera, tenéis siempre delante una obra que puede ofreceros, y seguramente os ofrece, toda una serie de motivos para reflexionar, para meditar, para adorar. Con razón se ha escrito que el hombre es un ser religioso (animal religiosum); pero a mí me parece que quien, como vosotros, vive en contacto cotidiano con la naturaleza y la descubre como un conjunto maravillosamente ordenado en su triple reino mineral, vegetal y animal, advierte no sólo la oportunidad, sino la facilidad, diría, y como la invitación a considerar y a contemplar en ella la obra omnipotente y providencial de Dios, nuestro Creador y nuestro Padre. Vosotros, precisamente por lo que sois y por lo que hacéis, dedicados ya sea a la dura fatiga de la excavación en la mina, ya a los cuidados diurnos y nocturnos de la agricultura o del pastoreo, recordad siempre que debéis ser "ejemplarmente" espíritus religiosos, abiertos y atentos a reconocer los vestigios que la Sabiduría divina ha dejado, tan numerosos como evidentes, en el mundo creado. "Vanos son —advierte la Sagrada Escritura— por naturaleza todos los hombres, en quienes hay desconocimiento de Dios, y que a partir de los bienes visibles son incapaces de ver al que es, ni por consideración de las obras conocieron al artífice... Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original" (Sab 13, I. 5).
Por esto quiero apelar a vuestra sensibilidad de creyentes o, mejor, a vuestra fe de cristianos, para que ésta, lejos de venir a menos, encuentre más bien en la misma actividad que desarrolláis, ocasión y razón de profundización y de crecimiento.
4. El último pensamiento-recuerdo del encuentro de hoy brota de las cosas que he dicho hasta ahora, y es una especie de confrontación entre ellas. Aquí, en la grandiosidad del macizo apenino, todo nos habla de la obra de Dios; pero aquí también —añado ante vosotros, trabajadores— todo nos habla de la obra del hombre. ¿Hay, pues, una relación entre estas dos obras? Sí, ciertamente: Dios crea de la nada con una operación radical, que hace existir las cosas que antes no existían; el hombre, en cambio, transforma, interviene —por mandato divino— en las cosas creadas, elevándose de este modo al grado y al honor de colaborador del mismo Creador. Sabed mirar también bajo este aspecto vuestro trabajo: junto al citado motivo de la contemplación, dadle esta ulterior dimensión, pensando que su dignidad es una participación humilde y modesta, pero también efectiva y real en la transcendente dignidad de la obra divina.
Hermanos de la montaña del Abruzo. En el momento de partir para Aquila, he querido confiaros estos pensamientos. Voy allí para venerar a un Santo que, aunque habiendo nacido en Toscana, también predicó a vuestros antepasados la Palabra de Dios: San Bernardino de Siena. Desde aquí le invoco por vosotros y vuestras familias, implorando su celestial protección y bendición, para que el amor que él tuvo por vuestra tierra continúe siempre como salvaguardia, estímulo, consuelo de vuestra vida cristiana. Así sea.
Al final añadió estas palabras:
Mí agradecimiento va a cada uno, a cada familia, a los padres, jóvenes, muchachos y niños pequeños; a los ancianos, a los que sufren y a vuestra comunidad de trabajo que se ocupa de mantener el bien común de la patria y el bien común de cada familia, así como la dignidad de cada persona, mantener la gran dignidad de que he hablado en mi discurso religioso, la gran dignidad humana y cristiana que es propia del trabajador, del ambiente de trabajo y del trabajo en sí; la dignidad que crea una auténtica dimensión espiritual en la vida cotidiana. Y para esta vida diaria, al mismo tiempo que os agradezco una vez más todos vuestros saludos y palabras agradables que he guardado en el corazón, quiero ofreceros una bendición este día, día excepcional de gran serenidad para la tierra de Abruzo. Con vuestra comunidad oremos todos por el fruto del trabajo realizado en el túnel, por cuantos lo utilicen en el futuro; oremos por vuestra patria. Y os doy las gracias por vuestras oraciones por mi patria.
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