DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL III CONGRESO ITALIANO
DEL MOVIMIENTO CRISTIANO DE TRABAJADORES
Sábado 6 de diciembre de 1980
1. Estoy contento de encontrarme con vosotros, dirigentes y miembros del Movimiento Cristiano de Trabajadores, que habéis venido a Roma con ocasión de vuestro III congreso nacional, para profundizar, de forma concreta y decidida, en las tareas que, tanto en el ámbito de la comunidad eclesial, como en el amplísimo mundo del trabajo, conciernen a un grupo católico como el vuestro.
Al mismo tiempo que reflexionáis y estudiáis con empeño y responsabilidad los temas del congreso, no habéis querido dejar de visitar al Papa para manifestarle a él, Vicario de Cristo, vuestra sincera devoción, renovando al mismo tiempo el propósito de un testimonio cualificado y específico, coherente con el Evangelio y fiel a las orientaciones del Magisterio de la Iglesia. Por esto, deseáis también una palabra de aliento que sostenga vuestro esfuerzo y vuestra actividad.
2. Habéis asumido tareas de gran importancia y a menudo no sin grandes dificultades, por la amplitud de los problemas que implican y sobre todo por la habitual debilidad moral del hombre al enfrentarse con ellos. La sociedad actual está marcada por una profunda ambigüedad; es una sociedad que, por una parte, tiende a condiciones mejores de convivencia civil, pero, por otra, está sometida a un esfuerzo productivo que corre el riesgo de ser dirigido por completo hacia un ideal de mero bienestar material, obstruyendo las perspectivas y exigencias de un orden humano, espiritual y sobrenatural; pues bien, en esta sociedad vuestro Movimiento quiere afirmar, en el seno del mundo del trabajo, la presencia de Cristo, la vitalidad de Cristo. En efecto Cristo "obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin" (Gaudium et spes, 58).
Esta presencia redentora, revolucionaria y pacífica al mismo tiempo, queréis testimoniarla y vivirla ante todo en vosotros, realizando un oportuno esfuerzo de reflexión sobre la realidad que os rodea, sobre sus exigencias, para su comprensión e interpretación evangélica, también mediante la confrontación y el diálogo, ejercidos con conciencia lúcida de la propia fe, con otros grupos organizados. Vuestra tarea, pues, se configura como animación cristiana en el mundo de trabajo, y como acción evangelizadora en el interior de las fuerzas que determinan, en el momento histórico presente, la composición y el incremento del Movimiento obrero.
3. El Papa os alienta en este vuestro arduo, pero también exaltante, servicio de creyentes, dirigido esencialmente a hacer comprender de qué manera el trabajo humano, como expresión de las capacidades creativas del hombre, más allá de su evidente aspecto productivo, se coloca en la perspectiva del primordial pacto de Alianza entre Dios y el hombre mismo, pacto renovado definitivamente en Jesucristo. Es decir, que el trabajo, bajo esta luz suprema, mientras es medio de perfeccionamiento del mundo y colaboración con la obra creadora de Dios, ayuda al hombre a ser más hombre, madura su personalidad, desarrolla y eleva sus capacidades, abriéndolo así al servicio, a la generosidad, a la dedicación hacia los demás, en una palabra al amor.
El significado definitivo del trabajo está contenido en esta disponibilidad hacia los hermanos, es decir, en el ejercicio práctico del gran mandamiento de la caridad (cf. Jn 13, 14), que es la ley fundamental de la perfección humana, y por tanto también de la laboriosa transformación del cosmos (cf. Gaudium et spes, ib.). El Verbo de Dios, hecho Hijo del hombre, cuya Natividad nos aprestamos a celebrar con gozo, al dar su vida por nosotros nos ha merecido la gracia de ejercer ese amor, que es alma y principal incentivo del trabajo humano.
Conscientes de tal verdad, continuad con valor vuestra misión cristiana, sobre la cual invoco los dones de la asistencia divina, y mientras doy las gracias a vuestro presidente por las nobles y cordiales palabras de saludo que me ha dirigido, me es grato impartiros la bendición apostólica, que de corazón extiendo a vuestras familias y a todas vuestras personas queridas.
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