DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DEPORTISTAS
Sábado 13 de diciembre de 1980
Queridísimos dirigentes y jugadores del "Sporting Club" de Pisa:
1. Os estoy sumamente agradecido por esta visita y os dirijo con gran alegría mi saludo más cordial. Traéis aquí, a la casa del Papa, vuestra juventud, vuestra vitalidad, vuestros ideales de competición y deporte; y yo os abro mis brazos para acogeros con afecto y aseguraros que la Iglesia y el Papa os aman y os siguen con solicitud y ansiedad, al igual que se interesan por todo grupo de personas, a fin de indicar a todos los caminos de la felicidad verdadera y de la salvación.
Vuestra presencia me lleva con el pensamiento a vuestra célebre ciudad, conocida en el mundo entero, acostada dulcemente en la desembocadura del Arno, famosa por sus hechos históricos, por las alusiones literarias y por los ejemplares del arte y la ciencia; pero sobre todo, pues sois deportistas, vuestra grata presencia me induce a reflexionar un momento sobre la importancia y belleza del deporte.
2. Todo tipo de deporte lleva en sí un patrimonio rico de valores que deben tenerse en cuenta siempre a fin de ponerlos en práctica: el adiestramiento a la reflexión, el adecuado empleo de las energías propias, la educación de la voluntad, el control de la sensibilidad, la preparación metódica, la perseverancia, la resistencia, el aguante de la fatiga y las molestias, el dominio de las propias facultades, el concepto de la lealtad, la aceptación de las reglas, el espíritu de renuncia y de solidaridad, la fidelidad a los compromisos, la generosidad con los vencidos, la serenidad en la derrota, la paciencia con todos...: son un conjunto de realidades morales que exigen una verdadera ascética y contribuyen eficazmente a formar al hombre y al cristiano.
Por todo ello os exhorto a vivir vuestro afán e ideal deportivo según las exigencias de estos valores, a fin de ser siempre en la vida personas rectas, honradas y equilibradas que inspiren confianza y esperanza.
3. Además, el tiempo litúrgico de Adviento y la solemnidad de Navidad me brindan la grata oportunidad para desearos de corazón el gozo íntimo que nace de esta conmemoración siempre dulce y conmovedora. Es el gozo que nace de la certeza traída por Jesús con su nacimiento en Belén. La Navidad nos dice que estamos inmersos en un designio inteligente y amoroso de la Providencia que reclama nuestra fe y nuestro amor, y a través de las tribulaciones de la vida nos hace sentir la nostalgia de lo eterno para el que hemos sido creados.
Este es el gozo que os deseo a todos y a vuestros seres queridos en la próxima Navidad, a la vez que os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica para que os acompañe siempre.
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