DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN SAN PEDRO Y SAN PABLO
Domingo 21 de diciembre de 1980
¡Hermanos carísimos!
1. Agradezco de corazón a vuestro presidente, doctor Pietro Rossi, las nobles palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos de emoción y alegría que hoy embargan vuestros ánimos.
También yo tengo que expresaros mi sincera alegría por este encuentro, queridos miembros de la Asociación de los Santos Pedro y Pablo de la Ciudad del Vaticano, que celebráis con legítima satisfacción, en este año social, el X aniversario de la fundación de vuestra Asociación. Pero, por las riquezas interiores y por los valores espirituales de los que sois dignos portadores y testigos comprometidos, vosotros venís desde mucho más lejos: en efecto, sois los herederos de la Guardia Palatina de Honor de Su Santidad, constituida en 1850 por mi venerado predecesor Pío IX y que congregaba en la casa del Papa a los representantes de los fieles de Roma, deseosos de manifestar al Papa, en tiempos particularmente difíciles y delicados para la Sede Apostólica, una devoción incondicional y una fidelidad a toda prueba.
Mi gran predecesor Pablo VI, cuando instituyó vuestra Asociación, quiso que las características específicas y ejemplares de la Guardia Palatina fueran conservadas, fortalecidas, enriquecidas, adaptadas y desarrolladas en ella. Nacía así la Asociación de los Santos Pedro y Pablo, que desde los primeros pasos ha sabido, con gran dedicación, englobar y valorizar "nova et vetera", y ha llegado a su décimo año con una vitalidad y un dinamismo que han producido sincera satisfacción y admiración en los superiores y en los varios organismos de la Santa Sede.
Sin duda esto es mérito del empeño continuo y generoso de todos vosotros, miembros de la Asociación, que estáis "deseosos de rendir un particular testimonio de vida cristiana, de apostolado y de fidelidad a la Sede Apostólica", y en estos años, en el silencio y en la laboriosidad, os habéis prodigado para construir, día tras día, la identidad original de vuestra Asociación.
2. Hoy yo estoy aquí, entre vosotros, que tenéis el privilegio de vivir y desarrollar vuestra actividad asociativa en la casa del Papa; estoy aquí para encontrarme con vosotros, para haceros una cordial visita en vuestra sede; estoy aquí para expresaros mi viva satisfacción por el hecho de que en mi palacio se reúne y actúa un escogido grupo de hombres, pertenecientes a mi querida diócesis de Roma, comprometidos, de manera del todo especial, a dar un testimonio de vida cristiana y de fidelidad a la Sede Apostólica.
Queridísimos miembros de la Asociación de los Santos Pedro y Pablo, ¡el Papa está muy contento de vuestra presencia en su casa! ¡El Papa os quiere en su casa! ¡Vosotros sois la Asociación de la casa del Papa! ¡Vosotros sois la Asociación más cercana al Papa! En este encuentro, mientras os manifiesto la gratitud, el aprecio, el reconocimiento también mío personal por todo lo que la Asociación ha hecho hasta ahora, deseo, además, dejaros, como recuerdo, lo que podríamos considerar tres líneas directrices que son una reflexión sobre las mismas finalidades estatutarias de vuestra Asociación.
3. Ante todo, carísimos hermanos, vuestra Asociación es, y debe ser aún más, una comunidad de fe.
Que vuestra fe intente profundizar, a nivel personal y de grupo, toda la riqueza de la Palabra de Dios, del mensaje del Evangelio, de la Tradición, de la enseñanza de la Iglesia, Madre y Maestra de verdad. Mi enhorabuena va a los asistentes espirituales por la dedicación constante que han manifestado y manifiestan hacia la catequesis en sus diferentes formas; y veo con satisfacción que está aquí presente vuestro primer asistente espiritual, mons. Giovanni Coppa. Mi recomendación se dirige a vosotros, para que todos los socios sepan sacar fruto de las varias iniciativas catequéticas y culturales, realizadas para ese continuo camino de fe que el cristiano debe recorrer. De manera particular os repito lo que he escrito en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo, en la que he recomendado a las Asociaciones y Movimientos dedicados al apostolado que pongan en un lugar importante una formación religiosa seria dé sus miembros. En este sentido —decía— "toda Asociación de fieles en el seno de la Iglesia tiene el deber de ser, por definición, educadora en la fe" (Catechesi tradendae, 70).
La fe, profundizada en la reflexión y en la meditación, debe animar, orientar, dirigir toda vuestra vida de hombres, de ciudadanos, de profesionales, de padres de familia, para que, sin respeto humano, sin temor, pero con el sereno conocimiento de poseer un don divino, lo conservéis con continuo empeño y con particular cuidado, para ser cristianos auténticos y fervientes.
4. Vuestra Asociación es también —y debe ser aún más— una comunidad de oración.
Vosotros tenéis la suerte envidiable de poseer, en vuestra sede, una hermosa capilla en la que está presente Cristo Eucaristía. Todos los domingos os reunís para la Santa Misa, en espera del definitivo regreso de Jesús. Vuestras oraciones se elevan en olor de suavidad hacia la Santísima Trinidad, para proclamar y reafirmar la primacía de lo espiritual.
Que esta capilla sea el corazón de la Asociación. Que vuestra oración sea un encuentro espontáneo, un diálogo profundo con Aquel que ha querido convertirse en huésped de nuestras almas. Dejaos atrapar por Jesús, de manera que podáis decir como San Pablo: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gál 2, 20). También el servicio de vigilancia y de orden que, con tanta generosidad y no menor caballerosidad, desempeñáis en la Basílica Vaticana y en las ceremonias pontificias puede convertirse en verdadero gesto de intensa oración
5. Vuestra Asociación es, finalmente, y debe ser aún más, una comunidad de amor.
Sí, hermanos carísimos, la Vida cristiana es caridad: amor hacia Dios por encima de todas las cosas, y amor hacia los demás, que no son unos extraños, sino hijos de Dios y hermanos en Cristo. El amor y la dedicación hacia el prójimo, sobre todo hacia quien se encuentra en la necesidad o en el sufrimiento, son la demostración concreta y palpable de nuestro amor hacia Dios (cf. 1 Jn 4, 20 s.). "Amor a todos los hombres sin excepción y división alguna —he escrito en mi segunda Encíclica—: sin diferencias de raza, cultura, lengua, concepción del mundo, sin distinción entre amigos y enemigos" (Dives in misericordia, 15; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 7 de diciembre de 1980, pág. 12).
Que sea, por tanto, aún más y aún mejor intensificada vuestra acción caritativa hacia los pobres y los enfermos, mediante un ulterior empeño organizativo y un aumento tangible tanto del número de 'los socios disponibles y dedicados a esta meritoria actividad, como también de las iniciativas concretas, que demuestre continuamente vuestra generosidad.
Con estos deseos, correspondo a los augurios de feliz Navidad y próspero año nuevo, e invocando sobre todos vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros seres queridos, la materna protección de María Santísima "Virgo Fidelis", de corazón os imparto mi especial bendición apostólica.
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