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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO DIRECTIVO DE LA FEDERACIÓN NACIONAL
DEL CLERO ITALIANO


Viernes 22 de febrero de 1980

 

Hijos queridísimos:

Me da alegría dirigiros un saludó cordial al recibiros esta mañana en audiencia particular reservada a vosotros en cuanto miembros del consejo directivo de la Federación nacional del clero italiano. Mi saludo se propone llegar por medio de vuestras personas a todos los sacerdotes de la querida nación italiana, que se entregan al ministerio pastoral con dedicación admirable y en condiciones nada fáciles muchas veces.

Vuestra Asociación benemérita surgió precisamente para afrontar los problemas planteados por las condiciones en que se desarrolla hoy la actividad del clero italiano; y quiero aprovechar esta circunstancia para manifestar el agradecimiento debido a cuanto ha hecho vuestra Federación en estos años a fin de proporcionar ayuda conveniente a los hermanos sacerdotes en sus necesidades, tanto de orden espiritual como económico y social.

Deseo animaros a perseverar con nuevo tesón en esta obra fraterna de caridad que hace particularmente delicado y urgente el momento histórico actual. Deben considerarse dignos de gran atención los esfuerzos encaminados a garantizar a cada sacerdote cuanto puede serle necesario para vivir sobriamente, sí, pero también decorosamente, descargándoles de preocupaciones muy menudas que a veces son las que dan más desasosiego, derivadas de vicisitudes inesperadas en la vida, e infundiendo en ellos sentido de desprendimiento sosegado en el ejercicio de su ministerio.

Sin embargo, y más allá de estos cuidados de orden caritativo, vuestra preocupación principal debe seguir siendo la de hacer crecer en el clero los valores espirituales de solidaridad, comprensión mutua y emulación fraterna en la entrega a las exigencias de la propia vocación. Alimentar en los sacerdotes la conciencia de la unión profunda que el sacramento del orden ha establecido entre ellos, y trabajar para que se cree en cada diócesis un auténtico espíritu de familia dentro del presbiterio reunido en torno al obispo propio, es ésta la tarea, es ésta la misión que debe animar y guiar todo vuestro trabajo.

Confío a la Virgen Santa, Madre de Cristo y a título especial Madre de todo sacerdote, estos deseos míos, con la confianza de que Ella os obtendrá luz, generosidad y energía para proseguir, aun en medio de las dificultades que nunca faltan, vuestra obra tan importante y delicada.

Auspicio de estos dones celestes y prenda de mi amor es la bendición que ahora imparto de corazón a vosotros y a todos los sacerdotes que atiende vuestra Asociación.

 



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