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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA FUNDACIÓN «LUCIANO RE CECCONI»


Lunes 28 de enero de 1980

 

Queridos socios de la Fundación "Luciano Re Cecconi":

Os doy las gracias por esta visita con la que habéis querido mostrarme vuestros sentimientos de cristianos y de socios de esta Fundación benéfica. Me complazco en que nacida hace poco en memoria de este conocido futbolista joven, quiere contribuir a "eliminar toda forma de violencia —sea física o ideológica— y trabajar por el progreso de la conciencia en la afirmación de los principios de libertad, hermandad y justicia social", como se dice en vuestro estatuto de fundación.

Alabo este compromiso programático cuyo valor humano y cristiano merece el respeto de cuantos se preocupan del bien verdadero de los hombres y de la tranquilidad de su convivencia civil. Claro está que no puedo entrar ahora en el análisis pormenorizado de todos los elementos que componen el triste fenómeno de la violencia en general y, en particular, de la que actúa en las manifestaciones deportivas; sin embargo, no quiero dejar de haceros una recomendación. Y es ésta: al poner en práctica los objetivos de vuestra Asociación, dejaos guiar siempre de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, como orientación de base. Procurad conocer las directrices del Concilio Vaticano II y las indicaciones de las Encíclicas y alocuciones pontificias, que ayudan a comprender, evaluar y prevenir muchos fenómenos oscuros que manchan de sangre los campos de deporte en esta sociedad nuestra que vive hoy bajo la pesadilla de la violencia.

Con demasiada frecuencia se olvida que toda actividad humana y el deporte en particular, no pueden prescindir de un orden moral; éste, lejos de perjudicar o empobrecer la actividad deportiva, por el contrario la engrandece y enriquece con prestaciones de prestigio incomparable. Pues el deporte tiene por fin al hombre, a todo el hombre, en su dimensión corporal y en la espiritual. Las competiciones son importantes precisamente porque representan un momento de liberación del peso de la jornada, del trabajo agotador y monótono, de las ocupaciones y preocupaciones de la vida; y al mismo tiempo, es un momento de recreo y realización de sí mismo en el modo que mejor corresponde a las capacidades y aspiraciones de cada uno.

Estas finalidades que son esenciales en toda clase de deportes, deben mover asimismo el deporte profesional y, por practicarse no tanto para diversión del jugador cuanto para entretener a los espectadores, se transforma en espectáculo  y está más expuesto a las tentaciones de la violencia. Por desgracia, es precisamente en estos "espectáculos" donde el significado del deporte se desvía a finalidades extrañas e incluso contrarias a su misma naturaleza. Entonces se lo manipula para otros fines y, lo que es peor, se aprovechan a veces tales manifestaciones para desahogar las pasiones innobles del odio, la rivalidad y la venganza, transformando así lugares y momentos de diversión, gozo y serenidad, en lugares y momentos de espanto, terror y luto.

Recordemos que la violencia es siempre una ofensa, un insulto al hombre, sea a quien la ejecuta o a quien la padece. Pero la violencia es un contrasentido, un absurdo monstruoso, cuando se lleva a cabo en ocasión de manifestaciones deportivas en los estadios u otros sitios, pues el deporte tiene por meta el gozo y no el terror, la diversión y no el espanto, la solidaridad y no el odio, la hermandad y no las divisiones.

La violencia es una ofensa al hombre, pero es ofensa sobre todo al cristiano, pues el cristiano reconoce siempre en todos los hombres a hermanos y no a enemigos. Para el cristiano todos los lugares y todas las circunstancias son momentos aptos para manifestar sus sentimientos de hermandad y solidaridad con los demás. Pero esto es especialmente válido en los momentos y lugares en que se ejercita la actividad deportiva, porque ésta ya por sí misma está enderezada a suscitar sentimientos de solidaridad, hermandad, amor, alegría, paz.

Queridos hermanos: Este encuentro con el Papa sea de verdad para vosotros ocasión providencial para dar orientación decididamente cristiana a vuestra vida y vuestra obra. Y contribuya a situar de nuevo en la perspectiva exacta los únicos valores capaces de dar significado, dignidad y finalidad a vuestra existencia; es decir, el amor de Dios por encima de todo, y después el amor generoso y práctico a los hermanos, especialmente a los más probados. A este propósito me complazco en el gesto de solidaridad que habéis tenido con los prófugos camboyanos.

Pido al Señor que este momento de gracia sea fecundo en frutos duraderos para vuestras almas y para las actividades de la Asociación a que pertenecéis.

Extiendo gustoso mi saludo cordial y mi aprecio por su presencia, a los dirigentes y jugadores de los dos equipos deportivos romanos "la Roma" y "la Lazio". A todos imparto de corazón mi bendición.

 



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