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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LAS RELIGIOSAS DE BRASIL

Parque Ibirapuera, São Paulo
Jueves 3 de julio de 1980

 

¡Queridas hijas en Cristo!

1. Es motivo de gran alegría para mí este encuentro con vosotras. Sois, como religiosas, riqueza y tesoro de la Iglesia y, al mismo tiempo, una base sólida para la evangelización y un punto de referencia importante para el pueblo cristiano, estimulado en su fe por la forma en que vivís la vuestra. En vosotras, saludo cordialmente a todas las religiosas de Brasil.

Mi alegría aumenta en el contacto con vuestro entusiasmo contagioso, propio de una nación de jóvenes, y coherente con las características del optimismo brasileño, vivo y generoso. Me alegra también saber que la historia de la Iglesia en Brasil está ligada por lazos muy profundos a la actividad constante y variada de un gran número de religiosas. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os invito a dar gracias conmigo a "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que, desde lo alto de los cielos, nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo... y que nos eligió para ser santos e inmaculados ante sus ojos" (cf. Ef 1, 34).

2. Mi mayor deseo es que el presente encuentro con el Papa pueda constituir para vosotras y vuestras familias religiosas un incentivo y un consuelo en vuestra sublime vocación y en vuestro compromiso por profundizar su valor esencial de testimonio privilegiado de caridad, en adhesión a Dios y a las exigencias de su Reino.

Huelga deciros que la Iglesia deposita una grande y sincera confianza en vosotras, en vuestro estado de religiosas, en vuestra presencia y en vuestra misión. Conocéis los motivos de esa confianza: por vuestra vida de oración, sois testimonio de lo Absoluto de Dios y de la importancia de la contemplación; por vuestra disponibilidad siempre diligente, sois una punta de lanza para las urgencias misioneras; por vuestra vida en hermandad, sois afirmación de comunión y participación, siguiendo el llamamiento para vivir la dimensión comunitaria de la Iglesia. Sois una expresión particular del misterio de la Iglesia misma, en su inserción en el tiempo, vital, concreta y adaptada, y en su universalidad.

3. Vosotras sabéis que, para mantener bien clara la percepción del valor de la vida consagrada, es necesaria una profunda visión de fe, que apoye vuestra generosidad e ilumine vuestro continuo perfeccionamiento en la caridad. Y para ello es preciso el diálogo con Dios en la oración. Sin la oración, la vida religiosa pierde su significado y no alcanza sus objetivos. Es necesario orar siempre para vivificar el don de Dios.

Sobre este punto, el mismo Señor nos ha prevenido. Para inculcarnos bien esa verdad, usó imágenes expresivas: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Y otra vez, después de decir que los que le siguen han de ser "sal de la tierra", concluía: "Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida... no es útil ni para el estercolero. La tiran fuera" (Lc 14, 35). Todos sabemos que lo mejor de nosotros mismos, el gusto de Dios que debemos difundir en la suavidad del testimonio de caridad, pasa por Cristo y es discreta y continuamente fortalecido en nosotros por la presencia y acción del Espíritu Santo, solicitada y secundada conscientemente sin desfallecimientos, en la oración, bajo todas sus formas: individual, comunitaria y litúrgica. Esto es muy importante para que seamos eficaz "signo" de Dios.

4. Es aquí muy oportuno, dada la naturaleza de Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (cf. 1 Cor 12, 12), destacar el papel desempeñado en la evangelización por las religiosas consagradas a la oración, al silencio al sacrificio escondido y a la penitencia. Su vida tiene un maravilloso y misterioso poder de fecundidad apostólica (cf. Perfectae caritatis, 7). Me complazco en repetiros hoy lo que decía hace un mes en el carmelo de Lisieux, en Francia, y lo repito pensando en todas las religiosas contemplativas de Brasil: "Vuestra oblación de amor está integrada por el propio Cristo en su obra de Redención universal, un poco como las olas que se funden en las profundidades del océano". ¡Vivid la dimensión misionera de vuestra consagración, a semejanza de Santa Teresita del Niño Jesús!

Por lo demás, todas las formas de vida religiosa tienen un espacio para la contemplación, necesario para que sus miembros puedan captar de modo profundo los llamamientos, las necesidades y dificultades de los hermanos, en la caridad genuina de Cristo.

5. Haciendo brillar la luz del testimonio con una caridad así entre los hombres, no hay que olvidar que la religiosa está siempre revestida de un carácter particular: vosotras estáis en el mundo sin ser del mundo; y es precisamente vuestra consagración lo que, lejos de empobrecer, caracteriza vuestro testimonio cristiano. Vuestro compromiso de vivir los consejos evangélicos os hace más disponibles para ese testimonio. Efectivamente; no sois menos libres por obedecer, ni menos capaces de amar por haber elegido la virginidad consagrada, sino todo lo contrario; y por el voto de pobreza, que os compromete a seguir a Cristo pobre, podéis comprender mejor y compartir los dramas dolorosos de quienes se hallan desprovistos de todo.

Importa mucho, entre tanto, que la pobreza sea genuinamente evangélica para que Cristo se reconozca en los "más humildes"; importa saber identificarse con el hermano necesitado, siendo "pobre de espíritu" (cf. Mt 5, 3). Ahora bien; eso exige sencillez y humildad, amor a la paz, libertad con relación a compromisos o apegos que distraen, disposición para una total abnegación, libre y obediente, espontánea y constante, dulce y fuerte en las certezas de la fe.

6. Vivís vuestra consagración vinculadas a un instituto y una comunidad fraterna, elementos muy importantes de vuestra vida religiosa en el misterio de la Iglesia, que es siempre misterio de comunión y participación. Elegisteis "una existencia regulada por normas de vida libremente aceptadas", en un mundo y en una civilización que tienden a desterrar las personas de sí mismas y dispersarlas hasta tal punto qué, algunas veces, queda comprometida su unidad espiritual, condición para su unión con Dios.

Dios no permita que un excesivo deseo de adaptabilidad y de espontaneidad lleve a alguien a tachar de rigidez anticuada o, lo que sería peor aún, a abandonar ese mínimo de regularidad en las costumbres y en la convivencia fraterna, exigido normalmente por la vida en comunidad y por la maduración de las personas (cf. Evangelica testificatio, 32). La fidelidad a ese mínimo da la medida de la identificación personal con la consagración por amor.

Así, todas tienen obligación de mantener la fidelidad a la vida comunitaria y contribuir para que ella sea lugar de encuentro fraternal, ambiente de ayuda recíproca y de consuelo espiritual, un ambiente que cada una desea y procura, para hacer, como decía un autor espiritual, una "peregrinación" al propio corazón y para acrisolarse en Dios.

Incluso fuera de la comunidad, todas las actividades y contactos de las religiosas tienen siempre una dimensión comunitaria y pública: la vida religiosa es siempre un signo visible de la Iglesia. Por eso, yo os exhorto a ser siempre y en todas partes, personalmente, testimonios visibles de la misma Iglesia y de su Señor, en un mundo que, so pretexto de ser moderno, va cada vez más adelante en la "desacralización". Que todas las personas puedan ver en vuestro comportamiento, presentación y modo de vestir una señal con la que Dios se dirige a ellos.

7. En la hora actual, en este bello país al igual que en otros, muchas son las solicitaciones para que las religiosas abracen nuevas actividades y lancen experiencias de nuevas inserciones en la vida y actividades de la Iglesia, o incluso en actividades temporales dentro de sectores diversificados.

Puede suceder que aparezcan descuidadas las obras y actividades a las que se dedican tradicionalmente vuestras familias religiosas. No quiero silenciar una cosa muy sencilla que todas sabéis: esas obras y actividades necesitan oportunamente ser renovadas, para corresponder mejor a la realidad actual de Brasil. Nunca se ha de olvidar, sin embargo, que las escuelas, los hospitales, los centros de asistencia y otras muchas iniciativas existentes desde hace mucho tiempo para el servicio de los hermanos, y en especial de los más pobres, o para el desarrollo cultural y espiritual de las poblaciones, conservan toda su actualidad.

Más aun; si son debida y oportunamente renovadas, siguiendo sanos criterios, tales obras y actividades continúan demostrándose lugares privilegiados de evangelización, de testimonio de caridad auténtica y de promoción humana. Es obvio que el fundamental criterio prudencial que ha de seguirse en las adaptaciones a las nuevas exigencias es siempre el del Evangelio: saber sacar "cosas nuevas y viejas" del rico tesoro de un pasado hecho de experiencias, a la luz de los "signos de los tiempos", enfocados desde la debida perspectiva.

8. Se hace necesario, con todo, abandonar algunas veces obras o actividades para poder dedicarse a otras, incluso de carácter más pastoral; y para ese fin, se crean comunidades más restringidas, que necesitan adoptar nuevas formas de presencia en el mundo de los hombres. Conozco el esmero que ponéis en la búsqueda y realización de esas nuevas formas de presencia y no puedo dejar de apreciar ese interés vuestro. Sin embargo, quisiera recordar aquí con vosotras algunas de las condiciones que deben observarse en esas nuevas experiencias de vida religiosa:

a) Tales experiencias deben ser conducidas siempre en un clima de oración. El alma que vive en un habitual contacto-presencia con Dios y se deja invadir del calor de su caridad, podrá fácilmente:

— huir de la tentación de particularismos y de oposiciones, que en sí mismas comportan el riesgo de conducir a penosas divisiones;

— interpretar, a la luz del Evangelio, la opción por los pobres y por todas las víctimas del egoísmo de los hombres, sin ceder al radicalismo socio-político que, tarde o temprano, se demostrará inoportuno, producirá efectos contrarios a los deseados y engendrará nuevas formas de opresión;

— acercarse a las personas e insertarse en el ambiente, sin poner en cuestión la propia identidad religiosa ni esconder o disimular la originalidad específica de su vocación: seguir a Cristo pobre, casto y obediente.

b) Aparte del clima de oración en que han de realizarse, esas experiencias de nuevas inserciones deben ser preparadas mediante un estudio serio, en colaboración íntima con los superiores responsables y en diálogo constante con los obispos interesados. Así, se buscarán soluciones acertadas, se procederá a la preparación de planes y programas relacionados con lo que se ha elegido y con la actuación de las iniciativas, "calculando" y "examinando" primero, como dice el Señor, las posibilidades de éxito (cf. Lc 14, 28 ss.); todo ello, sin temer los riesgos, como nos enseñan las "parábolas del reino de los cielos" (cf. Mt 13) y actuando siempre en conformidad con las exigencias más urgentes y según el carácter del Instituto.

c) Por último, en todas esas nuevas fundaciones, conviene obrar siempre de acuerdo con las normas y orientaciones dadas por la jerarquía, valorando objetivamente y equitativamente las experiencias realizadas y aplicándose humilde y valientemente, cuando sea necesario, en corregir, suspender u orientar del modo más conveniente las experiencias que se están haciendo.

9. En todo y siempre, en la vida religiosa, para un seguro discernimiento, es necesario comportarse como hijas que aman a la Iglesia, siguiendo sus criterios y directrices, mediante una adhesión generosa y fiel al Magisterio auténtico. Así se logra la garantía de fecundidad de la vida y de la actividad en la consagración. Así se logra una condición indispensable para la adecuada interpretación de "los signos de los tiempos". Viene a mi mente, al tocar este punto, lo que decía mi predecesor Pablo VI: la Iglesia universal debe estar presente en cada comunidad eclesial, que tiene siempre necesidad de respiración universal para no morir de asfixia espiritual. La prometida fidelidad a Cristo nunca puede ser separada de la fidelidad a la Iglesia: "El que a vosotros oye, a Mí me oye" (Lc 10, 16).

En este aspecto, hay un amplio campo de acción abierto a las superioras y formadoras de Institutos y de comunidades. Su función las llevará a procurar los medios mejores para promover aquello que garantice con seguridad la unión de los espíritus y de los corazones. Nada de ello se verificará sin rezar y actuar para que todas las religiosas encuentren en la consagración la realización más alta de su condición de persona y de mujer, para que los Institutos y comunidades superen eventuales dificultades de crecimiento o de perseverancia, v para que el ideal de la vida consagrada ejerza una verdadera atracción sobre la juventud.

10. Una palabra final a las carísimas religiosas que consagran su vida a la contemplación y viven en el recogimiento y en la clausura su vida religiosa. Vuestra forma de vida, queridas hijas, os coloca en el corazón del misterio de la Iglesia. Vuestra vida personal se centra en el amor esponsal a Cristo. Por eso, modeladas por su Espíritu, debéis darle todo vuestro ser, haciendo vuestros sus sentimientos, sus proyectos y su misión de caridad y de salvación. Ahora bien; esto no queda confinado dentro de las cuatro paredes de los monasterios, sino que se proyecta hacia la gran historia de los hombres, donde se construye la justicia, donde se crea la comunión y participación de los bienes materiales y espirituales, donde se procura instaurar la civilización del amor, donde, en fin, ha de llegar, con la Buena Nueva del Evangelio, la salvación de Dios.

Por eso, vuestra vida contemplativa es absolutamente vital para la Iglesia y para la humanidad, no obstante la incomprensión o incluso la oposición que a veces se transparenta en el pensamiento moderno, en la opinión pública y quién sabe si en ciertas zonas mal iluminadas del cristianismo. Con esa certeza, vivid en alegría la radicalidad de vuestra condición absolutamente original: el amor exclusivo del Señor y, en El, el amor de todos vuestros hermanos en humanidad. Aplicando vuestra capacidad de amar en la adoración y en las plegarias, vuestra propia existencia grita silenciosamente el primado de Dios, testimonia la dimensión trascendente de la persona humana y lleva a los hombres, a las mujeres, a los jóvenes a pensar y a interrogarse sobre el sentido de la vida.

Que vuestros monasterios sigan siendo lugares de paz y de vida interior, sin dejar que presiones del exterior vengan a demoler vuestras sanas tradiciones y a anular vuestros medios de cultivar y promover el recogimiento. Y orad, orad mucho por los que también rezan, por los que no pueden rezar, por los que no saben rezar y por los que no quieren rezar. ¡Y tened confianza! Con estas palabras, el Papa desea estimular la generosidad de todas las religiosas contemplativas de Brasil, sea cual fuere su familia espiritual.

11. Carísimas hermanas:

Traigo en el corazón muchas otras cosas que me gustaría comunicaros, si no fuese por la escasez de tiempo. Renuevo, pues, a todas mi estima y confianza. Y a todas os expreso el deseo de "que vuestra caridad vaya aumentando cada vez más, en ciencia perfecta y en inteligencia, a fin de que el discernimiento de las cosas útiles os haga puras e irreprensibles" (cf. Flp 1, 9-10).

Esa "ciencia perfecta" que de vosotras se espera, la indicó el Espíritu Santo en las palabras del Apóstol: "no saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Cor 2, 2). Sólo El, Cristo, es principio estable y centro permanente de la misión que Dios os confió en un mundo de contrastes: la de vivir y testimoniar su amor, sumergiéndoos en aquel misterio de la economía divina que unió la salvación y la gracia con la cruz (cf. Redemptor hominis, 11).

Al bendeciros a todas, de corazón bendigo vuestras familias religiosas, vuestra vida de generosa inmolación, confiándoos a María Santísima, Madre de la Iglesia y modelo de vuestra vida consagrada. Contad con las oraciones del Papa. Acompañadle también con vuestras oraciones sobre todo en estos días de su peregrinación apostólica por vuestro querido Brasil.

 



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