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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL «II COLLOQUIUM ROMANUM»
SOBRE LOS «VALORES HUMANOS Y EL ACTA DE HELSINKI»


Sábado 8 de noviembre de 1980

 

Señor cardenal,
señoras y señores:

1. Saludo con gran alegría a todos los ilustres participantes en el "II Colloquium Romanum" del "Movimiento Internacional para la promoción de los valores y del desarrollo humano", organizado en esta ciudad de Roma en colaboración con la Asociación de los Periodistas Europeos. Con vuestra presencia aquí hoy. en la casa del Papa, habéis querido poner de particular relieve la importancia del tema escogido para vuestro encuentro: "Los valores humanos y el Acta Final de Helsinki".

Al declararos deseosos de venir a escuchar la palabra del Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, no pretendéis pedir colaboración en vuestras reflexiones a la Santa Sede, que por otra parte es uno de los 35 firmantes del Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa, a quienes os proponéis entregar el fruto de vuestro trabajo al término del coloquio. Habéis venido por un motivo de fidelidad a lo que constituye la finalidad del Movimiento "Nova Spes" y de vuestro mismo encuentro: hacer surgir al hombre como protagonista necesario e insustituible, y no como mero objeto o instrumento, en la problemática afrontada por los 33 Estados en Helsinki en 1975, en Belgrado en 1977-78 y que volverá a ser considerada en estos días en Madrid, i Se trata de una finalidad loabilísimal Por tanto, me gusta unirme con vosotros, organizadores, relatores y participantes, para augurar un éxito pleno a vuestros esfuerzos: que realmente puedan servir al hombre y a todo lo que es humano.

2. Precisamente en este ámbito deben encontrarse las aspiraciones y los compromisos de todos: en la promoción del hombre, de su dignidad y de su primacía. Sin duda sabéis que la Santa Sede ha utilizado todo el peso de su autoridad espiritual y moral en una sincera colaboración en el Acta Final. Y lo ha hecho de manera especial, teniendo en cuenta dos intenciones fundamentales: ante todo, asegurar una base ética a todos los esfuerzos en favor de la seguridad y la cooperación en una Europa que sabe que está dividida en ideologías y posiciones de fuerza; por otra parte, poner en el centro de las relaciones entre las naciones y los pueblos, no sólo europeos, el valor indivisible y la garantía inquebrantable del respeto de los derechos de la persona humana: de todos los derechos fundamentales, y del derecho a la libertad religiosa en primer lugar, como garantía de los demás.

La Santa Sede no podía ni puede actuar de distinta manera; en efecto, si el hombre es el valor fundamental, entonces tal valor ha de ser salvaguardado y realizado efectivamente en todos los campos y en todos los espacios de la convivencia social. Si el hombre —y de manera particular el hombre europeo— hoy está expuesto a riesgos y perspectivas negativas, es necesario reafirmar su dignidad: una dignidad que encuentra su raíz y su razón en la humanidad misma, creada y llamada a imagen y semejanza de Dios.

3. El hombre debe ser colocado realmente en el centro de vuestras reflexiones, pero también de las de todos aquellos que llevan la responsabilidad de un futuro pacífico y próspero del continente europeo. En efecto, él es la verdadera puesta en juego entre las naciones. Considerado demasiado a menudo como simple objeto en los procesos políticos o económicos, bajo la presión de promesas y proyectos materialistas, el hombre corre el riesgo de quedarse pasivo o llegar a serlo ante las múltiples manipulaciones que lo asaltan. Pero el hombre es el único criterio para juzgar la validez y la aplicación de los acuerdos internacionales: sí, con la condición de que se trate del hombre en su totalidad, porque sólo a él Dios le concede comprenderse y vivir en la plenitud de lo que realmente él es. En efecto, ¿acaso no es cierto que el hombre alcanza todas sus dimensiones y se dispone a ser verdaderamente creador en la historia y operador de paz, de mutua comprensión y solidaridad fraterna, sólo cuando se abre a Dios? El hombre —hay que repetirlo siempre— no encontrará su fuerza creadora completa más que en Aquel que lo trasciende y le confiere su significado pleno.

4. La iniciativa que habéis tenido en estos días en vuestras reflexiones y en vuestros debates, implicará también necesariamente el dar todo su valor a un imperativo ético que apela tanto al individuo en su comportamiento y su testimonio personales, como al ciudadano y al hombre político en sus actos públicos dirigidos a la realización de estructuras de dimensión humana. Es un imperativo ético que tiende a impedir a cualquiera que dimita de su propia responsabilidad para asegurar la primacía de lo humano. Precisamente de una conciencia moral incesantemente renovada surge una nueva esperanza, la "Nova Spes". Y sólo ella será capaz de movilizar todas las fuerzas vivas, todos los hombres de buena voluntad, para exaltar juntos lo más humano del hombre, y para trabajar juntos con el fin de afirmarlo en la praxis histórica y en la realidad de las relaciones entre los pueblos.

Confío estos cordiales deseos a la omnipotente gracia de Dios, y a El encomiendo también a todos vosotros y vuestros esfuerzos, mientras con afecto paterno os imparto a todos vosotros y a vuestras personas queridas la propiciadora bendición apostólica.

 



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