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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL GRUPO DEMOCRÁTICO DEL PARLAMENTO EUROPEO*


Jueves 13 de noviembre de 1980

 

Me complace recibiros en estos días de estudio que pasáis en Roma y tener con vosotros este intercambio de puntos de vista.

El tema de vuestro estudio es capital: Europa y su progreso armónico. Como sabéis, el Papado estuvo presente en el nacimiento de la civilización europea y contribuyó a la formación de su espíritu e instituciones. La Iglesia católica y Europa recorrieron juntas un largo camino. De modo que los Papas, de acuerdo con su misión específica, han seguido siempre con interés los destinos de cada pueblo europeo y de Europa en su conjunto, y también sus instrucciones.

El Parlamento Europeo, en el que trabajáis y os ocupáis de temas importantes y delicados, es punto focal del esfuerzo por la construcción de Europa. Si las instituciones quieren tener vida realmente, deben estar en contacto continuo con la conciencia de los individuos y de los pueblos, y expresar el consenso de éstos sobre los valores básicos de la civilización. La larga historia del continente con sus glorias y sombras nos enseña que no podemos construir una Europa donde reine la cooperación bien ordenada y pacífica, si no la fundamentamos sobre la base de los valores auténticamente humanos enraizados en la mente de los europeos y, en consecuencia, también en sus leyes e instituciones. La fundación de tal base presupone consenso sobre la primacía de la persona humana y el reconocimiento, tanto en la teoría como en la práctica, de todos los derechos que pertenecen a la persona humana en cuanto sujeto trascendente no pueden basarse solamente en este fundamento. La seguridad fundada en las armas no ha conseguido librar al continente de guerras fratricidas en el pasado; no hay razones para pensar que obtendrá más éxito en el futuro. A la seguridad ilusoria del equilibrio de fuerzas debe sustituir una seguridad más sólida, la de la ley, la justicia y la libertad.

Mirando hoy a Europa, vemos signos prometedores de progreso y deseo de renovación, pero no podemos cerrar los ojos ante la acción que lleva a la parálisis y la desunión. El descenso del número de matrimonios y nacimientos, las muchas maneras con que se atenta contra la vida, la difusión del abuso de la droga, la comprobación de que se centran en el egoísmo individuos, familias y comunidades, todo ello parece ser síntoma de escepticismo destructivo y falta de confianza en la vida y en el futuro.

Se debe combatir esta enfermedad. A vosotros os corresponderá como líderes infundir vida nueva en la Europa de hoy, proponiendo y alentando iniciativas de defensa de los derechos humanos en su plenitud cabal y en todas sus aplicaciones, creando así un clima favorable al desarrollo de la cooperación europea.

Elevo mi oración para que vuestro trabajo constituya una aportación importante al logro de este objetivo. Guíe vuestros esfuerzos y los bendiga Dios, que quiso crear al hombre a su imagen y le dio el mando sobre el mundo entero con todas sus maravillas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 1981 n.15, p.9.

 



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